Capítulo 27

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"Tienes que morir unas cuantas veces antes de poder vivir de verdad"

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"Tienes que morir unas cuantas veces antes de poder vivir de verdad".

Charles Bukowski.

MARCELLA GIL

Llegamos a la gran lujosa villa que parecía un paraíso, pero estaba 100 por ciento segura de que adentro era un infierno con el mismo Satanás viviendo allí. Era completamente blanca y hacía contraste con un leve color caoba en las columnas, era de tres niveles y se accedía a través de puertas eléctricas controladas a distancia por el chófer. Entramos y luego las puertas se cerraron, suspiré y cerré mis ojos por unos segundos, había llegado el momento esperado por todos y no me iba a dar el lujo de echarlo a perder.

El chófer se desmontó para abrirnos la puerta y en esos segundos la proxeneta posó su mano en mi brazo y la miré:

—Tranquila ¿Sí? recuerda que no puedes permitir que Quintanilla sepa quién eres y a que vienes —me alentó y asentí. —Haz que se quede completamente loco por ti para que vuelva a solicitar una cita contigo, hazte la difícil, eres nueva en esto y él lo sabe por ende te va a dejar pasar muchas cosas por alto, incluso hasta que no te quieras acostar con él, pero se ágil pon en práctica todo lo que te enseñé.

Asentí y luego nos desmontamos del auto. Aquí comenzaba mi papel. Puse mi espalda recta y levanté la cabeza, llevaba puestos unos altos tacones negros con una falda corta de cuero del mismo color y un bodie mangas largas transparente de color rojo vino, el chófer caminó delante de nosotras para llevarnos hacia dentro de la villa mientras que los escoltas que estaban alrededor no dejaron de mirarme con morbosidad. Caminaba contoneando mi cintura haciendo que cada paso resonase por mis tacones, mis hermosas piernas blancas era el centro de atención y mi pelo ondulado se movía de lado a lado con cada paso.

Entramos y el chofer nos pidió que esperásemos en la sala a lo que él iba por Quintanilla, era una sala de estar inmensa de color limoncillo, pero la pared de fondo estaba diseñada con ladrillos donde yacía una chimenea, al mismo tiempo estaba amueblada con un piano de cola blanco muy reluciente a un lado de la sala y debajo de éste una alfombra de lana del mismo color, televisor pantalla plana, un mueble súper grande de cuero negro acompañado de dos otomanes redondos y otro rectangular y en medio de éstos una larga repisa con diversos adornos. Las cortinas combinaban con el color de las paredes y sofá haciéndola más llamativa. Desde aquí se veía una ancha entrada que accedía al comedor con grandes ventanales con vista al patio.

—¿Qué hubo princesas? —escuchamos tras nosotras y nos dimos la vuelta.

Allí estaba aquel mexicano con las manos en sus cinturas, era mucho más guapo que en fotos, blanco con mucha barba y un moño en su cabeza, al menos no me acostaré con un viejo todo repugnante. Tenía puesto unos vaqueros con unos finos zapatos negros acompañados de una camisa blanca que se le ajustaba demasiado a su cuerpo mostrando su gran musculatura y esta tenía los 3 primeros botones de la camisa sueltos mostrando su velludo pecho. Sonreí de lado y él me miró con picardía para caminar hacia mí despacio:

NarcotraficantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora