CAP I

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Piiiiiiip

El fuerte pitido que le indicaba que una puerta se abría a través del otro lado del cristal, le sacó del trance en el que ahora vivía, para desvelar la incógnita de quien venía a visitarla.

Llevaba un año y algo sin verle y podía notar cómo había dejado atrás a ese adolescente que había conocido años atrás. Estaba cambiado. Su rostro estaba más marcado y sus hombros y espalda se habían ensanchando, haciendo su cuerpo fornido y esbelto.

Sus ojos se clavaron en los suyos mientras los dos se estudiaban el uno al otro con la mirada sin decir nada por el momento. El silencio permaneció hasta que ella descolgó el auricular que tenía a un lado y le indicó que se sentara en la silla.

Se sentó en la silla sin dudar y descolgó el teléfono con cierto miedo, respirando varias veces antes de pronunciar palabra.

"Hola." Dijo al fin suavemente. "¿Cómo estás?" Le preguntó intentando aguantar los nervios.

"Hola." Contestó ella sin más.

Al detective se le removió el estómago con sólo saludarle y notó cómo le subía un calor desconocido desde el interior. Hacía mucho tiempo que no escuchaba su voz. Demasiado a lo mejor.

Las manos le habían empezado a sudar y sus ojos no podían parar de estudiar cada centímetro de ella. A pesar de ser la misma persona, había cambiado mucho durante este último periodo de tiempo. Su rostro se había afinado y su pelo había crecido bastante desde la última vez que la había visto. Se había convertido en una mujer guapísima, pero su mirada se veía más vacía que nunca. Sus ojos habían perdido el brillo que recordaba.

Tocó el cristal que les separaba con la yema de los dedos, con la idea estúpida de que sus dedos pudiesen traspasar la barrera que les separaba para llegar a ella.

"¿Qué haces aquí, Kudo?" Le preguntó ella fríamente en vez de responderle. No parecía tan emocionada de verle cómo él.

Shinichi se quedó callado mientras seguía mirándola fijamente. Las brillantes esposas que atrapaban sus muñecas, le dejaban marcas rojizas y dolorosas del roce que provocaban. Pero lo peor de todo, era ese traje de color negro que le habían obligado a ponerse, que la catalogaba entre las presas más peligrosas de esa cárcel, aunque él supiese que eso era mentira. Ese no era su sitio.

Recordaba lo que odiaba vestir de ese color después de salir de aquella organización. Y parecía que aunque pasase el tiempo, no conseguía desprenderse nunca de él.

La tristeza empezó a invadirle por dentro, era la primera vez que tenía el valor de venír a verla y odiaba lo poco que había visto.

Después de las cosas que pasaron entre ellos y cómo desenlazaron al final, su relación había dado un vuelco drástico sin ser apenas conscientes. Y después de ser declarada culpable en la sentencia final, no se había atrevido a ir a visitarla hasta ese momento. Le avergonzaba cuando lo pensaba, ella no se merecía que la dejase de lado de esa manera.

"¿Cómo estás?" Le volvió a preguntar él, notando las ojeras que bañaban sus ojos y las nuevas pero pequeñas cicatrices, que ahora adornaban su cuerpo acompañando a las viejas.

Ella suspiró lentamente. "Estoy bien."

Sabía que eso era lo que él quería escuchar, así que siguió aparentando tranquilidad y esperó a que le explicase el motivo de su visita.

"No deberías estar aquí dentro." Le dijo él después de varios segundos mientras observaba todo su alrededor. El ambiente no era nada agradable. No había luz natural en esa zona, las paredes eran oscuras, el aura deprimente y no había ningún adjetivo positivo que pudiese utilizar para describirlo. 

Vivir sin ver amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora