Capítulo 29: Lobo contra león

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Durante aproximadamente dos minutos, mantengo los ojos clavados en los oscuros y malignos de Adolfo. No me intimida en lo absoluto, porque sé que no tiene permitido matarme, pero prefiero que tenga la atención en mí a que la tenga en Dante. Es evidente que no se llevan bien. Noto como su rostro se torna rojo por la ira que seguro recorre sus venas, esa que le ha recorrido el cuerpo desde hace siete años, por la impotencia de no poder matarme.

Deja salir una bocanada de aire y noto como coloca su dedo en el gatillo y por alguna extraña razón sonrío, no suelo demostrar miedo. De hecho, nunca lo hago. Si voy a morir, no quiero que la última imagen que tengan de mí sea la de un perrito asustado, no les daré lo que desean. En cambio, me aseguraré de que la última imagen que tengan de mí, sea la de mi verdadero yo; la de una mujer que trepó por los escalones que solo hombres habían pisado, que se forjó una reputación entre lobos dispuestos a devorar a cualquiera que se impusiera en su camino.

¿Cómo lo logré?

Eso es fácil, simplemente demostré que soy mucho mejor que ellos. Soy un león que, a diferencia de ellos, unos simples lobos, yo sí puedo conseguir mis objetivos sin una manada que me respalde. Porque, aunque fue difícil, cada logro que conseguí fue con mis manos, sin necesidad de respaldo y eso, justo eso es lo que no ha logrado el imbécil incapaz de disparar el arma que ap unta a mi entrecejo.

—Siempre supe que eras un cobarde, pero hoy te vi más decidido. Como siempre decepcionándome, Adolfo —digo con una sonrisa sínica y sus músculos se tensan—dispara —susurro entrecerrando los ojos y espero, pero nada pasa.

Dejo salir un resoplido mientras ruedo los ojos ya harta de su cobardía. Sin esperar más de su parte, en un movimiento rápido, lo despojo de su arma y atino una patada en su vientre que lo impulsa contra la pared. Se retuerce del dolor y sus hombres no dudan en acercarse, pero de inmediato disparo hacia ellos haciendo que unos cuantos caigan pesadamente sobre el asfalto con una bala en sus cráneos.

De inmediato, una ráfaga de disparos me aturde y hacen que termine tras el puesto destrozado del tal Ted. Me muevo rápido y aun tras el puesto, logro ver a Dante contra la pared mientras trata desesperadamente de recargar su arma. Tomo una bocanada de aire y sacando el arma de la parte interna de mi chaqueta, salgo asegurándome de cargarme una buena cantidad de hombres. Mis balas se acaban y tengo que volver tras el puesto ya que todavía faltan un par que protegen a Adolfo.

—¡Alessandra! —Escucho el grito de Dante y mi corazón se acelera al pensar que lo han herido.

En un impulso sobrenatural, me levanto y corro en su dirección sin importarme las posibles balas que pueden atravesar mi cuerpo. Me dejo caer con brusquedad a su lado y lo noto pálido y sudoroso.

—¡Tenemos que irnos! —grita sobre el sonido de los disparos y yo trato de calmar mi corazón mientras mis ojos recorren su cuerpo.

—¿Estás bien? —pregunto agitada.

—Sí, ¿tú? —dice con una sonrisa ladeada que hace notar uno de sus hoyuelos.

—No puedo estar mejor —respondo con una sonrisa, para después levantarme y arremeter contra los hombres que sorprendentemente ya no están.

—¿A dónde fueron? —Pregunta Dante y rio— ¡¿de qué te ríes?! ¡Casi nos matan! —chilla y me giro para mirarlo aun con una sonrisa en mis labios.

—No fue nada —digo haciendo un ademan para restarle importancia.

— ¡¿Cómo que no fue nada?! ¡Casi nos...! — Se calla cuando estampo mis labios sobre los suyos en un beso fugaz.

—¿Dónde vive tu amigo? —inquiero ignorando mi arrebato de hace unos segundos.

—No puedes besarme y luego preguntarme donde nos vamos a quedar —dice dando manotazos en el aire y sonrío enarcando una ceja.

SICARIA [Codicia #1]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora