Capítulo 24.
Le había dicho que quería que se quedase a dormir aquí. Sí, lo admito, lo hice. Soy culpable. ¿Y? ¿Quién no lo sería? Teniendo tan suaves labios frente a mí. Teniendo… esos bellos ojos rasgados que de pronto le dieron sentido a mi vida. Teniéndolo a él.
Me había vuelto completamente loca.
Ya no me reconocía. El amor te cambia, lo sé. Pero… jamás creí que me sucedería a mí. Digamos que, de todo el mundo, yo creía ser la que menos lo sería.
Pero, mírenme ahora. Sonriendo cada vez que alguien pronuncia su nombre. Volviéndome completa y totalmente vulnerable entre sus brazos… dime, Luham, ¿qué soy? ¿En qué me has convertido?
Llevé a Luhan a mi habitación. Mamá aún estaba en la cocina, y teníamos un plan. Fingiríamos habernos “quedado dormidos”, y, si mamá llegara a molestarse, no podría despertar a Luhan, ¿o sí?
-¿Qué es esto? –preguntó entre risas.
-Es mi diario de vida.
-¿Puedo leerlo?
-¡No! –exclamé entre risas, mientras le arrebataba aquel libro de color rosado con diamantina de color plateado de las manos. Él se carcajeó de mí al instante.
-¡Vamos!
-Tenía ocho años.
-¡Déjame leerlo! –rió, mientras estiraba su mano hacia él, y yo le alejaba aún más. Le miré por unos segundos. Él hizo puchero, y su labio inferior se bajó hasta casi llegar a la barbilla. Rodeé los ojos.
-Está bien, está bien.
-Genial –rió, mientras finalmente, abría el libro de par en par.
-Lee en voz alta, quiero saber qué tan ingenua era.
Los dos estábamos sobre la cama, sentados con las piernas cruzadas. Él aclaró su garganta, y para aparentar dramatismo, lamió la punta de su dedo índice, y abrió el libro de par en par. Yo comencé a reír de tan sólo mirarle.
Oh, aquí venían más humillaciones.
-Querido diario –dijo con voz de niña de ocho años-. Esa niña, Marissa, me sigue molestando. Hoy se besó con un niño en la boca. ¡En los labios lo besó! ¡Fue asqueroso!
Cubrí mi rostro entre ambas manos, hasta que encontré un almohadón, y le cubrí por completo. Me dejé caer sobre la cama. Luhan, sin parar de reír, continuó leyendo.
-Me pareció la cosa más repugnante desde que Antonia fue atacada por excremento de aves en segundo grado. ¡Así de repugnante!
Luhan alejó el libro de sus manos, y ahora reía tanto, que su rostro estaba completamente rojo. Dejó caer el libro al suelo en el momento en que se tiró a la cama para poder reír más. Sus carcajadas se escuchaban por todo el lugar.
-¡Luhan, no te rías! –le rogué, pero fue inútil. Se rio con más potencia al observar mi rostro.
Me crucé de brazos frente a él, y finalmente, logró enderezarse y mirarme.
-Eras tan adorable.
-No es tan gracioso.
-¡Eras una cosita pequeña!
-¡Luhan!
-Y los besos te repugnaban –dijo sin lograr parar de reír. Le golpeé el hombro con suavidad.
-Te dije que era una niña.
-¿Y cuando me besas? ¿Piensas que es tan repugnante como lo que le sucedió a la pobre niña Antonia?
-Antonia quedó con traumas graves y psicológicos.
Luhan volvió a estallar en carcajadas. Me arrojé encima de él, y le cubrí los labios con ambas manos.
-Tenía solo ocho años –repetí.
-Eras adorable, bonita.
-¿Y qué soy ahora?
-Perfecta.
-Luhan –dije apenada, y haciendo hacia atrás un mechón de mí cabello.
Me le quité de encima, y ahora yo estaba más roja que él. Él se sentó a mi lado, y me cubrió con ambos brazos.
-¿No me crees?
-No –reí.
-¿Por qué no?
-Sé que no lo soy. Sé que no soy perfecta. Tampoco estoy cerca de serlo.
-¿Cuál es tu definición de perfección?
-Cabello liso, alta, maquillaje… zapatillas de tacón, cabello rubio… ojos de color.
-Eso es una tontería.
-¿Cuál es tu definición de perfección? –le cuestioné.
-Tú.
Yo le sonreí.
-Eso es porque me ves con otros ojos –le dije, mientras él se aproximaba hacia mí.
-Te veo con ojos de amor.
-Exactamente –le dije, mientras yo me aproximaba para besar su mejilla.
-Y eso es exactamente lo que intento decirte –dijo, mientras tomaba una de mis manos-. Cuando estamos enamorados, todo lo que esa persona hace es perfección, y esa persona lo es. Es perfecta para nosotros.
Yo sonreí inmensamente. Miré por la ventana, y pude notar cómo el sol ya se ocultaba detrás de las montañas. En cuestión de tan sólo minutos, ya estaba ocultándose el sol.
-¿Me quieres? –le cuestioné.
-Infinitamente.
Posé ambas manos alrededor de su rostro, y simplemente le sonreí.
-Me tienes loca, Luhan. Loca de remate.
-Eso es bueno, cariño.
-Quizá lo sea.
-Cerdeam.
Yo reí suavemente.
-Cerdeam.
Luhan robó mi reproductor de música, y le colocó a todo volumen. Ahora compartíamos auriculares, y yacíamos mirando hacia el techo. En cuestión de minutos, ya estaba lo suficientemente oscuro. Mis ojos ya se cerraban, y mis párpados pesaban por montones. Luhan me refugió entre sus brazos, y yo me abracé a su pecho.
Con mi dedo índice, remarcaba cada centímetro de su pecho. Estaba lo suficientemente cerca de él como para escuchar su corazón.
-Luhan... -le susurré.
-¿Sí?
-Me gustas más que el café.