Hasta el finde ❤ Si me viene la inspiración antes, nos leemos prontito
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¿Cómo había podido aceptarlo?
¿Tan desesperado estaba?
Sí, lo estaba y porque le pesaba el orgullo y el pulso echado, que tenía con su padre, que el simple hecho de darle a una cría malcriada lecciones de piano. Aun así, intuyó que se iba a arrepentir de haberlo aceptado tan rápido como lo había hecho, sin medir las consecuencias de ello. Porque ella no le iba a poner las cosas fáciles. Lo intuyó desde su primer enfrentamiento. ¿Cómo podía olvidar su mirada glacial y esa mueca desdeñosa que dibujó en sus labios nada más de despedirse de él?
No creía que fuera una persona que le pudiera perdonar de una forma natural, sencilla y llana. Efectivamente, no le puso las cosas en bandeja. Su cuerpo se preparó para ello, y su mente, también, en cuanto vio una firme decisión en sus ojos, después de sobreponerse de la sorpresa al verlo. Parecía que la princesita no le había puesto aún cara a su apellido. No fue mucho menos una ventaja para él.
— Hija — apareció lord Stranford, aún tenía las mejillas coloradas por la discusión que había mantenido con ella y se había escuchado tras las paredes —, te presento a tu nuevo profesor de piano, lord Quinn.
Este se inclinó hacia ella, meramente por hacer su papel y cumplir con el protocolo. No le besó su mano. Había un límite para él con esa joven.
— ¿Cómo que es lord, si es un pianista?
La primera pregunta, la primera burla que le echaba en su cara sin pestañear. Lord Stranford carraspeó avergonzado. E iba disculparse cuando él se las ingenió en dar una respuesta.
— Mi padre es lord Quinn, yo soy su hijo. Aun así, no vengo a dar detalles de mi vida, solo ejercer mi trabajo, para lo que me ha contratado amablemente su padre.
El otro caballero estuvo de acuerdo con su comentario y lo celebró con un asentimiento de cabeza mientras que la hija de este, se encogió de hombros, indiferente a su pequeño discurso.
— Le dejo con mi hija. Si necesita algo no dude en coger la cuerda de la campanilla y sacudirla, le atenderá de inmediato. Considérese como uno de la familia.
No pudo ver los ojos en blanco de su linda princesita cuando lo oyó, pero él sí. Los dos se quedaron solos y se enfrentaron, midiéndose con la mirada. Otra vez, ella se encogió de hombros y, pasó por delante de él, sin decir palabra. Se sentó en el banco y abrió la tapa del piano. No dijo nada; la observó, preparado para su próxima acción o contraataque. No hizo falta esperar mucho tiempo en saberlo; se lo demostró en el primer minuto.
¿Y cuál sería la tortura? No era para menos saber que tu nueva alumna no tenía conocimientos de música y la maltrataba tocando de esa forma tan estridente. ¿Lo peor de todo ello? Lo estaba haciendo a propósito para que renunciara su puesto.
— Sé lo que ha pretendido mi padre al contrataros.
Oliver tuvo la precaución de tener los labios sellados y no mostrar ningún sentimiento que pudiera ella aprovechar en su contra. Su silencio no la desalentó a seguir:
— Quiere tenerme vigilada y controlada. ¿No le parece absurdo tener que hacer de niñera?
No podía negar que la joven estaba haciendo esfuerzos gigantescos para minar su autoestima y ego.
— Ni siquiera habla, bien; prefiero el silencio — dejó de tocar y se levantó del banco —. Nos vemos al siguiente día, lord Quinn.
Así sin más, lo dejó con la palabra en la boca.
— No hemos terminado con la lección, señorita. Ella lo miró sorprendida, pero la sorpresa se fue rápida de sus ojos para dejar en su lugar un enfado obstinado, que él empezaba a familiarizarse.
¿Cuánto aguantaría? No lo pensó; dejó que el pensamiento se esfumara. No iba a pensar en ella.
— No he venido para hacer el papel de niñera porque no me haré cargo de una niña que no sabe gestionar su vida.
— ¿Perdona?
— Como bien ha escuchado, y ahora, le enseñaré unas cuantas notas de música.
— ¿Qué pretende, lord Quinn?
Como si esa pregunta entrañara otra. No entró en su juego. Se sentó, tomando su lugar que había dejado.
— Nada más que ejercer mi trabajo, señorita.
— No necesito sus lecciones — notó su mirada puesta en él.
— Lo que usted diga, pero su padre es el que manda y no querrá que se enfade por un arrebato infantil.
Se atrevió a mirarla y pudo ver claramente una lucha interna en los ojos de la joven, al ser consciente de que podía ser observada, apartó la mirada y con una línea tensa en sus labios. De todas formas, era una niña de papá y mamá, mimada, y malcriada. No tenía razones para quejarse cuando otros en esa vida estaban peor.
— De acuerdo, enséñame — algo en su tono de voz provocó que se le erizara el vello de la nuca —, pero no crea que ha ganado.
— Si no lo supiera ya — masculló irónico.
— ¿Qué ha dicho?
— Nada — su majestad...
Debería haberle pedido un aumento al lord Stranford, aquello iba a ser más difícil de lo que había pensado. Lo que aprendió más adelante era que ese día la señorita Stranford estuvo en esa tarde de lo más suave porque posteriormente no se lo puso nada fácil.
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Mírame a mí © #2 Saga Matrimonios
Historical Fiction¿Podía surgir el amor entre un pianista, obligado a buscarse el sustento para alejarse de la tiranía de su padre, y una joven acomodada y criada entre algodones? Otra historia llena de clichés. No soy responsable de las críticas que se pueden genera...