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Poche: Lo... lo siento. (Se disculpó poche por haberle pellizcado un pezón muy fuerte, y a calle le sorprendió que lo hiciera).
Calle: No pasa nada...
Poche: Si, si pasa te he hecho daño, y eso que no he llegado a nada. (Suspiró mirando sus manos que aún estaban ahuecando los sensibles y duros pezones de calle, por fuera de la camisa. Las retiró rápidamente. Deseaba a esa mujer como nunca había deseado a nadie. Y ahora que se arrepentía de lo que acababa de pasar, intentaría que eso, no volviera a suceder.) Lo siento. (Repitió de nuevo ella avergonzada).
Calle: No pasa nada. (Dijo ella sonriendo y acariciándole el pelo a la chica.) Sé que no lo hiciste con mala intención. (Se bajó de la mesa en la que poche la había sentado) olvidémoslo, solo fue un calentón.
Y vaya con el calentón. Calle sirvió los platos. Sabía que a pesar de que le había dicho a poche que se olvidaran de aquella tontería, poche no tendrían el mismo trato. ¿Y qué trato? Si poche la odiaba... y ella a poche. Era ruda, arrogante y creída. Que estuviera buena era un tema aparte. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Poche era experta en tratar a las mujeres, y ella apenas sabía nada sobre el sexo. Ni pensar en acostarse con poche. No, no, no. ¿Y si eso volvía a pasar? Intentaría evitarla, aun que desearía que no fuera así, y que ella y poche guardaran las distancias.
Mario: Te ha quedado muy bueno... (Dijo Mario rompiendo el hielo).
Calle: Oh... (Calle se sobresaltó) gracias.
Mario: ¿Son raviolis, no?
Calle: Si... aficionada a la comida italiana. (Sonrió) y con esta salsa carbonara están buenísimos.
Poche no dijo nada en toda la cena. Calle se sentía algo cómoda con unos ajustados bóxer de licra de poche, aun que le hacían bolsa por delante... otra de las muchas cosas que delataban el tamaño de su masculinidad. En el café Mario volvió a romper algo el silencio.
Mario: ¿Y estás con alguien?
Calle: ¿Cómo? (Ella rió) no, no tengo novio ni nada ahora mismo. (Sonrió).
Mario: ¿Y Villalobos?
Calle: Sebastián no es ni era ni será nunca mi pareja. (Se rió)
Mario: ¿Pero te acostaste con él? (Calle casi se atraganta con su cortado)
Calle: Por dios, no me acostaría con él. (Se rió) Yo... (Estuvo a punto de desvelar algo, de pasar vergüenza delante de un hombre y una mujer que se la comían cada vez más con los ojos, expertos en la cama, seguramente.) Yo no tengo tan mal gusto.
Mario y Poche se rieron.
Poche: Así me gusta. Así que nada de nada con Villalobos... ni trato, ni hecho. (Sonrió poche) pero juraba que tú eras otra de las zorrillas de su cama.
Calle la miró mal. Se levantó y se fue hacia donde Poche le había enseñado la habitación de invitados.
Mario: Perfecto señorita sabelotodo, la has cagado... hasta el fondo. (Masculló Mario recogiendo su plato).
Poche se encogió de hombros, ayudando a recoger los platos y meterlos en el lavavajillas. Una mujer dura, pero no le quitaba el ama de casa que llevaba dentro. Cuando terminó se dirigió al cuarto donde estaba calle. Dormida. Estaba tumbada con una pierna arqueada. Su propia camisa subida, dejando ver el plano vientre con el ombligo. Se acercó, con silencio por algo ella era agente de la CIA porque sabía tener cuidado. La tenue luz de la lámpara resaltaba sus rasgos. Su pelo caía despeinado y natural por la almohada. Su piel ligeramente bronceada, los parpados cerrados, la respiración pausada y tranquila. La excitación volvió al ver toda la imagen, acompañada del aroma a mujer que desprendía, que había impregnado una de las habitaciones de su propio chalet el que solo olía a testosterona de Mario y al perfume que ella solo usaba. Se inclinó para olerla. Melocotones, fresas, todas las flores del mundo juntas. Se subió con cuidado en el pie de cama y se quitó el jersey. Demasiado calor.
Siguió avanzando y se inclinó, subiendo con sumo cuidado el jersey de ella hasta por encima del pecho. Los observó con cautela, embobada, y nunca mejor dicho. Y calle seguía plácidamente dormida. La pausada respiración hacia que los pechos subieran y bajaran rítmicamente. Poche se tuvo que desabrochar los pantalones, no podía más. Si seguía así le quedaría la cremallera de los pantalones marcada de por vida. Sintió un gran alivio. Se inclinó, quería probar esos estupendos pezones. Quería que la suave piel de calle se erizara por su culpa, quería que sus deseables pezones se erectaran a causa de su lengua. Tenía ganas, pero si hacia algo así, la despertaría. Se contuvo y la siguió observando. Bajó la mirada hacia el bóxer. Se colocó entre las piernas separadas de calle. Quería acariciarlas, quería tocarla, toda. Rozó sus labios contra ese bóxer tan jodidamente conocido. Ahora impregnado de la feminidad, de la flor de calle. Estaba dura, estaba más que eso.
Calle sentía la respiración de poche. Hacía rato que sentía su presencia, no estaba del todo dormida, y eso la había acabado de despertar. ¿Qué haría? Ella se había dejado desnudar casi completamente. Poche le había echado un vistazo a sus pechos, y ella no se lo había impuesto. Estaba tan sumamente excitada que aceptaría cualquier cosa que poche le ofreciera. A ella le vino ese dulce y fuerte olor de nuevo. Sonrió. Excitada, caliente.
Eso fue la gota que colmó el vaso, Poche iba a correrse antes de mojar. Sonrió de nuevo y miró la supuestamente cara dormida de Daniela. Volvió a inclinarse, deseaba con todo su ser saborear a calle, hasta la última gota de ese manjar delicioso que emanaba de su pura feminidad. Le arrancó el bóxer, bajándolos con los dientes. Todo pasó tan rápido, que cuando calle se dio cuenta, ya tenía la lengua de poche paseándose, disfrutando, de arriba abajo por toda esa mojada hendidura.