Paternidad

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Si Alastor era sincero. Estaba cansado.

Estaba encantado con sus dos hijas, eran las criaturas más hermosas que podían existir junto a su bella esposa. Lizet, su primogénita, tenía cinco años y era extremadamente parecida a Charlie. Con sus prominentes mejillas de manzana y el cabello rubio con ciertas ondas, le encantaba la música, cantar y bailar ante sus padres, era muy inteligente y estaba empezando a hablar un poco más claro entre lo que su edad le permitía. Era una niña dulce y muy cariñosa que amaba ser abraza y arrullada, el locutor no podía negar que tanto él como su esposa la habían mimado un poco el tiempo en el que fue hija única. Beatriz nació tres años después, siendo muy parecida al propio Alastor que no pudo evitar enamorarse más de su segunda hija, quien también lo adoraba profundamente. Esta aún era una bebé que no llegaba a los dos años, pero con clara denotación en que sería una niña muy enérgica y escandalosa, intentado hablar con sus padres en murmullos indescifrables, gritando y gruñendo cuando algo no le gustaba, pero siendo una completa ternura cuando su adorado padre la tomaba en brazos para cualquier cosa. Ambas niñas eran los ojos de sus padres.

Pero tenían una maldita energía inagotable que estaba claro que no provenía de él sino de su adorable esposa. No veía otro motivo, haciéndoselo saber en un par de ocasiones donde ella le respondió muy nerviosa que no recordaba como era de pequeña. Mentira, claro que recordaba bien los comentarios de sus padres agotados ante la hiperactividad y ocurrencias que tuvo de pequeña y que Charlie estaba segura, que sus hijas no habían heredado a totalidad. Casi no pudo evitar sentir pena por sus padres ahora.

Aun así, el par robaba toda la energía de los esposos. Charlie las atendía durante todo el día, repartida entre las actividades de la casa, su cuidado, su entretenimiento y alimentación. Cuando Alastor regresaba del trabajo, le ayudaba para bañarlas o llevarlas a la mesa para cenar. Las dos niñas amaban a su padre y se comportaban un poco mejor en su presencia para la envidia de Charlie. Pero, eso también le enternecía, porque podía ver el aura paterna que el locutor despedía cada vez que ellas le pedían su atención, fuera en relatarles un cuento, escuchar sus canciones (más que todo de parte de Lizet) o simplemente pidiéndole que las tuviera en brazos mientras él permanecía en la habitación.

Todo eso drenaba la energía de los dos padres quienes quedaban agotados al final del día.

Sin contar otro gran detalle.

—Mama —llamo una voz pequeña y llorosa que ingresaba por la puerta—. No puedo dormir...

Charlie y Alastor debieron separarse de golpe del intenso beso que estaban compartiendo al escuchar la voz de su hija. La mujer, acomodando nerviosamente su camisón, corría hacia ella mientras el locutor acariciaba el puente de su nariz, frustrado. Era la tercera vez que ocurría eso en la semana.

Gracias a ese tipo de situaciones donde su hija mayor Lizet pedía dormir con ellos o la pequeña Beatriz se despertaba llorando escandalosamente causando que Charlie corriera a atenderla, generaban que los escasos momentos donde Alastor y su esposa pudieran ser más íntimos, quedaran completamente destrozados.

Para ese momento exacto, tenían alrededor de medio año sin lograr intimar y ambos estaban comenzando a mostrar los signos de la abstinencia, aunque ninguno de ellos lo fuera a admitir de manera precisa. Alastor tenía que obligarse a mantener sus manos o su mente ocupada en cualquier cosa que no fuera la esbelta figura de su esposa, quien seguía manteniendo un cuerpo exquisito pese a haber dado a luz a dos hijas. Charlie por su parte, se sentía sobrepasada cada vez que veía a su esposo sin camisa o saliendo del baño con solo una suave bata, el calor la tomaba por completo, enrojeciendo su rostro y obligándose a abandonar la habitación para calmar sus lascivos pensamientos. Pero, era difícil, muy difícil.

Pasajes brevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora