Arleth Bennett se consideraba un experimento jugando a ser normal. Sí, probablemente fuese así. Jugaba a ser alguien, a no ser una mentira, sin embargo, su juego terminó.
Luego de que su identidad fuera revelada a las nuevas personas que más quería...
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— ...De verdad creí que eras una princesa. —La voz de sus sueños comenzó con un toque melancólico, además ya no era un sonido de infante, era diferente, no tan mayor pero sí más grave. ¿Un adolescente?
— ¿Quién eres? —Sentía que conocía al emisor, pero no podía asegurar a quién pertenecía. Su corazón que en un principio parecía tranquilo, comenzó a bombear rápido, era confuso.
— Al verte no cabía en mí la posibilidad de que fueras una persona, que en realidad sufría por estar ahí dentro. —Arleth estaba desorientada, era similar a rencontrar a un viejo amigo, un toque nostálgico. Sin embargo, aquello le parecía más una despedida. — Ahora sé que no quería verlo así... Hoy acepté que tu nombre es Madeleine, que eres hija de Estela y Joel, que llevas dormida veintiocho años.
» A pesar de tenerte frente a mí todo este tiempo, mi mente no asimilaba que eras real, que eres alguien vivo... —La voz se detuvo y Arleth experimentó ansiedad, quería seguir escuchándolo, más que un deseo parecía una necesidad en ella. — No dejo de preguntarme cómo es el timbre de tu voz, la manera en la que sonríes, la forma en la que lloras, tus enfados o rabietas, llevo años de conocerte sin hacerlo realmente... Quiero ver cada faceta tuya.
— Dime tu nombre —Suplicó Arleth, no entendía porque las palabras de aquella voz le hacían sentirse reconfortada y al mismo tiempo tremendamente triste.
— Cuando salgas permíteme conocerte —Arleth aceptó, pero un suspiro ahogó su voz, la chica limpiaba su rostro, se encontraba llorando sin miramiento. — Madeleine... Te prometo que cuando estés fuera te devolveré la felicidad que te arrebataron.
Poco a poco la voz se volvió difusa hasta distorsionada sin dejarla saber qué continuaba declarando; todo regresó a ser negro, completamente en silencio y al abrir sus ojos se halló en su habitación.
Arleth se incorporó al sentarse, con la mirada perdida al frente; la niña inhaló para después llevarse las manos al rostro y limpiar el par de lágrimas que traviesas descendían, el silencio le parecía abrumador, conocía perfectamente aquella habitación pero había una sensación rara en el ambiente, Leth se sentía ausente de todo, la niña miró a la puerta, no lo entendía pero comenzaba a experimentar miedo, no quería abrir aquella puerta ¿Y si volvía a mil novecientos noventa? ¿Y si todo había sido un sueño? Lejos de alegrarse por tal posibilidad, la niña sentía pánico ¿No vería a Trevor? ¿Abandonaría a los chicos otra vez?
Se levantó lentamente, una vez frente a la puerta con la mano en la perilla percibió un vacío en ella, era una sensación difícil de explicar, estaba segura de que la preciada voz de sus sueños no regresaría, y eso le generaba mayor temor por enfrentarse a lo que estuviera del otro lado, ya que, ella ya no escucharía las historias que tenía para contarle, ya no volvería encontrar el cobijo que esa melodiosa voz le daba.
Contó hasta tres, abrió la puerta despacio, su corazón bombeaba con fuerza, sus manos comenzaban a transpirar, cuando pudo apreciar el pasillo y entorno se encontró exhalando con fuerza y aliviada.