XLV

475 73 36
                                    

Guerreros de las mayores razas de Yanara, llegaron al final del desierto Sahara, que limitaba con el de Phoenix, en un terreno descampado donde en la antigüedad, se llevaron a cabo los mayores enfrentamientos entre territorios.

En la guerra mágica, cuando los Elefantes y los Rinocerontes, se enfrentaron contra los Hipopótamos, los tres cambia-formas colosos. Porque estos, con su insaciable hambre, habían representando un peligro para todos los cambia-formas.

O en la fundación de una Capital cultural civilizada, donde Marsupiales y Lémures, lucharon por la liberación de sus hermanos esclavizados a garras de los Felinos, reclamando un terreno de paz e igualdad inalterable por los tratados entre especies.

Ese día se volvería a disputar la libertad, solo que con una convicción diferente, donde enemigos en el pasado, se unían para reclamarle a los seres alados, que se creían excepto de sus leyes por vivir en los cielos. Ellos habían comenzado esta guerra, atacando a miles de inocentes como represalia a la negación de sus demandas, rompiendo los tratados de paz establecidos entre especies, bajo la arrogancia de su superioridad, mostrando sus verdaderos colores.

Las especies de Yanara eran orgullosas, poderoso como ningún otro territorio, todos estaban dispuestos a pelear y aceptar las condiciones del bando ganador. Esa era la filosofía de las tierras bendecidas por el Gran astro. En el campo abierto se alinearon los terrestres, enfrentando a los guerreros alados. Uno de los lados graznó en distintas frecuencias, mientras en el otro seoyeron desde rugidos hasta gritos ceremoniales.

Los felinos sacaron las garras, saltando encima de las figuras, luchando para traspasar su escudo de plumas y rasgar la tierna carne. Los Elefantes acudieron a su forma animal, pasando imparables entre la formación de sus enemigos emplumados, con sus lomos llenos de Gacelas, Cebras, Oryxs con esplendidas lanzas, apuntando a los puntos vitales o hiriendo los tendones de las alas para que se le dificultara volar.

Mientras un Búfalo tomaba por sus callosas patas a un Buitre, rompiéndoselas; un Águila clavaba exitosamente sus cuchillos en un Leopardo, que rugiendo agoniza por la herida. La mordida implacable de un Lobo le arranca la cara a un Rompehuesos. Dos Leones se lanzan contra un Cóndor, desestabilizándolo, un Lémur aprovecha para atacarlo. La encarnizada batalla es pareja, pues se necesitan de varias técnicas, diversos talentos y la ferocidad de varios terrestres, contra la fuerza y rapidez de sus enemigos de los cielos, de figuras mucho más grandes y resistentes.

Lejos en el risco de la montaña Agate, la única entrada terrestre al reino de las alturas, una pequeña Lechuza batía con fuerzas sus alas, que débiles nunca habían soportado esa presión. Fue difícil, pero estar allí era increíble, tan etéreo como se veía desde la tierra. Yeosang siempre lo admiro con anhelo, imaginando los detalles por los pocos trazos que podía apreciar desde su posición.

Camino por lo que parecía un parque, donde las espesas nubes acariciaban el piso, desplazándose entre el sólido como las maravillas intangibles que eran. El material de las construcciones eran iguales a los que conocía, con el piso levemente terroso, un camino de piedras, césped verde, bancos de madera, piedra pulida delimitando los jardines. Había una clase de mirador flotando como perdido en un océano de nebulosa lavanda, donde un camino de baldosas desafiando la gravedad guiaba su camino al sitio.

La flora si era diferente, con árboles enanos y flores pequeñas, en colorines casi irreales y formas pomposas, escondiéndose entre las hojas que parecían de felpa. Se acercó hasta la limitación, que no parecía marcada por nada, pero tampoco como una terminación brusca, sino como la ilusión de que había más, que podías seguir, solo tenias que extender tus alas.

Yeosang lo hizo, voló bajo, encontrándose de frente con una aglomeración armoniosa entre islas flotantes. Una parecía un complejo de apartamentos, solo que la puerta principal estaba al frente, como casas apiladas una encima de la otra, pues claro, no necesitaban escaleras entre los pisos.

¡No soy un corderito! {Sanwoo} [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora