Capítulo 24 (mini)

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La mirada inquisitiva de la ama de llaves no la amedrantó.

 Esperó sentada en la escalinata de las escaleras. La mujer puso los ojos en blanco al verla tan relajada sin la intención de moverse, y se fue hacia el servicio, rindiéndose. Según ella, no tenía que estar allí, esperando a un hombre a que saliera después de haberlo convencido de que entrara para que el mayordomo pudiese prestarle unas ropas. 

Sí, hasta ella estaba sorprendida. 

¡Es inaudito!, palabras dichas por la ama de llaves. Lo que debía hacer es acabar las cosas y no dejarlas a medias. Se ha cambiado de vestido, pero necesita urgentemente un baño, el cabello aún lo tiene mojado. ¿A qué espera?

A que salga y todo esté en orden, le replicó con la lógica que había en el asunto.

Después de ese intercambio, de ese duelo de voluntades, la señora se dirigió hacia el servicio, dándole la victoria. Allí, estaba ella, esperándolo. Quizás, se habría aventurado demasiado. Pero ninguno de los dos se imaginó que el toldo de esa tienda no fuera tan resistente. Claro, estaba hecho de tela. Había aguantado el suficiente tiempo hasta que no pudo soportar el peso del agua, cayéndoles encima de ellos. 

Boom.

 Adiós abrazo. Escondió una sonrisa en su mano, aunque no le había gustado separarse de él y romper el abrazo, le resultó graciosa la situación. 

— La acompaño hasta su casa —  gritó porque la lluvia amortiguaba el sonido de su voz.


—De acuerdo — los dos empezaron una carrera para llegar hasta el hogar de los Stranford.

Afortunadamente no hubo caídas que lamentar. Cuando llegaron a su objetivo, se fijaron, con las respiraciones jadeantes, que se habían cogido de la mano. Se apartaron justo en el momento que oyeron el chasquido y el mayordomo les abría la puerta con los ojos abiertos.

—Señorita Stranford y lord Quinn. 

—Buenas tardes — saludó educadamente a pesar de la situación irrisoria en la que estaban.

Gigi no apartó la mirada de él. Intuyó que se iba a marchar porque ya la había acompañado. Así cuando lo observó que iba a decir algo, le cortó al sugerirle:

—¿Por qué no entra? Wilson le podrá proporcionar un cambio de ropa nueva, y toallas para secarse.

— No quería molestar.

— No, entra — lo empujó y se dirigió hacia Wilson, que seguía sin decir palabra —. Wilson, atiende al señor, por favor. Me ha ayudado hasta llegar aquí y se merece el mismo trato que otro igual de nosotros. Como si fuera un amigo.

— Sí, señorita.

Lord Quinn le enarcó una ceja antes  de seguir por el camino que le indicaba el hombre mayor. 

Sí, había salido con la suya, pensó con una sonrisa de oreja a oreja. Así la pilló, lord Quinn, detrás del él, el mayordomo. Se levantó con el tronar de los latidos de su corazón. No sabía qué decir. Aunque le quedaba la ropa apretada, una talla o dos tallas no le hubieran quedado mal, no le quitaba nada de atractivo. 

— Señorita, como usted ha ordenado, lord Quinn se ha podido secar y cambiar.

— Sí, más o menos — se estiró un poco la manga de la chaqueta.

— Fantástico — bajó los escalones —. Gracias, Wilson. Podría hacerme un favor más.

Los dos hombres se miraron como diciendo "otro más no".

— Eh, que antes no he sugerido nada malo — adivinando lo que pensaban —. Traígale un paraguas para el señor.

— No se da por vencida, ¿verdad? — se giró hacia él.

— No. Además, ha intentado rescatar mis ovillos de lana. Es un detalle a tener en cuenta.

— Claro — esbozó una media sonrisa —. Usted, ni siquiera se ha podido secar.

Vaya.

— Bueno, yo... — se le quedó la mente en blanco cuando él se inclinó hacia ella y le recogió un mechón suelto húmedo, sintiéndose arder cuando no la había tocado apenas —. Ahora lo haré.

— ¿Lo hará?

— Sí y no sea un pervertido — le soltó y el hombre abrió los ojos. Se iba a disculpar, cuando se rio y ella se enrojeció de raíz — ¡Qué vergüenza! No quería decirle eso.

Escondió el rostro enrojecido entre los dos y él los abrió con cuidado, encontrándose con su mirada chispeante.

— Tranquila, no pensaré de esa forma de usted.

No sé si sentirse aliviada u ofendida. Un poquito de lo primero, mucho más de lo segundo.

— Aquí tiene señor, un paraguas — interrumpiéndolos.

— Gracias por todo — señaló el objeto también.

— Todavía tiene que seguir dándome clases, Quinn. Así que no es una opción que coja un resfriado. 

No hizo más que asentir y despedirse con un gesto de la cabeza. 

Gigi contuvo un suspiro y se giró hacia las escaleras, tropezándose con la mirada de Wilson. Fingió normalidad e indiferencia, aunque tenía aún las mejillas ardiendo.

— Eso es todo, Wilson. Buenas noches.

— Buenas noches, señorita.

No se guió por el impulso de aligerar el paso hasta que llegó a la primera planta, lejos de las otras miradas. 




Mírame a mí  © #2 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora