Capítulo 34.

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Eran alrededor de las diez de la noche y noticias de Scarlett eran lo que menos tenían en su poder los señores Georgia y Julian Lemarie. La preocupación comenzaba a comérselos y la paciencia ya se les agotaba. Habían hecho todo lo que tenían al alcance: llamaron a la policía, al instituto de Scarlett e incluso han mostrado fotografías en las calles, pero nadie parecía saber nada al respecto de la desaparición de la chica.

Georgia Lemarie lo sabía. Sabía que algo andaba mal incluso desde mucho antes. Ahora no podía dejar de llorar. Su niña no mostraba señales de vida. Mientras, su padre estaba intentando comunicarse con la única persona que probablemente podría saber de Scarlett: Emma.

Luego de dos pitidos, Emma contestó el teléfono.

—¿Hola?

—Emma, hola, soy el padre de Scarlett.

—Oh, ¡hola! ¿Qué sucede?

—Me preguntaba si Scarlett está ahí contigo o si has sabido de ella estos días.

—Um... no. No, la verdad es que no he hablado con ella hace varias semanas —Emma se puso de pie y, con su celular en mano, comenzó a dar vueltas por la habitación, comenzando a preocuparse—. ¿Está todo en orden? ¿Scar está bien?

—No, la verdad —Julian suspiró—. No ha llegado a casa hace dos días. Estamos muy preocupados. De hecho, la policía ya está en el caso.

—¿Qué? Pero... ¿cómo? Oh, Dios... —apenas murmuraba Emma—. Seguramente ya aparecerá. Dios... Avisaré a todos a ver si saben de ella.

—Muchas gracias, Emma. Adiós —y sin esperar respuesta, el señor Lemarie finalizó la llamada.

Sentado en el sofá, a un lado de su mujer, colgó el teléfono y frotó su rostro, preocupado, cansado.

—Tampoco sabe de ella —le informó a Georgia.

Georgia dejó caer su cabeza en el hombro de su marido, desconsolada, llorando como si el mundo se hubiese acabado. No podía creer que esto le estuviese pasando a su familia.

—Esto debe ser una broma —sollozaba—. Esto no puede...

Pero el teléfono de la sala interrumpió sus palabras. Ambos lo miraron un instante, sonando sólo a unos pasos de distancia, en la pequeña mesita de madera al lado de la televisión, pero fue sólo uno capaz de levantarse y cogerlo. La señora Georgia Lemarie. De alguna forma sentía como si la llamada fuese para ella, incluso cuando la pantalla anunciara la llamada de un número privado.

Cientos de cosas se cruzaron por su cabeza antes de levantar el teléfono, como si un horrible flashback de su adolesencia se transmitiera en blanco y negro, lleno de humo, polvos blancos, jeringas. Miró a su marido, aterrada, y contestó.

—¿Residencia Lemarie? —escuchó una ronca y rasposa voz del otro lado.

Le reconoció en seguida. ¿Cómo no hacerlo?

—Jeff —susurró.

—¡Vaya, pensé que no me reconocerías, Geo! —rió con un reconocible y familiar desprecio que a Georgia le erizó la piel.

—Déjala en paz. No le hagas nada, ¿oíste? —la voz de la mujer no era más que un tembloroso susurro.

—¡Qué casualidad! —volvió a reír—. Eso es exactamente lo que ella dijo sobre ti.

—¡Le tocas un pelo de su cabeza y estarás muerto en dos segundos! —la rabia se desató sobre Georgia y no pudo evitar gritar directo al teléfono.

Julian se quedó en el sofá, con las manos en el rostro y queriendo sacar de su cabeza todos esos malos recuerdos que el nombre de Jeff le traían. Debió suponerlo. Él iba a volver tarde o temprano.

—¡Pues qué raro! —exclamó Jeff dando vueltas alrededor de la silla en donde se encontraba Scarlett, quieta, observando nada más que sus pies, incapaz de hacer algo para enojar a su secuestrador—. Justo ahora estoy acariciando su hermoso cabello y, por lo que veo, sigo perfectamente vivo.

—¡Déjala ir! —seguía gritando Georgia—. ¡Ella no sabe nada!

—Pues quizás es momento de que se entere —su voz fue totalmente sombría, oscura y aterradora hasta el punto en que Georgia y Scarlett se estremecieron en el mismo segundo.

La señora Lemarie pasó su mano libre por su rostro, temblorosa y sin saber qué hacer. Tenía la esperanza de que Jeff se olvidara de lo sucedido, incluso dieciocho años después, y que Scarlett jamás se llegara a enterar de lo que eran sus padres poco antes de que ella llegase al mundo.

—¿Mamá? —escuchó de repente. Su voz. La voz de su niñita, ahora tan asustada y sobresaltada.

—¡Scarlett, Dios! —no pudo evitar llorar en seguida—. Todo estará bien. Te sacaremos de ahí. ¿Te han hecho algo? ¿Estás bien?

—Me secuestraron, mamá. Harry y Zayn lo sabían; eran parte de todo esto.

—No llores, preciosa —Georgia intentaba calmarla—. Saldrás de ahí. Pero debes saber esto de todas formas...

—¿Saber qué? —Scarlett en seguida supo que algo no andaba bien con su madre, y estaba segura de que la verdad le arrebataría la poca confianza que le quedaba sobre el mundo.

—Todo empezó cuando conocí a tu padre, quien era amigo de Jeff en ese entonces. Éramos jóvenes y no sabíamos lo que hacíamos. Jeff era un traficante de drogas y nosotros, tu padre y yo, éramos sus más fieles clientes. Íbamos juntos a todos lados, en Fracia, donde tú naciste y donde crecimos tu papá y yo. Éramos inseparables, nada podía contra nosotros, y menos si estábamos llenos de droga: anfetaminas, cocaína, heroína, e incluso crack. Cuando supe que estaba embarazada de ti, tu padre y yo nos encontrábamos en la miseria, viviendo literalmente en un callejón. Intentamos pedirle dinero a Jeff para pagar lo básico del embarazo hasta que encontráramos un trabajo, pero se negó: su dinero y sus drogas eran más importantes, sobre todo en tiempos de crisis. Ni siquiera podíamos pagarnos un aborto, así que tu padre decidió drogar a Jeff con una de las drogas que él vendía: Roofies, y le robamos todo el dinero y la mercancía. Nos fuimos a otra ciudad, sin mirar atrás y prometiéndonos que romperíamos todo el contacto que teníamos con Jeff; ni siquiera diríamos ni pensaríamos en su nombre. Con el paso de los meses, pudimos alquilarnos una habitación, donde seguíamos consumiendo drogas y nos emborrachábamos en secreto. Cuando tenía ya cuatro meses de embarazo, comencé a tener síntomas de pérdida, y una parte de mí esperaba perderte, para que no conocieras la basura de mundo en la que vivíamos tu padre y yo. Sin embargo, luego de tratamientos y una promesa de mi parte sobre no volver a consumir ninguna droga, o al menos no en la cantidad en que hacía antes, no te perdí. Tres meses después, naciste en el baño de nuestro cuartito. La dueña del lugar fue de gran ayuda con respecto a tu nacimiento, e incluso fue ella quien nos ayudó a cruzar desde Francia hacia Inglaterra en camión sin ser vistos. Dejamos las drogas debajo de la cama en la habitación alquilada, sólo nos fuimos contigo, la ropa puesta y lo poco de dinero que nos iba quedando. Nunca volvimos a saber de Jeff, pero sabíamos que no descansaría; era un hombre muy perseverante y extremadamente vengativo. Sabíamos que volvería..., pero no esperábamos que lo hiciese a través de ti ni con ayuda de dos chicos más jóvenes... Lamentamos ocultarte todo esto. Sólo queríamos protegerte...

La llamada finalizó. Sin más preámbulos. Sin previo aviso. Simplemente terminó con el último suspiro de arrepentimiento proveniente de los labios de Georgia. Sin embargo una parte de ella se sentía más aliviada: su hija ahora sabía lo que eran realmente sus padres.

Ahora sabía lo que pasaría. Georgia y Julian se miraron un buen momento y corrieron a los brazos del otro, disfrutando del pequeño momento antes de que forzasen las puertas y todo estuviese acabado.

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Uno más por hoy :D Lo hubiera publicado antes, pero me quedé pegada viendo la sexta temporada de Glee kdsfhj♥. Esto ya resuelve un poco, pero todavía falta que (spoiler) Zayn cuente su parte♥.

Capítulo dedicado a @angelacabezas25 ♥

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