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La noche era fresca y el viento corría de manera tranquila, danzando en una sonata dulce y serena; cualquiera conciliaría sueño en una noche tan pacífica, excepto Emilio Marcos. El sentía sus manos sudar sentado en aquella habitación blanca; escuchaba claramente los latidos de su corazón que parecían ir al mismo ritmo de aquel reloj sobre la pared. Odiaba los hospitales y la espera estaba a punto de volverlo loco.

-Señor, Marcos -alzó la mirada ante la voz del médico -Ya despertó, puede pasar.

En ese momento, Emilio soltó todo el aire que había contenido por mucho rato y, al entrar a la habitación, una enorme sonrisa se ensanchó en su rostro al ver a aquella mujer. María tenía sus mejillas bañadas en color carmín todavía, su cabello estaba despeinado y sus ojos bajo las ojeras evidenciaban su cansancio, pero nunca su belleza. Emilio pensó que nunca se había visto tan hermosa. Al sentarse a su lado, observó a la criatura que sostenía en sus brazos.

-Mira, Emilio -sonrió María mientras le cedía aquel pequeño ser -Es una niña, justo como querías.

El rizado sostuvo un momento a la pequeña, llevó la mano hasta la cobija que le seguía cubriendo el rostro y al bajarlo, se dio cuenta de que, entre sus brazos, estaba el ser más hermoso que había visto en su vida y podía sentir un nudo en su estómago y las lágrimas apunto de salir.

En ese momento despertó. Se sobresaltó en la cama y batalló un poco para ubicar dónde estaba y, por un momento, se asustó ante la posibilidad de haber despertado a Joaquín. Este seguía dormido tranquilamente soltando pequeños sonidos agudos, lo normal a las tres de la madrugada. Sonrió para sus adentros al verlo dormir tan tranquilo, después de días tan difíciles, pero su sueño seguía presente en su mente.

Era su hija, había soñado con su hija que, si contaba bien, en esos momentos tendría cerca de ocho meses de edad, de no haber sido por aquel fatídico accidente. No podía decir que María y su bebé habían salido por completo de su vida, mucho menos de su corazón; sabía que nunca lo harían, los llevaría dentro siempre.

Sacudió su cabeza ante todos los pensamientos que lo estaban abrumando en esos momentos y, después, decidió salir de la cama lentamente, intentando no perturbar el sueño de su pequeño Joaquín. Tomó una chamarra del clóset y salió de la cabaña decidido a caminar un poco para intentar que ese dolor en su pecho, desapareciera. En cada paso que daba recordaba toda su historia con María.

La primera vez que la miró en una fiesta de la preparatoria, mientras todos bailaban o bebían, ella estaba en un rincón leyendo un libro y, siempre era así. Sin importar si salía con su familia, con Emilio o sus amigos; sin importar si fuera a una cena o al cine, María siempre tenía un libro en su bolso. Recordaba su primera cita a la feria, la primera vez que conoció a sus padres en una cena que terminó de una muy mala manera. Recordó el cómo salía de compras con su madre y se había convertido en su confidente. Recordó la propuesta de matrimonio y claro, aquel día en el que le anunció que serían padres.

-Ay, María -soltó un suspiro con una sonrisa -Tantos planes, tantos sueños y al final...aquí estoy. Y no sé si...dónde quiera que estés, te enorgullezcas de mí, porque...lo he tratado, en serio que sí, he tratado de que estés orgullosa de mí, tú y mi pequeña.

Llegó cerca del arroyo y terminó por sentarse en el césped, mirando un poco como la luna estaba más brillante que ninguna otra noche o quizá, puede ser que nunca le hubiera puesto tanta atención como aquella noche.

-María, ¿te acuerdas? -soltó una leve risa -Íbamos a tener una hija, planeamos toda una vida juntos y tantas cosas que nunca sucederán. -soltó un suspiro mirando a la luna; por primera vez, pensar en ella no le hacía tanto daño -Mi María de ojos celestes, todavía recuerdo tu sonrisa, tu brillo, el que nunca me abandonaste sin importar qué, aun cuando no pude darte la vida que tú te merecías.

"La Chula" -AU EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora