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Era como si de repente no estuviese dentro de su cuerpo. Identificaba el latido agitado de su corazón o el temblor de sus manos, sin embargo, nada de ello lo percibía como suyo; su alrededor le parecía una película y anhelaba que todo aquello fuera producto de su imaginación. Una simple y muy mala pesadilla que se esfumaría tan pronto abriese sus ojos.

No obstante, una vocecita aguda e interna le reprochaba el haber manifestado esa situación, hace no mucho pasaba sus días preocupada, aterrada, anticipando por encontrarse con Amadeus Marsden nuevamente y, entonces, cuando menos lo esperaba, al creer que todo tomaba un flujo diferente se presentaba ante ella. Hasta parecía que la propia vida le había dado un escarmiento, haciendo realidad aquellos miedos que estuvieron atormentando su vida.

Como un rayo de lucidez captó a su instinto empujar sigilosamente el móvil dentro de la manga de su saco, respirando casi de alivio cuando consiguió su cometido. Arleth sabía que había corrido con mucha suerte al conseguir traer consigo el celular, ahora solo imploraba porque el aparatejo nunca sonara, ya tenía una oportunidad de salir de aquella pesadilla, no debía echarlo a perder.

Intentando tranquilizarse para no cometer ningún acto en falso, la señorita se concentró en un zumbido ya que el sonido del tráfico estaba siendo sofocante, no obstante, el toque de un par de falanges rozando su mejilla la regresaron a su cruda realidad. Provocando que en ese instante se sintiera tan hastiada como aterrada pues una lágrima rebelde surcaba su mejilla y aquellos dedos retiraban la salada gota de su piel.

— No hay razón para llorar —La voz de Marsden con ese tacto dulce la asqueó. Por lo que se concentró al frente; observó al conductor quien parecía tan apacible con la situación, provocándole una impotencia mayor.

No se encontraba nadie en el asiento de copiloto, solo eran Marsden, el científico y ella en la parte trasera. Odiaba ese sentimiento de vulnerabilidad, sin embargo, no podía actuar osada al encontrarse entre los varones, principalmente cuando uno de ellos traía un arma.

Para sobrellevar el momento la señorita buscó la manera de identificar el rumbo que tomaban, pero no reconocía nada, no quería rendirse en encontrar una eventual salida, sin embargo ¿cómo lo lograría? Si ni siquiera podía reconocer la avenida por la cual transitaban. Aun así, ¿cómo debía actuar?, ¿cuál sería su oportunidad para accionar e intentar escapar? Aunque se lo planteara con frecuencia para llegar a un plan de acción, su mente trabajaba tan rápido entre el pánico y el valor que cualquier conclusión le daba como final su vida.

Mientras más pensaba; a ella llegó el reconocimiento y agradecimiento de la medicación que había estado ingiriendo, la jovencita estaba segura de que de no ser por ello su cuerpo no resistiría el nivel de estrés que experimentaba en ese instante.

Aquel tacto que no dejaba de repudiar se intensificó cuando Marsden sostuvo su mentón y lo giro a él, Leth decidió que ser dócil, pues de momento sería su medida principal de supervivencia. Odiaba la mirada de Amadeus, sus ojos centellaban de tal forma que la hacían aterrarse, era un brillo de adoración que quería evitar.

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