Arleth Bennett se consideraba un experimento jugando a ser normal. Sí, probablemente fuese así. Jugaba a ser alguien, a no ser una mentira, sin embargo, su juego terminó.
Luego de que su identidad fuera revelada a las nuevas personas que más quería...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Evan se sorprendió de tener al muchacho tan vulnerable delante de él, le agarró tan desprevenido que asustado observó a sus costados esperando que nadie notara lo que sucedía, sabía perfectamente que no era común divisar a un jovencito como Raziel llorar en público, que llamaría la atención rápidamente, sin embargo, no imaginó que sería tan veloz pues siete pares de ojos los observaban, los jóvenes intentaron disimular apartando la vista, pero las señoritas seguían atentas. La mujer que las acompañaba parecía confundida e intrigada, el adulto carraspeó.
Entonces se decidió por reaccionar al extender su mano con una servilleta, Raziel inhaló profundamente y recibió el pedazo de papel, limpiando su rostro en silencio. Ahora sentía vergüenza, ya dudaba en abrir su carta, ¿y si volvía a derramar lágrimas? Prefería hacerlo en el resguardo de su alcoba.
Tras un par de segundos en silencio, Raziel regresó la carta que pertenecía a Evan.
— ¿Leerás tu carta? —Evan preguntó intentando no parecer curioso.
Raziel meditó antes de terminar por asentir. ¿Qué más daba? Ya había llorado y todos sus amigos le habían visto. El muchacho tomó el sobre con el corazón latiéndole al mil por minuto, estaba seguro de comenzar a transpirar.
— Lo haré... —Pronunció vacilante.
Desdobló el papel del contenido, sintió nuevamente unas inmensas ganas de llorar, era una sensación diferente, aunque la manuscrita fuese la misma que minutos antes había leído, saber que esas palabras iban exclusivamente dirigidas a él era algo indescriptible.
Raziel:
He escrito esta carta más veces de lo que te puedes imaginar, hermanito... No tengo cara para pedirte perdón pues estoy siendo un completo egoísta al no pensar en ti, dejándote atrás en ese hogar donde no se permiten los errores ni las diferencias. Con esto no quiero decir que mis sentimientos no fueron escuchados o que mis lágrimas fuesen ignoradas, lo que siento no es culpa de nuestra madre o de la abuela Eléanor, ellas se encuentran igual de sofocadas y presionadas que yo. Tampoco intento poner como culpables a nuestro abuelo o padre. Se trata de mí, Raz.
Hermano, me pesa dejarte atrás, sin embargo, sé que a ti él no te juzgará, por muchos años intenté duramente ser cómo se suponía que debía, cumplí lo más que pude con las expectativa de Zadkiel Bayne, trabajé para no manchar el apellido, buscando portarlo con orgullo y honor... Qué estupidez, ¿verdad? No obstante, por un tiempo lo conseguí, pero siempre veía una falla en mí, entonces, finalmente me rendí. Lo siento, Raz. Ya no puedo seguir luchando, nuestro abuelo no es el culpable, solo soy yo sin fuerza para hacerle frente... Porque tomar un poco de aire y repetirme que todo está bien no funciona más.
Sé que esto puede parecerte tonto, que es difícil entenderme, ¿cómo puedo pedirte que lo hagas cuando ocultaba mi respiración pesada y ansiosa?