Nos leemos pronto!!
😘😘😘😘
Escocía, y mucho.
Le recordó tal sensación a un corte, un corte que perfectamente una rosa muy bonita lo haría, cuyas espinas pinchosas se introducían y provocaban un gran quemazón en la piel rajada. No le demostró lo herida que estaba por su comentario. No se lo demostró.
El traqueteo del carruaje alimentó el silencio que había entre ellos. El traqueteo y sus suspiros de desconsuelo. No le apeteció consolarlo. Estaba demasiado ofendida, aunque él no había estado consciente de su metedura de pata. ¿Quién podía culparlo?
La odiaba.
Su amigo le pidió con un gesto de la cabeza que lo ayudara a bajarlo. No tuvo más opción que callar y hacerlo, cuando realmente quería tirarlo en el arcén. Se apearon del vehículo y miraron el piso.
—Lo podemos dejar en la entrada. Ni cuenta se daría.
—Gi, no lo vamos a dejar en la intemperie. Habrá un modo de entrar, una llave — empezó a cachearlo en los bolsillos de la chaqueta y... ¡bingo! —. Aquí la tiene. Vamos.
La dama se tragó un poco el orgullo y caminó, intentando no notar la fuerza que emanaba del cuerpo del hombre. No solo la fuerza, sino la calidez, la solidez. Trató de que no fuera agradable sentirlo tan cerca de ella, ni tan tentador para que se acercara más y...
Cabeceó para quitarse esos pensamientos de encima. ¿Para qué querer algo de él, si este caballero anhelaba a otra?
No encontraron ningún obstáculo para entrar en la casa de lord Quinn. Gigi se encargó de buscar una vela y encenderla mientras Finnigan soportaba el peso hasta tuvieron suficiente luz y pudo llevarlo hasta el sofá que había en el comedor. No era un lugar muy lleno de muebles. Ni había sirvientes. Estaba muy solitario.
— Puede descansar mejor.
— No lo creo. Aun así, os agradezco el que me habéis traído hasta aquí - alzó una mano y se la colocó en los ojos, tapándoselos.
—¿Me esperas, Gi? Voy al servicio. Será un minuto si lo encuentro enseguida.
— ¡Qué remedio! ¿Por qué no se lo preguntas...? — con la palabrita en la boca, se quedó —. Fantástico, me quedo sola con él.
Se limpió las manos en los pantalones y giró para entretenerse mirando los rincones de la casa hasta pillar al encantador caballerito con los ojos abiertos y puestos en ella. Se cruzó de brazos.
— ¿Qué se le ha perdido? — ¿no había sido educada como una dama? Adiós, a los buenos modales.
—¿Me podría traer una copa? La licorera está en esa alacena. Tengo la garganta seca.
Negó con la cabeza y le dijo desde su posición.
—Sé esa excusa - echó de su mente un recuerdo —. Lo que necesita es un baño de agua muy helada.
—¿Quiere que me congele? - entrecerró la mirada.
—No sería mala idea. Así se le apagarían la lujuria y la borrachera.
— ¿Lujuria? —el condenado se rio, esa risa ronca verberó dentro de ella —. Curiosa palabra de su vocabulario
— ¿Por qué es curiosa? — se mantuvo firme.
La mirada del hombre se volvió más oscura, más intensa, y esa mano que había estado antes en sus ojos, se deslizó sobre sus labios, atrayendo los suyos a esa dirección.
— Acérquese, se lo explico — movió el dedo índice para que se acercara.
Con el recelo en sus facciones, se acercó. Sin previo aviso, él atrapó su muñeca y tiró de ella hasta hacerla chocar contra su cuerpo. Jadeó y se removió para huir de su agarre. No pudo librarse de él. Sus rodillas tocaron el suelo, doblándose, y los codos se apoyaron en el sofá.
—¿Pero qué...?
Alzó el rostro hacia él, con la respiración agitada y la indignación estrellándose dentro de ella.
—No está bien mentirme lady Stranford.
—Soy su primo...
— Para fingir debería haber seguido con la voz grave, y se le ha escapado, varias veces. El disfraz es pésimo — al mencionarlo, le empezó a quitar los accesorios, el sombrero, la peluca —Por no decir...
—¿Qué? ¿Qué más me ha delatado? —sintió su mirada recorriéndola por cada centímetro de su cuerpo, metiéndose debajo de la piel e introducirse bien adentro.
—Nada.
— Entonces suéltame — lo intentó, pero otra vez, falló —. No tiene ningún sentido que me retenga.
—No, creo que aprovecharé de mi ventaja.
— Necio, le exijo que me suelte.
Su risa apareciendo de nuevo como una cascada cálida, cerró los ojos.
— ¿Por qué? — su voz calentaba, su voz acariciaba —. Me gusta ver a la princesa a mis pies.
— Cretino — se atrevió a mirarlo, fulminándolo con la mirada que le echó.
— ¿Lo soy? — le sujetó la cara con su mano libre —. Puede que lo esté siendo, no me siento benevolente ahora mismo.
— Porque su amada lo dejó por otro. ¡Qué pena más grande estará sintiendo! El pobre sufriendo mientras ella está con otro o, mejor dicho, pronto será de otro. Debería pensar en qué regalo mandarle no vaya a ser que se le retrase y no se dignen en dirigirle la palabra. Espera, ¿está invitado a la boda?
— Arpía — se enfrentaron y se desafiaron, el ambiente se espesó, se tensó parecido a las cuerdas de una guitarra española.
Alguien carraspeó, se aparataron como si alguien les hubiera echado una jarra de agua fría.
Gigi se levantó con un adormecimiento en las piernas.
— ¿Nos vamos, Gi? — a pesar que él le hubiera quitado parte del disfraz, su amigo no hizo leña más del árbol caído.
— Sí, Finnigan. Vámonos.
— Aún no hemos terminado, señorita Stranford. No he renunciado a ser su profesor — el joven se quedó a cuadros y le preguntó con la mirada a su amiga, que no se dignó a echar la vista atrás —. Antes o después, se lo devolveré.
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Mírame a mí © #2 Saga Matrimonios
Ficção Histórica¿Podía surgir el amor entre un pianista, obligado a buscarse el sustento para alejarse de la tiranía de su padre, y una joven acomodada y criada entre algodones? Otra historia llena de clichés. No soy responsable de las críticas que se pueden genera...