La cháchara de sus amigas no atrajo su atención. El tema de conversación no parecía muy interesante. ¿Cómo lo iba a ser si estaban dando muestras de entusiasmo porque tal caballero le había dirigido unas míseras palabras? Ni siquiera la música que había de fondo, que la orquesta hacía gala para los presentes invitados de esa fiesta. Incluso, su estado de ánimo le impedía aceptar las solicitudes de baile. Con una excusa poco creíble, los rechazaba.
No tenía noticias de él. No lo había visto. Como tampoco había hablado con su padre, cosa que se imaginó que habría hecho después de irse de la sala de música.
¿Estaría bien?
— Ay, querida, tu cara no muestra misterios para mí.
— Finnigan — se giró hacia él, lo iba a amonestar, pero pasó de ello —, ¿qué misterios piensas estoy ocultando o mejor cuál de ellos muestran mi facciones? Espera, te puedo decir que ya erró. Porque no los hay.
El señorito Finnigan, desde que dieron ese paseo en el parque, estaba de una pesadez. Pero, para su sorpresa, toleraba su presencia.
— Si cambias de parecer, te digo dónde está y el porqué de su ausencia de aquí.
— ¿Quieres que pique en el anzuelo? No lo voy a hacer.
— ¿Hasta dónde alcanza tu interés por él?
— No hay ningún interés — se disculpó con sus amigas y fue a la mesa de bebidas. No se quitó de encima al caballero. Lo miró, este parecía que guardaba un as en la manga —. Desembucha.
— ¿Ahora lo quieres saber? — se hizo el remolón.
Deslizó su vista por el salón de baile atestado de gente. Seguía sin aparecer. Ni ella, tampoco.
— Quizás, no. Los amantes estarán haciendo de las suyas— su voz sonó amarga, hasta para ella misma.
— Oh, Georgina. No sabes de las últimas.
Frunció el ceño al oírlo. Se topó con la sonrisa de su confidente.
— Lady Rider se ha ido de la ciudad con su familia. Los Rider se han olido de que una de sus hijas mantenía una relación clandestina con lord Quinn y ha puesto tierra de por medio.
— Aun así, eso no se soluciona mis problemas. Se reunirán, tarde o temprano, ¿qué importancia tiene la distancia cuando hay amor?
— Pero no he acabado de contarte.
— Termina — le apremió, olvidándose de que no quería saber del tema.
— Calma. Bailemos — aceptó para fingir delante de la gente —. Uno puede atravesar un océano para ver el amor de su vida. Uno puede cabalgar horas y horas para ir hasta su ventana y pedirle una promesa de aliento. No, la distancia no es un obstáculo serio. Concuerdo con eso.
Conforme hablaba, el ánimo de la joven se bajó hasta que lo oyó decir.
— Pero sí lo es cuando la compromete con otro caballero, y parecía que no era un compromiso reciente.
— ¿Cómo?
— Tienes la oportunidad de conquistar a tu caballero, mi querida Gigi.
Ella se rio, negándole la verdad. Se detuvo cuando una idea loca le vino en la cabeza.
— Dime Finnigan, ¿qué harías si descubres que tu amada te ha mentido, te ha engañado ocultándote que estaba comprometida?
El joven se sonrojó.
— No puedo decirlo en voz alta, Gigi. Tus oídos finos no creo que lo aguantarían.
— Llévame hasta allí, Finnigan. Te lo suplico como un favor. No quiero que haga una locura por el despecho causado por esa mujer.
— No creo lo que voy a hacer. ¡Debí haberme callado!
— Dime que sí. Me invento a mis padres que voy a... quedar a dormir en casa de lady Patricia. Ella me cubrirá.
— Está bien — intentó no caerse cuando ella, en un salto, lo abrazó
—Gracias, gracias.
— Pero Gigi, tenemos que ser cautos. Alguien te puede reconocer y tu reputación se irá volando con los otros pajarillos del cielo— tuvo que apartarla porque se había abrazado a él como un pulpo.
— Lo sé.
— Cuando digo cautos, será así. Nada de gritos, nada de histeria, nada de peleas.
— Eh, que estás conmigo.
— Por eso lo digo. Por eso... lo digo.
Lo que no previó hasta qué punto serían cautos.
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Mírame a mí © #2 Saga Matrimonios
Historical Fiction¿Podía surgir el amor entre un pianista, obligado a buscarse el sustento para alejarse de la tiranía de su padre, y una joven acomodada y criada entre algodones? Otra historia llena de clichés. No soy responsable de las críticas que se pueden genera...