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Ya habían pasado tres meses desde que había llegado a Madrid, me había incorporado bien al ambiente, aunque la escuela aún era una pesadilla, no había podido compaginar con mis compañeros, la mayoría eran estresantes, no podía encontrar algo en común con ellos, hacían mi vida escolar una pesadilla, lo único bueno de ahí eran mis almuerzos con Álvaro, era la única persona que no me odiaba.

—¿Por qué no come con sus compañeros?

—Porque es más divertido comer contigo.

—No es normal que comas conmigo.

—¿Prefieres que coma sola en otro lado?

—¿Por qué comerías sola?

—Porque mis compañeros son unos idiotas, la mayoría no me tolera, me hacen la vida imposible y tú haces mis almuerzos...

—Yo lamento escuchar eso, espero que en algún momento mejore esa situación.

Compartimos ese momento, después regresé a clases, duraron hasta las tres de la tarde, pero justo a esa hora me iba a recoger Daniel, habíamos quedado de vernos, quería que fuéramos a su casa porque íbamos a ver una película, pasar el rato, tener una especie de tarde romántica; él llegó puntual, me dio un beso y emprendimos el camino hacia su casa, me había dado cuenta que no era el departamento de mi anterior Daniel, éste era distinto, ahora debía dejar de compararlo; Álvaro me esperaba en el coche, porque le dije que tardaría.

—¿Estás bien?

—Sí, es agradable que me trajeras a tu casa.

—A mí me gusta tenerte conmigo.

Mientras nos acercábamos a la sala me comenzó a besar, quería desabrochar mi blusa, pero se lo impedía con ciertos movimientos,  me recostó en el sofá, su peso me estaba aprisionando, tenía una estrategia para dejarme parcialmente inmóvil; comenzó a subir mi falda, sus manos recorrían mi cuerpo, me estaban dando náuseas sus caricias.

—Para, por favor, no me gusta.

—Haré que te guste.

Me besó más fuerte, me intenté mover más, pero no conseguía hacerlo, él me tenía aprisionada, terminó por romper mi blusa del uniforme, me arrancó la falda, estaba casi desnuda ante sus ojos.

—Te ves hermosa.

Mis lágrimas se volvieron constantes, pero en cuanto él se comenzó a bajar el pantalón dejó de rodearme las piernas, pude darle un rodillazo y salir corriendo de su casa, necesitaba alejarme bastante de él, intentaba cubrirme para estar en la calle, busqué cómo pude el carro para irme a mi casa; ese Daniel no tenía nada que ver con el conocí mientras estaba en coma, después de recorrer la calle un metro, Álvaro me vio y de inmediato me puso su saco.

—Sarah, ¿qué sucedió?, ¿estás bien?

—Él... Intentó...

—Sube al auto, me haré cargo.

—¿Qué harás?

—Hacerme cargo, por favor, sube al auto y espera ahí.

Me subí al auto, cerré la puerta, Santos se dirigió a la casa de Daniel, esperé que se alejara y bajé para ir tras él, no quería que se ensuciara las manos, no valía la pena hacerlo, Álvaro había caminado demasiado rápido, cuando yo entré a la casa él ya estaba encima de Daniel, lo estaba golpeando demasiado, casi estaba dejándolo inconsciente.

—Detente, por favor...—Dije llorando, no me había percatado que no paraba de llorar.

—Te dije que te quedarás en el auto.

¿Sólo yo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora