Cuando le dijo de ser cautos, no se imaginó aquello.
— ¿Era necesario "esto"?
Esto se refería a la ropa de hombre que se había visto "obligada" a ponerse para proteger su reputación. Incluso, llevaba una peluca de señor mayor que su amigo había robado de la cómoda de su padre. Obviando el detalle del "robo", la peluca le picaba y le molestaba en los ojos. Para que no se le cayera, su amigo había puesto la guinda en el pastel, en colocarle un sombrero.
— Ninguna queja quiero oír, Georgina. Sino, no haberme convencido de ir hasta donde está tu amado.
— No es mi amado — resopló y se cruzó de hombros. Apoyó su espalda en el respaldo del carruaje —. Ni lo creo que lo será.
— Bien que te preocupas por él.
— Él es mi profesor —¿o ya no lo era? —. Como te he repetido, no quiero que haga una locura.
— ¿Cómo emborracharse?
— Eso mismo. Deja de mirarme. Me muero de la vergüenza.
— Pues espera hasta entrar en el local. Intenta no sonrojarte mucho...
Le iba a preguntar el porqué de ello, cuando el cochero les avisó de que habían llegado a su destino. Bajaron en una calle que estaba poco transitada. Atisbó a caballeros conocidos, amigos de su padre, bajó más el sombrero.
— No te alejes de mí. ¿De acuerdo?
Asintió e intentó no alzar mucho la mirada, aunque con el disfraz no le debería sentir preocupación. Se guió por los pasos de su amigo. Parecía estar seguro y le daba algo de confianza, cosa que era muy necesaria para la misión en la que se habían embarcado los dos. Entraron en el interior del edificio cuando le vino un olor demasiado dulzón y empalagoso.
— Le gusta perfumar las estancias para que les inviten a quedarse. Hay varias zonas, iremos a la del bar. Podría ser que esté allí.
— Vamos, por favor.
Aunque, por prudencia, no debería mirar, miró, y casi se le cayó la boca al suelo al ver que las mujeres llevaban ligera, vaporosa ropa encima, la que llevaba, dejaba poco a la imaginación y los caballeros no se despegaban de ellas.
— ¡Finnigan! — gritó y el amigo asustado, se giró y le tapó los ojos.
— Perdónale, es muy tímido — arrastró a su "supuesto amigo" y lo alejó de las miradas curiosas y extrañadas de los hombres y mujeres.
Cuando creyó que estaban fuera del peligro, le quitó la mano y se topó con la mirada chispeante de su amiga.
— Espero no volver a poner un pie aquí.
— Te avisé de que no sería recomendable que vinieras conmigo.
— Lo siento, pero... Me enerva la sangre que... él pueda estar. ¡Dios! — delante de ellos una pareja, sentada en un sofá, no tenía el mínimo de pudor de... — Encontrésmole y nos largamos. No soporto estar más aquí.
El joven alzó las manos y empezaron la búsqueda. Su amiga no pudo contenerse en soltar otro grito airado. No hizo falta preguntarle el porqué cuando la respuesta estaba allí. Lord Quinn estaba en la barra de bar mientras una mujer intentaba consolarlo, por no decir que estaba poniendo mucho empeño.
Tuvo que detener al torbellino que fue directa hacia ellos. Sin querer, en su forcejeo, lo empujaron, tirando el vaso de sus manos y alejando la mujer de él, que los miró malamente. Les había estropeado su juego.
— Perdón. Perdón, no queríamos molestar.
El hombre pestañeó y le señaló con un dedo.
— ¿Le conozco? Es usted — ambos controlaron el aliento — el pretendiente de la señorita Stranford.
— Eh, sí — respiraron más tranquilos —. Finnigan, para servirle.
— ¿Quiere unirse a nosotros?
Parecía ser que no se percató de su compañero.
— No, ya nos íbamos. Creo que usted, también, lo debería hacer.
— ¿Por qué? — refunfuñó —. Lo estoy pasando de puta madre.
La prostituta se rio y reafirmó sus palabras.
— Así es. ¿Si queréis chicos, puedo buscar a una de mis compañeras para que les atienda?
— No, gracias. No queremos zarpas sucias en nuestros trajes.
— ¡Qué deslenguado! Pues iros, que nosotros estamos bien para necesitar más compañía.
Se inició una batalla entre miradas de las mujeres. Intentó poner calma, pero no fue por su parte, porque el que estaba sufriendo amores, se le adelantó.
— Tiene razón, mi amigo— se rio cuando se levantó del asiento y casi se tropezó —. Creo que estoy mareado. Ayúdame, Finnigan.
Gigi le envío una mirada de victoria, que sentó mal a la otra.
El único que estaba cuerdo y sobrio, por el momento, estaba concentrado en soportar el peso del hombre, que apenas se podía mantener en pie.
— Llama a un carruaje de alquiler. Gi, hazlo — la joven tuvo que apretar la mandíbula y hacerlo.
A pesar de las protestas de la mujer, se fueron. Parecía ser que tuvieron suerte, porque no llamaron mucho la atención de los congregados.
El cochero los estaba esperando cuando salieron del edificio. Lo ayudó a subir aunque Gigi, estando dentro, le echó una mano, tirándole hacia el interior. Los dos se quedaron casi paralizados cuando sus rostros se acercaron mucho. Nerviosa, se apartó y se trasladó hacia el otro lado del carruaje, con la respiración entrecortada.
— ¿Por qué me mira mal? Me suena su cara. Es...
Finnigan contuvo el aliento.
— Es el primo de lady Stranford, lord Pipper — se le ocurrió en ese segundo.
— ¿Tiene de prima a lady Stranford? Mi más sentido pésame — gruñó y apoyó la cabeza en el respaldo.
— ¿Cómo? — se erizó como un gato.
— Déjalo, está borracho.
— Borracho o no, se merece un puñetazo.
— Uy, qué miedo — se burló, la había oído —. No me importa recibirlo.
¿Qué hizo Georgina?
Abalanzarse, menos mal, que su ángel de la guarda la detuvo en hacer una estupidez mientras que la sonrisa burlona permanecía en la cara de su profesor.
— ¿Quiere que le dé un consejo, lord Pipper?
— No se lo estoy pidiendo.
— No defienda a quién no lo merece.
Con ese comentario, se instaló pesadamente el silencio.
Georgina, dolida, apartó el rostro, arrepintiéndose de haberlo sacado de ese tugurio de mala muerte.
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Mírame a mí © #2 Saga Matrimonios
Historical Fiction¿Podía surgir el amor entre un pianista, obligado a buscarse el sustento para alejarse de la tiranía de su padre, y una joven acomodada y criada entre algodones? Otra historia llena de clichés. No soy responsable de las críticas que se pueden genera...