Capítulo 31

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Gigi dudó en entrar. Estaba enfrente del supuesto local en el que trabajaba su profesor y no había ningún guardia a la vista. El cielo se había oscurecido y estaban ahí. 

¿Cuánto tiempo había pasado desde que llegaron?

- Podría haber sido mejor esperarlo en su casa.

- Podría, pero ya que estamos, no vamos a desaprovechar esta oportunidad.

Le guiñó el ojo, provocando que ella alzara la vista hacia el cielo oscuro. El cochero de Sam estaba afuera, esperándolas para cualquier imprevisto. Les había asegurado de que no diría ninguna palabra de ello a los señores mientras que ellas volvieran sanas.

- Lo buscamos. Cuando lo encuentras, te quedas con él - dio un respingo y sus mejillas se sonrojaron -, y yo me voy. Desde mi casa, mantendré la falsa por las dos. 

- No creo que mis padres vayan a la tuya a preguntar - respiró hondo y se animó.

Levantó la aldaba que había y con ella aporreó la puerta. Miró a su amiga, esta permanecía con una expresión tranquila y segura. No demostraba ningún nerviosismo, a lo contrario que ella, estaba muerta de los nervios.  Ambas se habían disfrazado, pero no eran los mejores atuendos. El suyo le quedaba grande. Había dispuesto del que le entregó Finnigan, por cierto, no se lo había devuelto y Sam... pues hizo de las suyas con las ropas de su hermano. No lo mencionaba mucho porque pasaba más tiempo en el extranjero que en su propio país. Era un alma libre, como le dijo una vez su amiga.

Si estuviera aquí, hubieras podido ser cortejada por él y haber sido mi cuñada. ¿No sería el plan perfecto?

Plan perfecto no había sido, se dijo al recordar las circunstancias en las que estaba. 

Dejó los pensamientos atrás cuando alguien desde dentro empezó a abrir los cerrojos echados. Un hombre estirado, de buen porte y con un traje elegante las recibió, pero no fue una bienvenida agradable.

- ¿Quiénes sois?

Se notaban que no habían puesto un pie allí en la vida. No eran clientes asiduos. Sam carraspeó y puso voz de hombre.

- Somos los hijos de lord Handson y Plumfield.

- ¿Tenéis invitación?

La habían cagado. Le echó una mirada de ayuda a Sam, pero una idea le surgió de repente. 

- Un primo nuestro está dentro. Él tiene nuestras invitaciones.

- ¿Cómo se llama?

- Lord Quinn, es el pianista - esperaba no haberlo metido en problemas -. Nos recomendó tanto este lugar que nos ha sido difícil resistirnos. ¿Podríamos pasar, por favor?

- Esperad, un momento. 

- Cuánta gente hay en la entrada - inquirió una voz detrás de ellas -. ¿Hay un nuevo espectáculo del cual no me he enterado?

- Disculpe, señor. Usted, puede pasar.

¡Un momento! Él no había entrado con invitación. Se notaba que era un cliente habitual. Iban a saltar cuando el caballero se les adelantó.

- ¿Y ellos? - les señaló con la cabeza. Era un hombre con sombrero de ala ancha con una sonrisa sin llegar a dibujarse en los labios -. Se les ven ilusionados de entrar. ¡Vamos, Joseph, no seas meticuloso! Es bueno para vuestro negocio y para nuestro amigo, más gente que lo escuchará. Nadie saldrá perjudicado.

- Sí, lord Wakefield - aceptó a regañadientes. El hombre sonrió, satisfecho.

Gigi y Samantha se miraron sorprendidas. Estaban dentro, gracias a ese caballero.

 Lord Wakefield se adentró en el interior y otro hombre se encargó de guardar su sombrero, abrigo y guantes. También, lo hicieron con ellas, mientra tanto observaron lo que había a su alrededor. Estaban en un vestíbulo rectangular que daba a dos salas, en ambos laterales. Una estaba cerrada con puertas dobles, y la otra estaba abierta. Desde el umbral se podía ver de fondo un piano, colocado en una especie de tarima que ocupaba a lo largo de la estancia, alrededor de él, mesas bien organizadas con sus respectivos manteles de color crema, servilletas y ceniceros, y la zona del bar. Luego, había unas puertas, que no sabía a dónde se dirigían.

-  La próxima vez que queráis entrar - se giró hacia ellas, asustándolas -. Tendréis que mejorar vuestros atuendos. Habéis tenido suerte, a esta hora, no está lleno.

- ¿Cómo? 

¿Las había descubierto? 

- No seré yo quien os delate. No es de buen gusto ser el chivato. ¿Para qué habéis venido? O... mejor dicho, ¿a quién buscáis exactamente?

Muy bien, las dos se habían quedado atónitas. Ese hombre era muy peligroso. 

- Calmaos, no voy a  seduciros, mataros y esconder los cadáveres - leyéndoles el pensamiento -. Me hago una idea de quién es esa personita. 

Lo habría dicho de broma, ¿verdad? Les dio la espalda y abrió una de las puertas.

- Ese hombre es muy extraño, ¿podremos confiar en él?

- No estoy segura - dijo Gigi -. Quizá, nos hemos equivocado.

-  Me voy - la agarró antes de que huyera.

- No te irás hasta que esté con él.

- ¿Qué será de mí? Ese hombre habrá mentido y me matará.

Estaba exagerando.

- Tienes a tu cochero esperándote afuera.

Le echó una mirada diciéndole que aquello era de poca ayuda. La puerta se abrió y lo que ninguna esperó fue a ver salir a lady Rider. Gigi sintió en los oídos un rugido que se quedó estática. Inmóvil.

¿Qué hacía ella allí?  ¿Le había dejado entrar?  No iba vestida como un hombre.

Notó ligeramente el apretón de la mano de su amiga, pero lo sintió muy lejano.

La otra dama demostró sorpresa, también, pero fue momentáneo. Otra expresión ocupó en su rostro y no era  muy amigable. Parecía que no le iba a decir nada, así hubiera sido, sino fuera porque al pasar por delante de ellas, le dijo con mala fe:

- Su visita ha sido en vano. Él no desea verla.

- ¿Usted cómo sabe? - saltó de malos modos Sam -. ¿Acaso es su portavoz?

- No, soy su verdadero y único amor.

Gigi soportó estoica su ataque, mirándola. No iba a ceder, no iba acobardarse porque ella le hubiera visitado. ¿Habría surgido algo en ese encuentro? ¡No! Los miedos acechaban, pero ella debía ser fuerte. No podía ser derrotada fácilmente. 

- Querrá decir del pasado- le replicó con la voz firme. No iba a achantarse.

Sam abrió los ojos ante su arranque inesperado. Y lady Rider apretó los labios en una línea fina.

- Usted, vendrá conmigo, lady Rider - se sacó de la manga Sam -. Ya me iba, y usted, también lo estaba haciendo. 

- ¿Quién se cree que es?

Prácticamente la arrastró hacia  afuera. Gigi suspiró y miró la estancia vacía. No era tan ingenua para saber a qué había venido. ¿Por qué de repente se sentía tan insegura? Odiaba sentirse así porque un antiguo amor de su profesor le había visitado. Era normal, tarde o temprano habría ocurrido. Solo que al verla le había impactado.

Mírame a mí  © #2 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora