Layla
Caminé en pantuflas hacía la cocina de mi hermano buscando algo que comer. Me había levantado con muchas ganas de seguir envuelta en todas las cobijas pero, sandía se movía demasiado en las madrugadas y me era imposible dormir.
Eran máximo las tres de la madrugada y mis ojos se cerraban solos, aún así tenía hambre.
Tomé jugo del frigorífico y una fruta picada que estaba en un boul. Al acabar de comer eso, caminé hacía la recamara de mi hermano y toqué algo adormilada aún.
Luego de unos segundos un Alex con el cabello todo revuelto y hecho una maraña salió de allí acostumbrándose a la poca luz que salía de mi habitación.
— Sandía no me deja dormir — el se cruzo de brazos para luego indicarme que entre haciendo un movimiento con su cabeza.
— Acuestate en mi cama — salió por un momento de la recamara y volvió en segundos para luego acostarse a mi lado.
— Se mueve mucho — Señalé mi panza y el pequeño bulto más claro en mi costado izquierdo.
Alex levanto mi camisón dejando ver mi panza con más claridad al encender la luz de la mesilla.
— ¿Sandía? — preguntó — Oye, necesito dormir, mañana tengo cosas que hacer y tu mami también quiere dormir ¿puedes quedarte junto a tu apuesto y sexy tío sin moverte? — Habló pasando una mano por mi abultado vientre.
El empezó a mover su mano por toda mi panza mientras yo me acomodaba en su cama, apagó la luz para luego girarse mientras yo me quedaba dormida. Pasé una de mis piernas por las suyas y agarre su torso.
— Me querías de almohada, para eso viniste — Murmuró
— Las almohadas no hablan — Dije suspirando cayendo dormida al instante.
[...]
— Dijo que podrías ir a la casa — dijo Alex refiriéndose a mamá.
— Me asusta el hecho de que se que aún esta enojada conmigo — Moví mi leche chocolatada.
— Tranquila, mamá es una mujer muy imperativa lo bueno es que papá habló con ella ayer antes que les dieran el alta y pues se la veía más pasable — Se apoyó en la mesilla mientras movía su café.
— Está bien pero, no tengo como irme, espérame porque no quiero tomar el taxi — Me levante dejando apreciar mi pijama de Pony.
El se rió carcajadas.
— Creo que ya deberías dejar de usar eso, tienes casi dieciocho
Señaló.
— El espíritu de niño nunca muere, menos el de pony.
[...]
— Tengo que irme a la empresa ya. Suerte — Dejó un beso en mi frente y asentí.
— Adiós — me despido al bajar del auto.
Lo observé alejarse para luego darme cuenta de los dos autos aparcados fuera de casa y en uno de ellos estaba el chófer de los abuelos. Me apresuro a entrar y al hacerlo los recuerdos y la nostalgia me invadieron. La casa había cambiado ya no era la misma, ni los colores, ni la decoración.
Todo era diferente.
Escuché unas risas en el jardin. Caminé todo el lobby y luego la sala de estar para pasar por las puertas que daban allí.