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*Capítulo corto*


El sonido de la lluvia y el piano eran todo lo que se escuchaba en ese espacioso y cuidado salón. Las gruesas gotas de agua repiqueteaban contra la ventana acompañando a los diversos sonidos proyectados por las teclas, en una apacible melodía que haría dormir los sentidos.

La casa se encontraba en absoluto silencio normalmente a esa hora, sólo las notas del piano revoloteando en el ambiente y acariciando sus oídos. El más bello sonido.

Sus manos aún eran inexpertas e infantiles, pero cuántas veces le había dicho su profesora que esas manos estaban hechas para ese instrumento, que sería un pecado no aprovecharlas y que esa agilidad y ligereza innatas no tenían más propósito que ese, que su dedicación plena a aquel preciado objeto que tenía ahora delante.

Y el niño de cabellos negros afirmaba y sonreía con satisfacción porque no recordaba un momento en el que no hubiese deseado un piano. Echaba la vista atrás, hacia aquel juguete con 4 teclas de colores que aporreaba cuando apenas tenía un año y del que, como es lógico, no recordaba nada pero descansaba en el trastero, siendo testigo de su prometedor talento.

Luego miraba al presente, al piano de madera color caoba que hoy se veía más oscuro por la luz grisácea del exterior, y a sus incontables teclas color marfil. No era ostentoso ni carísimo, pero era su bien más preciado y su más fiel amigo.

La profesora ya se había marchado pero eso no significaba que la clase hubiese terminado. Ahora que la casa estaba en ese bienvenido silencio, debía aprovechar para seguir practicando, porque no podría hacerlo cuando llegase papá. Con él, no. Para él, el instrumento no era más que un ruido estridente y molesto que no le dejaba escuchar la televisión o le desconcentraba en su trabajo y había supuesto más de una discusión con su madre por haber traído ese trasto infernal a casa.

Sus dedos largos y delgados se deslizaban por esas teclas ya conocidas con suma facilidad, como un rey paseando por sus dominios. Las notas musicales discurrían

con ligereza, una tras otra, como los árboles y arbustos sueltos que poblaban un campo y divisabas a través de un coche en marcha, pasando de largo suave y sin esfuerzo.

Revisaba la melodía de esas 2 últimas semanas, que ya casi dominaba a la perfección, y a su vez esperaba. No tardaría en acudir a su encuentro, con esa bella sutileza propia de ella. Él quería que comprobase por ella misma cuánto había avanzado desde el primer día, que escuchase a su lado con atención, absorta en los movimientos de sus manos, como siempre hacía, con la mano apoyada en su mentón y su codo a su vez sobre el piano, anhelante y orgullosa.

Como era habitual, no la escuchó llegar. Demasiado cautelosa, como quien toma un adorno de porcelana y mira los detalles, y lo toca con cuidado para no romperlo, ella evitaba a toda costa que su afán por ver a su hijo tocar rompiese la armonía del momento.

Lo primero que percibió fué ese tenue olor a violetas cuando ella entró, pulcramente vestida, con su cabello negro recogido con un broche, y esta vez de la mano de Beomgyu, su hermano pequeño de 6 años. Les vió por el rabillo del ojo, cómo ella silenciaba al niño colocando un dedo en sus propios labios carmín, justo cuando él iba a exclamar algo, emocionado.

Ella simplemente se apoyó en el piano como acostumbraba a hacer y, tras acariciar los cabellos del pequeño, que se posicionó al lado de su hermano mayor, apoyó el mentón sobre sus 2 manos entrecruzadas y escuchó atentamente.

Burn it || Yoonmin || (EN EMISIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora