Se situó a su lado, acomodándose en ese banco que había compartido durante días, creciendo en ellos, de forma silenciosa, la complicidad y la aceptación de sus sentimientos. Se miraron con el brillo de la felicidad destellando en sus ojos, con la picardía de ser conscientes de lo que había pasado en la noche anterior, recuerdo que se mezclaba con las notas musicales. Aun así, no se desconcentró, ni un segundo desde que comenzó a tocar. Ni ella tampoco porque lo que más le gustaba era mirarlo, escucharlo.
Aunque sería la última clase, no sería el último momento que tendrían. Porque esa misma tarde, él le pediría permiso a su padre. Pudiera ser que lo rechazara o pudiera ser que no. Independientemente de su respuesta, ellos seguirían amándose. Así se lo decían sus corazones.
Se unió a él, a su música; deslizó sus dedos por las teclas, siendo su compañera, su apoyo.
Notó su mirada sobre ella, su aprobación, su calidez y sintió que la música de ellos la envolvía, los envolvía con ese halo mágico, raro e inusual. La música de él se fusionaba con la de ella, creando alegría con cada nota, quedando reflejado en ella que iba a acorde con sus sentimientos.
No era una clase normal; era una despedida sin final.
Se apoyó sobre el lateral de su cuerpo cuando sus dedos pararon, elevando la última nota en el aire. Se quedaron así, parados, respirando el silencio y la calma de sus corazones.
Sus dedos se entrelazaron.
— ¿Quién iba a pensar que acabaríamos así? — le depositó un beso en su cabeza.
— Nadie — lo miró con ese amor que sentía por cada poro de su piel —. No pensé que acabaría fijándose en mí.
— Lo hice al principio, pero siendo un tonto, ciego y sordo.
— No fuiste el único. Nuestro primer encuentro no fue el mejor de todos — soltó una risa cantarina cuando él le mordió suavemente la mejilla, como si se tratara de una manzana; se apartó juguetona—. Ten cuidado, mi señor, porque debe hablar con mi padre y no creo que le gustará verme despeinada y sonrojada antes de su conversación.
— Tiene razón, aun así — sus dedos perfilaron la mandíbula femenina para cogerle la barbilla —, a mí sí me gustaría verla despeinada y sonrojada.
— ¡Oliver! — se rio.
Le dijo su nombre cuando las sábanas estuvieron más desordenadas en la anterior noche.
— No quiero desaprovechar un minuto de nuestra última clase — le envío una mirada maliciosa que ella le respondió con otra.
Se miraron y echó sus brazos al cuello tenso mientras él bajaba el rostro para rozar sus labios con los suyos, despertando el familiar hormigueo que se extendía y se agarrotaba en sus estómagos, provocando más ansias. Ignorando el apremio, la besó despacio, empujando ligeramente y saboreando cada recoveco. Se detuvo antes de ceder a la tentación.
Tenía una cosa importante por hacer.
— Deséame suerte — le susurró.
— La tiene — su seguridad le hizo sonreír y ganarse otro beso más en sus labios sensibles.
Lo observó irse y su corazón continuó saltando.
Parecía ser que se había quedado una buena tarde, se dijo.
Ahora faltaba saber si podía contar con la aprobación de lord Stranford a su futuro compromiso.
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Mírame a mí © #2 Saga Matrimonios
Historical Fiction¿Podía surgir el amor entre un pianista, obligado a buscarse el sustento para alejarse de la tiranía de su padre, y una joven acomodada y criada entre algodones? Otra historia llena de clichés. No soy responsable de las críticas que se pueden genera...