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La noche estaba cantada por los grillos. Todo estaba tranquilo, a pesar de las peleas continuas entre bandos y la repentina furia de Crazy Dog al enterarse de que los hermanos Nolan le habían visto la cara, el rancho estaba en calma.

Los integrantes de la milicia aceptaron con gusto la decisión de los pelirrojos, si bien no les había gustado que los hayan usado de coartada, el hecho de que hayan burlado la seguridad tan fácil y en tan poco tiempo había hecho que se les hinchara el pecho de orgullo. Sabían que Trevor y Elizabeth no eran egoístas, que habían huido porque creían que podrían encontrar a Troy y traerlo de vuelta. 

Realmente aún pensaban que los hermanos planeaban traerlo para que él mismo guiara la rebelión en el rancho, pero la cruda verdad era que ninguno de los tres volvería al rancho del mal en el que ahora reinaba La Nación.

Los grillos acabaron con la paciencia de Nick una vez más, logrando que encendiera un cigarro de tabaco que había armado hacía un rato. El humo entró con fuerza en sus pulmones haciendo que tosiera, pero pronto se acostumbró al sabor que tanto añoraba y expulsó como un dragón el restante por entre las fosas nasales.

Las maderas dentro de la habitación de su madre crujieron con fuerza, no había pasado mucho tiempo viviendo en aquella casa pero sabía a la perfección que ese ruido significaba que alguien estaba acercándose. Recordó la noche del tiroteo, cuando los hermanos Nolan, Troy y él se habían escondido en la habitación camuflándose entre el silencio mientras las pisadas de los indios contra las mismas maderas los alertaban a tiempo. 

- ¡Jesús!- gritó Nick, el cigarro cayó por entre la rendija del pequeño balcón y lo perdió entre la oscuridad.

No le importó eso en absoluto, la figura de contextura alta que se aproximaba hacia la ventana le había dado algo más por lo que preocuparse. Pronto, la luz dejó que sus facciones se hicieran claras como el agua. 

Estaba sucio, olía a tierra y la barba le había crecido considerablemente. No tenía nada encima, ni siquiera la mochila que le habían ofrecido repleta de suministros antes de que lo exiliaran. En su mirada había temor, pero no lo demostró. 

Parecía un verdadero salvaje, pero no era para nada eso. 

Solo era Troy Otto, desesperado.

- Esa porquería te va a matar, Nicky.- el ojiazul señaló la caja de cigarros sobre la barandilla, su voz sonaba áspera y sin fuerza.- Espero que al menos Elizabeth lo haya dejado en mi ausencia.

Nick se encontraba en un estado de paranoia que no podía controlar. Si alguien llegaba a despertarse en la casa, si los de la Nación pasaban por allí casualmente y lo encontraban con Troy nuevamente...pensarían que él lo trajo, no importa cuantas veces haya confesado que no estaba del lado de Otto no le creerían.

- No puedes estar aquí.- susurró el moreno, no quería alertar a nadie así que decidió mantener la voz a un nivel considerablemente bajo.

- Pues aquí estoy.- el muchacho alto de hombros trabajados miró su balcón como si ya no fuera suyo, como si se lo hubieran arrebatado junto a todo lo que tenía.- Las habitaciones de Trev y Elizabeth están vacías.

- Lo sé.- Nick no quería poner furioso al muchacho, pero tenía que decirle que se habían marchado. 

- Elizabeth hizo el lado de mi cama también, había una muda de ropa sobre mi almohada.- el ojiazul sonrió, de su ojo derecho escapó una pequeña lágrima.- Cuando vi el libro, creí que estaba soñando...pero Elizabeth lo recordó.

- ¿El libro?- se extrañó el mayor de los Clark. Sabía que la pelirroja había dejado todo preparado en caso de que Troy volviera y tuvieran misericordia con él, pero no sabía de ningún libro.

[Como decir hasta luego] •Troy Otto•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora