Otro trozo

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⬅⬅⬅⬅⬅ Hay un capítulo anterior


Ordenó la ropa que le había sido prestada pulcramente y la colocó encima de la silla después de haberse tomado un baño como Dios mandaba. Un baño y haberse cambiado de ropa, que era la suya. La intención fue buena, pero no se había sentido cómodo con ella.

 Tenía que acordarse de devolvérsela. Una vez ordenada, se fue al sofá. Aún no iba a dormirse; tenía el sueño esquivo. Se tumbó y reposó un brazo sobre el respaldo mientras que intentaba relajarse. 

Inconsciente, pensó en esa tarde que había vivido junto a ella. No fue premeditado acercársele. No lo fue. Solo que verla allí, desamparada y sola, se le removió algo en su pecho. Aún lo sentía, era como si lo dejara impaciente, expectante. Se tocó en el pecho para que desapareciera. Pero no desapareció, permanecía dentro de él.

¿Qué sería aquello?

Cabeceó para quitarse esa inquietud, pensó en otra cosa. 

¿Quién se iba a creer que fuera su compra unos ovillos de lana?

Nadie, respondió en su mente con una sonrisa en sus labios. Sin embargo, esa sonrisa se torció cuando le vinieron otros recuerdos de antaño.

— Ha llegado la princesita.

— Ojalá tuviera gracia, pero no la tiene.

— ¿Quién es? — intentó averiguar quién era.

— No la mires, se creerá que ha llamado tu atención. ¡Arggg, se cree doña perfecta, de la realeza, cuando no lo es!

— Me imagino cómo te sientes.

— Lo siento, Oliver. Pero no me refiero a eso. Esa chica es tan taimada, mimada, tan caprichosa... tan repelente. No le importa pisotear a quién es inferior a ella.

— ¿Se ha burlado de ti?

— No, porque me he defendido. Pero no quita que lo haga con las demás jóvenes.

Otro momento de esa fiesta.

— ¿Has visto el vestido que lleva? ¡Es horrible! ¡Y ese peinado! Parece una torre torcida.

Unas risas histriónicas la acompañaron. Tuvo que alejarse para que no le rompieran los oídos. ¡Qué desagradables eran!

— La próxima vez le prestaré mi doncella para que le haga mejor el conjunto.

— ¡Cuánto sabes de moda!

— He estado en París, queridas. Allí las modistas eran diosas de la costura, en cambio aquí, son mediocres.

Sin embargo, esa imagen que había conjurado en su mente a partir de esos momentos vividos, de la opinión de Sophie, de lo que había creído, su actitud defensiva distorsionaban con lo de aquella tarde, la vez que la vio llorando en la guardilla, escondiéndose de los demás para que nadie la viera llorar o sentir compasión por ella. Y luego estaba... su última discusión.

— ¡Es cruel! No conoce mis sentimientos.

Oyó de fondo sus latidos de su corazón.

— Se equivoca.

Quizás, sí, se había equivocado al juzgarla.

Mírame a mí  © #2 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora