Capítulo 34: Balas al corazón

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El plan está en marcha y no hay vuelta atrás. El caos ha comenzado arrasando todo a su paso y me alegra ser esa persona que, aunque también sale perjudicada, disfruta ver arder a sus enemigos. Justo eso me hace feliz ahora, ver como las dos mujeres se desangran bajo la mirada incrédula de Adriano.

—¿Esto es lo que querías? ¡¿Estás loca?! —Grita aun inmóvil bajo el umbral—¡has matado a la dama y princesa de la maldita mafia! ¡Estando rodeada de todos los clanes, de está no te salva nadie! —grita acercándose mientras su dedo índice me señala.

—¿Y quién dijo que quería salvarme? —pregunto sonriendo y él frunce el ceño.

—¿Quién eres? —Pregunta y sonrío—Alessandra no era así, no así de impulsiva —agrega y mi mandíbula se aprieta mientras la ira vuelve.

—No, ella no era así, ¿sabes por qué? —digo quedando solo a centímetros de su rostro—porque ella no sabía a quien le servía, que fue esclava toda su maldita vida del hombre que asesinó a su familia. Él me hizo así, ahora que se atenga a las consecuencias de haber liberado a un demonio con ansias de venganza.

—Te van a matar —dice mientras me mantengo seria.

—Eso va a pasar tarde o temprano, lo diferente aquí es que me voy a encargar de que él lo haga primero.

Una batalla de miradas se desata mientras lo único que pasa por mi cabeza es que; quiera o no, mataré a ese bastardo. Así tenga que matarlo a él primero. Pero hay una duda que siempre ha estado presente y que por más que la pienso, no le he dado respuesta. Bueno, una que me guste. Esa duda no la he resuelto, ¿Por qué no lo he matado a él? Él fue el que comenzó todo, pero no siento odio, simplemente una profunda decepción y me temo que eso solo se debe a una cosa; lo nuestro se convirtió en algo más que sexo.

—Alessandra...

—¡Cariño! —grita un Flavio agitado y me giro hacia él mientras Adriano lleva su mano al arma que reposa en la cinturilla de su pantalón.

—¿Cariño? —habla Adriano, confundido.

—¿Qué sucede? —Flavio solo me dedica una mirada aterrada.

—Nos han...—No termina de hablar cuando el ruido de una detonación inunda el salón haciendo que yo desenfunde mi arma.

—Descubierto —El rostro eufórico de Adolfo hace presencia cuando Flavio cae de rodillas con un orifico de bala en su frente.

Mis ojos van al arma que sostiene el pelirrojo y todo mi cuerpo se tensa. Le apunto y él sonríe mientras mi corazón se acelera al ver la manada de hombres de aproximadamente dos metros que lo rodean. Tienen ametralladoras y cara de querer matar a alguien, el objetivo es claro, a mí.

—¿En serio creíste que no te reconocería? —pregunta señalándome con el cañón del arma—siempre lo haré, maldita.

Apenas termina de hablar, descargo mi arma sobre sus hombres, pero lamentablemente las balas no me alcanzan ni para la mitad. Maldigo y retrocedo en busca de una maldita salida.

—Yo la llevo —habla Adriano y los ojos de Adolfo caen en él mientras una sonrisa llena de burla se estampa en su rostro.

—llévenselos; el jefe los solicita —ordena posando sus ojos en los cuerpos que me rodean—voy a disfrutar esto —agrega mientras toman mis brazos con fuerza.

—¡Suéltenme, malditos enfermos! —grito, pero ellos me alzan como si de una pluma se tratase.

Pataleo y muerdo, pero todo mi esfuerzo es en vano ya que soy arrastrada junto con Adriano hasta el salón principal donde ya solo se encuentran los jefes, el ministro y su hija, algunos escoltas y Abramio que se mantiene en un sillón.

—Si nos lo permite, deseamos retirarnos —habla el ministro con los ojos puestos en mí al igual que su hija, pero con la diferencia de que los de ella son de horror y los de él demuestran frialdad.

—Por supuesto —responde Abramio y ellos no tardan en marcharse seguidos de sus escoltas.

Me avientan al suelo colocándome de rodillas mientras la mano de Adolfo toma un puñado de mi cabello con fuerza. Mis ojos se posan en Abramio que se levanta, pero mantiene distancia.

