Capítulo 27

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El murmullo de la gente persistía,  como si alguien tiraba piedrecitas a la ventana de una forma persistente. Resultaba ser molesto. Pesado. Había dejado de oírles; incluso había dejado de mover la cucharilla en el té cuando...

"Lady Rider ha regresado a Londres".

"Parece ser que las aguas vuelven a estar en calma".

Le oyó decir a una dama. Samantha se fijó en su cara y paró de hablar. ¿De qué estaba hablando?  Había perdido completamente el hilo de la conversación.

"¿Cómo será su encuentro con lord Quinn?".

La mirada de su amiga se tornó preocupada. Gigi miró sus manos tensas, notando crispación en ellas.

"No se nos ha olvidado su romance que tuvo con lord Quinn. ¿Él lo habrá hecho? ".

— Georgina...

No la escuchó, sino que se levantó de su silla. Ni esperó a su amiga y fue a la salida de la cafetería, ganándose una mirada curiosa por parte de las damas que continuaron con el tema, que ahora se había vuelto de moda.

— Eh, Gigi. ¿A dónde vas? No les creas. Son unas chismosas que cuentan de todo.

Su amiga también había salido del establecimiento.

—¿Ella ha vuelto?

— No estoy segura. No la he visto. Puede ser mentira lo que han dicho.

—Entiendo — no entendía nada; tenía el pecho que le iba a explotar —. Discúlpame, Sam. No estoy de humor para ser una buena oyente, ni una buena compañía. Hablamos por carta.

***

Corrió, corrió con la vista empañada. 

Odiaba los mosquitos.

Odiaba los grillos que grillaban por las noches, manteniéndola desvelada.

Odiaba el agua encharcada que dejaba una tormenta de verano, recordándole que el tiempo en el campo era caprichoso.

Odiaba definitivamente sus risas.

Se detuvo jadeante y se apoyó en la pared de un callejón, intentando recuperar la respiración. Inspiró hondo. Aun así...  las lágrimas salieron desbordadas de sus ojos. Imparables. Se las limpió con la manga del vestido, importándole poco si lo manchaba.

Cuando era verano, su familia y ella visitaban a sus abuelos que vivían en una comarca, situada en las fueras de Londres. No había muchos habitantes, pero los que habían, estaban cerca de los unos a los otros. Incluso, los Riders y los Portier, sus vecinos.

Una vez decidió pasear, eligiendo un camino. Ese camino les llevó hasta ellos. Atraída por unas risas, se acercó. Para pasar desapercibida, porque no creía que su presencia fuera grata, se escondió detrás de unos árboles. Ninguno de los que estaban allí se percató de su intrusa presencia. Estaba invadiendo una propiedad privada. 

Fue la primera vez que los vio. Desde entonces, se fijó en la buena sintonía que había entre ellos. Estaban allí juntos. No importaba que hubiera gente, se reducía a ellos dos.

Ahora pasaría igual.

Aunque, ella estaba comprometida, los sentimientos no sé habrían extinguido y el todavía la amaría. Había deseado que no viniera tan pronto, en verdad, que no regresara nunca. Sin embargo, contra todos sus deseos, ella había regresado. 

— ¿Señorita Stranford?

Oh, no. Esa voz era... ¡él! No la podía ver así; destrozada por su culpa  y la de Rider.  Le dio la espalda para que no descubriera esas lágrimas que la delatarían de su congoja.

¿Se había enterado de la noticia? ¿Con qué derecho iba a reclamarle si no era nada de él?

— Iros — le gritó, pero la voz le salió rota.

Maldita sean las lágrimas. 

Cerró con fuerza los ojos, apretándolos. Casi murió cuando lo sintió acercarse. 

— He dicho que se fuera. ¿Por qué no hace caso a lo que le digo?

Vete, le pidió en silencio.  Aun así, él continuó acortando la distancia entre ellos. 

— ¿Cómo lo voy a hacer si estás en un callejón y sola? No debería estar aquí. Le puede robar y...

Fue interrumpido cuando ella se giró y empezó a golpearlo.

— ¿Pero qué...? — apresó sus manos para que no lo golpeara más y se paralizó con su mirada acuosa de lágrimas y furiosa. 

Más se paralizó cuando sintió con fiereza su cuerpo contra él. Cabeceó; no podía permitirse sentir cosas inapropiadas. Ella estaba mal.

— ¿Quién le ha hecho daño?

Gigi tragó con dificultad, tenía la garganta seca como una lija. Dios, estaba cerca de él. Aun así, estaba enfadada y dolida.

— Nadie me ha hecho daño.

¿lo sabría? ¿sabría de su regreso?

— Entonces... ¿por qué está así? 

— Déjame — se intentó soltar de su agarre, de esa fuerza invisible que la atraía a él como abeja que iba a la miel. 

— Está mal.

— ¡No le importa el cómo esté! ¡No le impor...

La palabra cortada se quedó en el aire cuando el caballero agachó la cabeza y tocó sus labios con los suyos brevemente para decirle:

— Sí, me importa, señorita Stranford. Sí, me importa — su voz grave y ronca, afectada por el galope de emociones, la envolvió como una manta cálida. 

No le pudo preguntar si era verdad porque él tragó sus palabras, inclinándose sobre ella de nuevo para  atrapar sus labios en un beso más arrollador que el anterior. No la dejó escapatoria, ni oportunidad para salir. La atrajo hacia él, hacia su cuerpo, con sus manos que habían dejado de agarrar y la estaban sosteniendo, firmes, posadas en su espalda. Sintió arder bajo el toque suave de sus labios que empujaban a los suyos a moverse. Se mareó y se agarró a él, enajenada del sentido común. 

Solo pidió y suplicó en su mente que no parara de besarla.






Mírame a mí  © #2 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora