Capítulo 28.

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El domingo por la mañana me desperté al sentir los golpes en la puerta de mi habitación. Me retorcí bajo las sábanas, pero en seguida sentí un dolor incómodo en todo mi cuerpo. Sabía perfectamente a qué se debía.

—Scar, ¿estás despierta? —habló la voz de mamá del otro lado.

—Sí, pasa —respondí en medio de un bostezo.

Entró mi madre envuelta en un vestido negro, arrastrando el olor a perfume consigo y poniendo un pendiente en su oreja. La miré con el ceño fruncido debido a que mis ojos aún estaban abriéndose.

—Iremos donde la abuela —anunció—. ¿Vienes?

—No, me quedo aquí —dije mientras me acomodaba en la cama y me cubría hasta la barbilla con las sábanas.

Con tan sólo moverme, mis músculos se contraían con fuerza, sobre todo los de mis muslos, cansados, agotados y adoloridos. Quise sonreír, pero mamá aún estaba frente a mí, quizás esperando a que cambiase de opinión.

—Bien —dijo al fin—. Dejé dinero en la mesa. Asea el baño. ¡Te amo!

Terminó la frase cuando ya estaba saliendo de mi habitación y volviendo a encerrarme en mi espacio personal. No respondí; sólo me quedé tendida mirando hacia el techo, observando las imágenes que sin querer aparecían por mi mente. 

Zayn, Zayn, Zayn...

No podía creer aún que la noche pasada había sido una de las más especiales de mi vida, si es que no la más especial de todas. ¿Así que a eso se le llamaba "ver estrellas", "tocar el cielo"..., hacer el amor con la persona que más lo deseas?

Porque sí. Hicimos el amor. Nada más que eso. Fue hermoso, perfecto, y él me deseaba tanto como yo a él. Me trató con tanta delicadeza y gentileza que logró hacerme olvidar por todas esas veces que me sentí usada y abusada. Porque Zayn jamás me forzaría a nada que yo no quisiese. Jamás.

*

Ya eran cerca de las seis de la tarde y yo estaba tendida en el sofá, aún sola, viendo televisión, cuando en ese preciso momento sentí cómo mi estómago gruñía del hambre. No había comido nada en todo el día, pues mi estómago parecía estar demasiado lleno de las mariposas que el pensar en Zayn me producía, así que, con todo el dolor de mi cuerpo, me levanté y caminé a la cocina. Busqué por los muebles algo con lo que alimentarme, pero, o los cereales estaban en la despensa más alta o estaba muy floja como para prepararme fideos, así que, con el pesar de mi alma, volví al sofá.

Hasta que sentí un ruido.

Miré por encima del respaldo del sillón, sin embargo no había nada. El ruido volvió a repetirse; esta vez se sintió como el chirrido de una puerta al abrirse. Me encogí en el sillón, sin saber qué hacer además de apagar la tele para escuchar con claridad. Otro ruido más; ahora como si se tratasen de pisadas provenientes de la puerta principal. Me levanté con cautela, esperando a no hacer ningún sonido y avancé hasta quedar de espaldas a la pared que me separaba del pasillo de la entrada. Vi cómo una sombra se barría por el suelo. Mierda. Cerré los ojos y apreté mis puños, deseando no morir con lo que estaba a punto de realizar.

Y me lancé hacia quienquiera que estuviese del otro lado, soltando un ridículo grito ninja.

—¡Mierda!

Al por fin ver a la persona y reconocer la voz, solté el cabello de Harry y me alejé varios pasos hacia atrás, aún con el corazón en la garganta, pero ahora más molesta que asustada.

—¿Qué carajo estás haciendo aquí? —grité.

—¡No quería asustarte! ¡En serio! —exclamaba, pero era demasiado tarde, porque yo ya estaba empujándolo y golpeando su pecho con intenciones de sacarlo de mi casa.

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