Adelanto (mini)

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Aunque trató de cerrar los ojos y ser ajeno a ella, no pudo ser. Era consciente de su respiración profunda, de su cercanía y de su calidez en la cama. Desde que la había depositado en ella, no paraba decirse de que era mala idea. Muy mala cuando le quitó la ropa para ponerle una camisa suya sin que los ojos no fueran a parar en sus curvas tentadoras. ¿cómo iba a hacer en no tener pensamientos sobre dicha damita y ser un santo? Imposible. De alguna manera superó la primera prueba, no pasándose del límite, ¿pero la segunda? Esa que aún lo tenía despierto. 

Acostado de lado, con los ojos cerrados, mantenía a duras penas el control de su cuerpo como el de su mente. La tentación era demasiado grande para él, que deseaba tocarla. Se decía que era por hacer las cosas correctamente y no ser un hombre sin escrúpulos. Se rio de sí mismo, golpeó la almohada para no hacerlo con él. La almohada no tenía culpa de que era un idiota, y de su promesa de hacerla su esposa.

¿Quién le hubiera dicho que acabaría así con ella, en una cama, los dos solos? 

No llegó a contestar cuando la sintió acercarse y encogerse sobre su espalda. Su respiración le calentó la piel desnuda de su espalda, erizándola y sintiendo escalofríos. No de frío. La tensión aumentó, agarrotándose los músculos por quedarse quieto. No fue su aliento lo único que sintió. Esas curvas que lo torturaban en su mente, se clavaban en él, pidiéndole a gritos que las recorriesen despacio y fuerte. Tragó con dificultad e inspiró hondo. Sus manos apoyadas en él de manera casual, e inocente. No para tocarlo. 

No podía corromperla.

 Apretó los ojos con fuerza como si fuera eso a salvarlo de sus propias intenciones. Contuvo un suspiro y se tumbó de espalda, provocando que se hundiera en el colchón y ella fuera a parar a su pecho. 

¡Bien!, las sensaciones se encrudecieron como el haber echado whisky al fuego encendido.

Cuando intentó alejarla de él, sus manos se detuvieron por encima de ella. Aunque estuviera en la penumbra, podía atisbarla recostada en su pecho, sus cabellos esparramados, su mano en el torso con sus dedos extendidos sobre la superficie lisa de su piel, rozándolo, y sus piernas entrelazadas con las suyas. Como si hubiera hecho el amor, pero no lo había hecho.

 Una sensación se introdujo en su pecho, encogiéndole el corazón, apretándoselo. Pero no vino sola. Al respirar, sintió una calidez diferente adueñándose de él, haciéndole que suspirara y la apretara contra él. 

¿Qué era aquello?, se preguntó abrumado por las sensaciones que eran cada vez más intensas.

Por ella, quería ser un hombre de bien. Por ella, quería que fuera su esposa y hacerla suya en todos los sentidos. No quería hacerle daño, antes se moriría que hacérselo. Su mano alzó y atrapó unos de sus mechones, sintiendo al segundo, su suave tacto. Los enlazó con sus dedos, masajeándolos, perdido en su propio deseo.

Lentamente, sin esperarlo, el cansancio de haberse mantenido en toda la madrugada despierto hizo mella en él, pero no sin antes de declararse en silencio como lo haría un ladrón hacia su amada, arrodillado finalmente a sus pies. 

Como un ladrón que decía "te amo" en silencio y a oscuras.

Porque así fue, le dijo que la amaba.

Mírame a mí  © #2 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora