En contra del hospital.

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Capítulo 30.

Mamá me tomaba por el rostro, pero mi mirada aún se encontraba deseando haber caminado por ese pasillo. Supe que los chicos se habían ido en su compañía, y que quizá, no volvería a ver a Niall en el resto de la noche, y no hasta salir de aquí.

Le expliqué todo a mamá, y ella se puso histérica. La calmé, y en cuestión de treinta minutos, ella recuperó su aliento.

-¿Cuándo podré salir de aquí? -le cuestioné al médico. Él me miró detrás de sus gafas, y me sonrió un poco.

-Quizá en unas horas.

-Es que usted no entiende -le repliqué-. Tengo algo importante qué hacer.

-Queremos que el medicamento que se te está siendo dado sea aplicado correctamente, y que así, cuando te levantes de ésta cama, el dolor sea menos, y puedas finalmente ir a casa.

-No me duele -le dije.

-Hay una enorme herida en tu espalda, estoy seguro de que duele -me dijo algo preocupado, y se aproximó hacia mí con libreta y pluma en mano. Yo negué muy rápidamente. Mamá tenía los párpados pesados del otro lado de la cama.

-Por favor... -le rogué-. Puedo tomar el medicamento en casa.

-Está en contra de las reglas del hospital.

-¡Olvídese de esas reglas, por favor!

-No puedo, está en contra del hospital.

-Doctor... -le dije, y de pronto, mis ojos se nublaron-. Es que hay alguien al cuál necesito ver.

-Tu madre está aquí.

-No se trata de mi madre... se trata de el chico que salió por la puerta hace rato atrás.

-¿Qué tiene ese chico? ¿Es tu novio?

-No es mi novio. Es... todo para mí. Y de verdad, de verdad necesito verlo.

-¿Por qué no le llamas?

-No puedo. No responderá.

Él me observó de nuevo bajo sus gafas. Quise explicarle todo, pero sería muchísimo tiempo perdido, y lo único que necesitaba era salir de allí.

-No me duele, de verdad. Por favor... sólo, déjeme ir a casa. No es nada más que unas simple puntadas en la espalda.

Luego de diez minutos, ya habían un par de enfermeras ayudándome a levantar del lugar. Cada una a un lado, pero aún con esa sonrisa que mantenían con cada paciente, aún sabiendo que sus horarios eran cortos y que en casa había alguien aguardando por ellas, así como sucedía conmigo. Sabía que detrás de cada uno de esos rostros, había problemas, había pensamientos, había sentimientos, y había alguien por el cuál, morían.

Se cercioraron de que pudiese mantener mi equilibrio al levantarme, y me cuestionaron si deseaba utilizar muletas. Yo me negué, en realidad, el dolor ya había cesado, y la herida no era así de inmensa. Caminé hacia mamá con delicadeza, y le musité:

-Mamá, ya podemos irnos.

-¿Qué? ¿Ya? -ella cuestionó, abriendo de pronto sus ojos, y con una enorme sonrisa en el rostro. Yo le asentí entre carcajadas, y finalmente, ella se puso de pie frente a mí-. ¡Eso es genial! ¿Significa que estás mejor? -ella me cuestionó, pero la pregunta fue más para las enfermeras.

Ellas le asintieron y le dijeron que todo estaría perfecto conmigo. Finalmente, saldría de allí, y podría finalmente ir con Luhan, y quizá, decirle cómo era que me estaba sintiendo últimamente.

En realidad, quería aclarar mis dudas de una vez por todas. Tal vez sí lo amaba... tal vez un simple "te quiero" ya no describía lo que sentía por él. Y dudaba también del "te amo", porque para él, sería una palabra muy chica. Cerdeam.

Cerdeam, una y otra vez. Cerdeam.

Repetí esa palabra en mi cabeza a lo largo de todo el corredor; corredor que parecía ser más largo con cada uno de mis pasos, y la desesperación era tanta. Era tan blanco, y sus paredes tan frías. Me agarraba a ellas debido a que quería salir muy rápido de allí. Cerdeam, yo repetía.

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