"Ya hemos llegado." Dijo el agente que conducía a la vez que apagaba el motor. El copiloto y él salieron a la vez y uno de ellos le abrió la puerta trasera para que pudiese salir.
Lo primero que notó, fue el sol cegador que chocó contra sus ojos claros. Hacía un día muy despejado y soleado para los acontecimientos que le tocaban vivir. Pero dentro de ella, solo escuchaba llover. Clavó la mirada al suelo con miedo a levantarla. El corazón se le aceleraba y no tenía fuerzas para enfrentar a nadie. Sabía perfectamente a quien podía encontrarse dentro de esa casa y empezó a pensar que a lo mejor había sido una mala idea decidir aceptar venir. Pero dentro de ella sabía que si no se hubiese presentado, no se lo hubiese perdonado.
Levantó la mirada poco a poco para contemplar la casa que anteriormente se había atrevido a llamar hogar. Ahora era un lugar vacío sin ningún rastro de ellos dos. El exterior no había cambiado nada. Seguía teniendo las mismas plantas en el jardín, casi todas las flores florecidas e incluso aquella pequeña estatua tan fea que ella le había pedido mil veces que quitase. Ahora eso ya no importaba.
"Tienes que entrar." Dijo un agente con un tono rudo mientras se ponía a su lado y bajaba la mirada a sus manos, para comprobar que las esposas estaban bien sujetas.
"¡Esperar!" Intervino alguien que venía a lo lejos.
Ella se volteó al reconocer la voz y abrió los ojos sorprendida.
"Furuya, ¿Qué haces aquí?" Preguntó confundida, sin abandonar su expresión seria.
Él le sonrió amablemente y luego se dirigió a los agentes mientras les entregaba un documento de sus manos y acercaba a Shiho a él. "Yo me encargo de ella chicos."
Ellos se miraron entre sí después de leer el documento que les acababa de entregar. No muy convencidos de dejarla junto a él. "Tiene que volver a las nueve de la mañana." Le informó uno de ellos. "Puntual. Si no es así, habrá represalias."
"Soy consciente de ello. Podéis retiraros." Dijo volviendo su atención a la pelirroja mientras le mandaba una sonrisa agradable y ellos se marchaban a regañadientes. "Se que es una pregunta estúpida de hacer pero, ¿Cómo estás?" Preguntó un poco preocupado mientras estudiaba su rostro.
Ella clavó sus ojos en él estudiando cada tono de sus iris. "Estaré bien." Mintió para no seguir hablando del tema mientras empezaba a caminar en dirección a la puerta principal, que permanecía abierta mientras amigos y familiares entraban y salían de la casa.
"Espera un momento." La frenó Rei antes de que llegase a ella. "Déjame quitarte esto." Dijo sacando una pequeña llave para abrir las esposas que cubrían sus muñecas.
"¿No tienes miedo de que escape?" Le preguntó ella con una ceja levantada al sorprenderse de a confianza que le brindaba el rubio.
Él sonrió. "Confío en ti." Contestó amablemente. "No voy a dejarte entrar con esto en las manos."
"Gracias." Contestó sinceramente acariciándose las muñecas, ahora libres.
Entraron uno al lado del otro y todas las conversaciones que se habían creado en el interior callaron en el instante en que ella puso un pie dentro. Empezó a notar todas las miradas en ella y recibió rápidamente todo el odio y tensión de ellas.
Rei la cogió del brazo para que siguiese su camino sin miedo y la acercó en el pequeño pedestal en el que los invitados habían puesto flores y velas acompañando la fotografía del profesor.
Su cara no mostraba ni una sola expresión. Sus ojos estaban clavados en la sonrisa de su fotografía y cerró los ojos a la vez que ajuntaba sus manos mientras la gente de su alrededor se alejaba de ella al reconocerla. Se suponía que debía rezar por él. Pero era algo inútil, ella ya no creía en ningún dios salvador.
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Vivir sin ver amanecer
FanfictionÉl ya se lo había dicho anteriormente "Haibara, no puedes huir de tu destino." Y tenía razón. Su destino siempre había estado escrito y después de permanecer a una banda criminal casi toda la vida, no podía esperar que todo acabase sin pagar las con...