38- Peligro en el aire

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*Paula*

Pero ni la voz ni el pinchazo desaparecieron. Y cuando abrí los ojos, la escena era diferente otra vez. Había un tronco de árbol en medio de la ventanilla del lado del copiloto, tenía un montón de pequeños trozos de cristal encima, y Álvaro tenía mi cara cogida con sus manos. Un hilillo de sangre le salía de la nariz, y sus ojos estaban al borde del llanto. Y cuando me centré, lo recordé. El Jeep negro nos había embestido, y habíamos chocado de lado contra los árboles que había en el borde de la carretera.

-Álvaro: ¡Paula! Contéstame cariño. Reacciona por favor -mi primer pensamiento fue que eso no lo había vivido, por lo que tenía que ser nuevo... El ahora- menos mal... -respiró aliviado y volvió a acariciarme la cabeza, hasta que mi grito ahogado le hizo levantar las manos, mirándome fijamente- tienes una brecha en la frente... Lo siento. ¿Te encuentras bien?

-Sí, creo que sí... Y a ti te sangra la nariz.

-Álvaro: tenemos que salir del coche. ¿Puedes moverte?

-Sí... Los airbags han servido para algo.

-Álvaro: y tanto ¿Crees que puedes saltar por encima de la palanca de cambios?

-¿Bromeas? Ya has visto cómo tenemos que aparcar en el pueblo -tras regalarme una media sonrisa y un fugaz beso, empujó la puerta del conductor y poco a poco con su ayuda conseguí salir del coche.

La escena era caótica. Unas ramas del árbol contra el que habíamos chocado se habían partido, y estaban caídas encima del techo del coche. El lado izquierdo del frontal estaba destrozado. Debería haber sido ahí donde nos había golpeado el Jeep. Todos los cristales estaban reventados, y las ruedas fuera de su lugar. La suerte que habíamos tenido se debía a la baja velocidad que llevábamos en el momento del impacto, pues sí no... No quería pensar en el caso contrario. Enganchado en mi cinturón, el walkie-talkie que me habían dado aquella mañana empezó a funcionar. Dos guardias montados nos habían visto desde lejos, y habían puesto sobre aviso a los servicios de emergencia.

Lo siguiente que vino fue peor que una batalla. Una ambulancia de la Cruz Roja certificó que Álvaro y yo estábamos bien. En mi caso fue más que me dejaron por imposible, pues tras ponerme tres puntos de aproximación me negué a ir al hospital, ya que no me dolía la cabeza y... Odiaba el hospital. Así que me dejaron con el aviso de que si sufría mareos, malestar en general o dolor, fuera de inmediato.

Tras la Cruz Roja, vinieron los atestados de la Guardia Civil. La prueba de alcoholemia dio negativa, al igual que la de estupefacientes, y entonces nos interrogaron sobre lo que había pasado. Álvaro sólo vio al coche cuando yo grité, y entonces pisó el freno. Y yo describí como pude lo que vi a través de las zarzas. No había ningún resto de pintura del Jeep en el Peugeot, las únicas pruebas que había eran las huellas de los neumáticos y dos parciales de una bota de montaña. Tras las indicaciones que les dimos a los agentes, se confirmó que el coche se había colocado en el punto ciego del retrovisor. La hipótesis que barajaban era que tal vez fuera un cazador furtivo al que le había estropeado la caza del día, y había querido darnos un susto. Parecía que no había sido la primera vez que sucedía algo así.

El principal problema de todo aquello estaba también en que Álvaro tenía que volver a casa para coger las maletas e irse a la gira de dos semanas. Todos habían salido esa mañana en la furgo, y él había dicho que llegaría más tarde por comer conmigo. Aunque ahora se retrasaría algo más. Así que como pude, siendo plasta y poniendo mi típica cara de "me da igual lo que me digas", le convencí para que se llevara mi coche, mientras yo usaría uno de patrulla normalito. Después de lo que había pasado, me quedaba mucho más tranquila sabiendo que se llevaba un coche que habían equipado para resistir hasta el Apocalipsis, antes que otra cosa.

4- This is the lifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora