Cerdeam.

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Capítulo 11. 


A Luhan le hice una pregunta. Una pregunta que me había estado aturdiendo durante éstos largos días que parecían ser eternidades cortas. Le miré a los ojos, y esperé su respuesta.
Me observó, y susurró:
-Quisiera que fuéramos todo, pero… -dijo en un tono bajo.
Había un “pero” en la oración. Problemas. De nuevo, problemas. Nada más que problemas. Negué en una pequeña sonrisa..., y bajé la mirada. Sabía que él aún me miraba, y lo hacía con temor. Apreté el ramo de rosas sobre mis manos, y aún mirando hacia el suelo, le susurré:
-Ese es el problema de encariñarte con alguien.
-Encariñarte con alguien no es malo.
-Lo es. Lo es cuando esa persona no se encariña de vuelta.
Él sonrió.
-El problema es que yo sí me encariñé de ti.
Me retracté de haber alzado la vista una vez más. Rápidamente le bajé, y sonreí por lo bajo. No comprendía el problema. No comprendía por qué no podía darme una respuesta clara.
-Entonces dame una respuesta concreta.
-Tengo miedo, ______ -susurró-. Tengo mucho miedo.
-¿Miedo de qué?
-Miedo a lo que tú temes; lastimarte.
Fruncí las cejas ante sus palabras. Tal vez tenía un poco de razón. Tal vez los dos apresurábamos las cosas, y el tiempo debería indicarnos la respuesta por sí sola. Pero mi cariño era tanto que era imposible esperar.
-¿Estarías, ________, dispuesta a correr ese miedo conmigo? -Luhan me cuestionó.
Le miré una vez más. Ésto ya se había prolongado más de lo que creí. Permanecí ahogándome en el mar de sus ojos por unos minutos, hasta que sus labios se abrieron, y se prepararon para dirigirme la palabra:
-Hagamos un trato -me propuso-. A lo largo del tiempo en el cuál los dos estemos juntos, diremos una palabra clave cada vez que estemos más cerca de saber si decidiremos correr ese riesgo juntos.
Su idea era bastante original. Así ambos sabríamos si lo que hacíamos era correcto, y si ese temor valía la pena. Solté el ramo con una de mis manos, y se la extendí firmemente. Ambos sonreíamos.
-Trato hecho -le dije con una sonrisa.
-La palabra será cerdeam.
Mis cejas se fruncieron en una sonrisa. Mientras nuestras manos se estrechaban, le asentí con suavidad.
-Cerdeam será.
Después de haber estrechado mi mano, Luhan la elevó con suavidad, y le besó con lentitud. Durante el resto del tiempo, decidimos tomar una caminata por el largo del parque, y juntos divisamos al viento llevarse las hojas de los árboles.
-El viento está muy enamorado de las hojas.
-¿Cómo lo sabes?
-Mira cómo se las lleva en cada susurro; les está diciendo que las ama en cada uno de ellos, y las hojas caen rendidas ante él.
Yo reí.
-Tienes una forma distinta de ver la vida.
-¿Distinta a la de quién?
-A la de los demás.
-¿Incluyéndote?
-No, por suerte. Aunque no lo creas, tú y yo somos bastante iguales.
Él sonrió. Una de sus manos rozó la mía, y mi estómago comenzó a dar vueltas. Poco a poco sus hombros rozaban los míos, y nuestras manos se entrelazaban.
-¿Crees que somos tan iguales?
-Un tanto, sí.
-¿Iguales como en qué?
-El tiempo te lo dirá -le sonreí, imitando su acción.
-El tiempo va a decirnos muchas cosas -dijo en su adorable reír, provocándome una sonrisa de oreja a oreja.
-Exactamente, Luhan.
Esa misma tarde, me despedí de Luhan con un enorme beso en la mejilla. Fue extraño, porque en la tarde de ayer nos besamos en los labios. Pero para mí era muy difícil aceptar que me gustaba, así que besé su mejilla y salí corriendo de allí. Él comprendería.
Al llegar a casa tomé mi libro y emprendí el viaje a un paraíso verdaderamente precioso. Mis ojos se cerraron de un momento hacia otro, y aún con mi dedo índice sobre el margen de el segundo párrafo del capítulo catorce de mi libro, permanecí dormida.

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