—Alessandra —habla para después tomarse un trago de su bebida— mataste a mi esposa e hija —continúa y sonrío descaradamente— voy a ser breve; pide perdón y tú tortura no será tan inhumana.

Rio de inmediato para después fijar mis ojos en los suyos y soltar lo siguiente con todo el veneno que corre por mis venas:

—Brucia all'inferno, dannazione.

‹‹ Vete al infierno, maldito. ››

En menos de nada, su mano golpea mi rostro dejándome desorientada y con el sabor de mi propia sangre cubriéndome la boca. La ira me corroe e intento liberarme, pero solo recibo otro golpe que me voltea la cara y hace arder mi rostro. Miro los ojos enfurecidos de Abramio y no sé quién tiene más veneno. Sonrío y él frunce el ceño, bajo el rostro y escupo en sus pies. Halan de mi cabello y segundos después, percibo como una ola de dolor se expande por mi rostro haciéndome gruñir. Con los ojos cerrados por el dolor, soy aventada al suelo y el sufrimiento empeora cuando mi rostro impacta con la madera del suelo.

Me quedo sin aire cuando patean mi torso y en medio de jadeos siento como algo duro impacta contra mis costillas enviando un corrientazo por mi torso, brazos y pecho haciendo que me retuerza mientras reniego del dolor. Aun en el suelo, toman mi cabello y alzan mi cabeza de un tirón haciendo que mi cuello cruja, trato de abrir los ojos, pero el dolor es tanto que se me hace imposible.

Escucho un golpe seco y abro mis ojos cuando un grito de dolor llena el lugar. Siento como la sangre baja por mi rostro y soy consciente de que mi nariz está rota. Mis ojos se posan en Adriano el cual está a unos pocos metros de mí con el rostro ensangrentado y apoyo mi barbilla en el suelo cuando mi visión se nubla.

—Adriano —La voz de Abramio me hace parpadear hasta que mi visión se aclara y lo veo frente a Adriano que se encuentra arrodillado mientras Adolfo lo sostiene.

—Señor —responde serio, pero logro percibir miedo en su voz.

—Creí que tú si me eras leal, pero ya veo que no —Abramio habla mientras hace gestos con las manos. Los cuales, para mí, son como si estuviera en cámara lenta.

—Siempre lo he sido y siempre lo seré, señor —responde casi suplicando y mi corazón se pone a mil cuando noto que Abramio sostiene un arma.

—Claro, pero eso no te importó cuando te metiste con ella; las relaciones dentro de la sociedad están prohibidas y a ustedes —Me señala con el bastón que sostiene— no les importó, así como tampoco les importo traicionarme. Ella; desobedeciéndome y matando fríamente a mi familia, y tú; acostándote con ella y de paso apoyándola, ocultándola y ayudándola para que llegara a mí —suelta con rabia y me remuevo bajo el agarre de no sé quién.

—¡No, él no me ayudó! —Grito tratando de soltarme— ¡él no me ayudo! —Vuelvo a gritar ya casi con las lágrimas en mis mejillas.

—¡¿No?! ¡¿En serio creen que jamás lo supe?! —grita casi con burla y los ojos azules de Adriano se conectan con los míos y solo hay una similitud en ellos; miedo.

—¡Yo le dije lo de su hijo, ¿Cómo podría traicionarlo ahora?! —grita mientras yo me remuevo.

—¡Claro que lo hiciste! —grita como respuesta Abramio y con las ultimas fuerzas que me quedan, golpeo la entrepierna de quién me sostiene y afloja el agarre dándome oportunidad de zafarme y levantarme.

Corro hacia Abramio, pero él al verme no duda y le entierra una bala en el entrecejo a Adriano. Siento como mi cuerpo se queda sin fuerzas al tiempo que la vida abandona los ojos de Adriano, esos ojos que en algún momento me miraron con algo más que deseo. Caigo de rodillas dejando salir un grito que me desgarra la garganta mientras la risa de Adolfo inunda el lugar.

—¡Son unos hijos de puta! —grito mientras la cabeza me palpita y mi visión se nubla. Pierdo las fuerzas y caigo nuevamente sobre la madera mientras el dolor en mi cuerpo se intensifica.

—Cuando te metes con Abramio Belucci, no hay piedad —Es lo único que escucho antes de ver un zapato acercarse a mi rostro y de repente...nada.

SICARIA [Codicia #1]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora