Capítulo 22

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¡No! No, no.

Gritó en su mente.

No me puede estar pasando.

Cerró fuertemente los ojos y, saliendo del trance ocasionado por su inesperado beso, lo apartó con un empujón, provocando la confusión en el joven, que no se esperó esa reacción. Tampoco, ella, se había esperado el beso. 

Seguramente había sido uno de los efectos del perfume. Apartó la cara, avergonzada. Se apoyó en la barandilla, buscando algo de apoyo, un ridículo intento para sentirse un poco mejor. Pudo oírlo:

— ¿No te ha gustado?

Cuando le iba a responder de forma seca, sus ojos repararon en una figura, en algún punto de la zona de jardín. Lo vio. Abajo de la terraza. La brisa nocturna acariciando sus mechones castaños. En esos interminables segundos, se dio cuenta de algo. Había sido testigo del beso que se había dado con Finnigan. 

¡No!

Su corazón se estaba marchitando con su mirada resignada. Como si lo hubiera esperado de ella.

De una chica mimada y superficial. Caprichosa sin sentimientos, parecía gritarle con su mirada.

Volvió a oír su pregunta, esta vez no pudo escaparse. Le dio la espalda a su profesor y miró a su amigo. Todo había salido mal. ¡Todo! Ella no quería que su amigo la besara. No quería, ni mucho menos que él hubiera presenciado aquello. 

¿Por qué  su conciencia tenía remordimientos si él estaba enamorado de Sophie? 

¿¡Por qué?! Él no era su dueño. 

— No es eso, Finnigan. No creo que haya sido por decisión tuya — le confundieron sus palabras.

— Te he besado porque me ha apetecido. No veo malo en ello.

— ¡Yo, sí! — su grito le sorprendió y se arrepintió al segundo de haber sido brusca. No lo merecía, y más cuando él no sabía que había sido influenciado por el perfume —.  Seguro que lo pensarás mejor mañana porque esto no es real. Lo siento, lo siento.

No se quedó más tiempo, aunque le doliera ser dura con él porque había sido una buena persona con ella, no estaba siendo justa con él. No lo estaba siendo.

La fiesta ya no tenía sentido para ella, se había hecho añicos como un vaso de cristal que se cayó al suelo, esparciéndose por toda la superficie.  

Samantha tuvo la precaución de mantenerse callada al verla con cierta palidez en el rostro. Pero ella no tenía la culpa de haber sido una irracional. 

***

Sus pasos conforme se acercaban a la sala de música, eran más ralentizados. No estaba siendo producto de su imaginación. Oía su música, que traspasaba la superficie de madera hasta llegar a ella, y perderse en los pasillos. No le era extraña. Quieta, lo escuchó tocar una de las piezas de Chopin. Era diferente a la que practicaron una vez. La reconoció era  la de madame Camille Pleyel, de los nocturnos, op.9, número 1. 

¿Por qué había empezado la clase sin ella?

Lo escuchó un poco más antes de girar la manilla y entrar. Se le cortó la respiración nada más verlo.

No, no era su imaginación que lo evocaba.

 Estaba ahí, en el piano, ajeno a ella. Le dolió su indiferencia. Le dolió esa música que era una delicia para sus oídos. Tranquila, como si de un sueño se tratara. Deslizaban sus dedos sobre las teclas sin apenas tocarlas, con suavidad y maestría. No interrumpió la música cuando la puerta se cerró, delatando su presencia. No hubo un "buenas tardes, señorita Stranford". Solo la melodía. Tampoco, se giró para hacerle entender que la había oído. Estaba enfrascado en ella. Siendo un amante de ella.

Se acercó sin ser invitada a ello y se sentó en el mismo lugar de siempre, notando más su música, el poder de esta, envolviéndola, su cercanía. Quería quebrarlo como él lo hizo la otra noche con su mirada. 

— ¿Por qué no me pregunta qué tal me pareció el beso de Finnigan?

No hubo ninguna interrupción. Sus palabras permanecieron en el aire con el sonido de las notas y de su corazón, que latía fuertemente en su pecho. Creyó que no le respondería. Sintiéndose una tonta, tuvo el amago de levantarse. 

— ¿Le gustó?

Pestañeó y se giró para mirarlo.

— ¿Cómo dice?

— ¿Si le gustó el beso? — le repitió la pregunta.

Sus miradas quedaron entrelazadas unos segundos antes que él la apartara y continuara tocando. 

— No quería que lo hubiera hecho — se sinceró. 

— ¿Ah, no? Lo que vi, dicta mucho lejos de esa afirmación.

Eso era porque no la había escuchado, ni cuando la vio irse apresurada de allí.

— Mis sentimientos por él son de un afecto y cariño que se le tienen a un amigo, no se corresponden a los de una persona amada.

— Entonces, me apena por parte de él porque sí la estima de forma diferente.

Pero yo no lo quiero, quiso decirle.

— Es una pena que siga jugando con los sentimientos de un pobre joven que vive los vientos por usted.

Como un mazazo, sus palabras tuvieron el mismo efecto de su mirada.

— ¡Es cruel! No conoce mis sentimientos — le apartó las manos del teclado, dolida.

— Ni quiero hacerlo — sus miradas se enfrentaron —. Para usted, todo es un juego del cual quiere ser ganadora.

— No es cierto — tragó con dificultad, sintiendo la rabia dentro de ella nacer con mucho fulgor.

— ¿Ah, no? — esbozó una sonrisa con una mueca sarcástica que a ella le dolió —. Le gusta ser el centro de atención, ser halagada, recibir regalos y cumplidos. ¿Me equivoco?

Maldición. Pero ella no era así.

— Se equivoca.

Inesperadamente, de sus ojos salieron lágrimas nacidas de la impotencia. Dichas lágrimas a él lo descolocaron, confundiéndolo, sintiéndose un intruso de ello. Malvado.

 No hubo más palabras, no hubo más música porque ella bajó la tapa con un golpe seco y lo dejó solo, con el eco de sus zapatos.

Mírame a mí  © #2 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora