Seis meses después...
Se declaró oficial la separación del matrimonio Lobrough, una noticia que ya se corrió la voz meses atrás por la presencia de los abogados en las residencias de ambos cónyuges sin que estos se pronunciaran, alimentando más sus mentes morbosas. Acertaron, eso no se les podía discutir. Tal procedimiento no se llevó a la corte gracias al acuerdo rápido que llegaron los implicados, acelerando así el proceso del divorcio, sin que estos tuvieran que verse las caras.
Más de uno quiso averiguar hasta el mínimo detalle de dicho convenio, si se habían sacado las entrañas mutuamente o habían volado cuchillos. Pero no se supo nada más allá de ello, quedándose todo en la absoluta confidencialidad.
Más tarde, se sabría que lord Lobrough había sido generoso con su esposa al publicar un comunicado que la separación se debía exclusivamente a su comportamiento indolente, por no haber ejercido su papel de esposo, aclarando cualquier duda que fuera a raíz de la infidelidad de su ex-esposa. En vez de callar muchas bocas, lo que hizo era avivar más su curiosidad, sobre todo, porque cuando se publicó el caballero había salido de viaje y la dama en cuestión no estaba en la ciudad.
Pero no tardaron en olvidar el tema al considerar que dicho caballero volvía al estar en el mercado matrimonial sin importarles bien poco que era un hombre divorciado. Sin embargo, él no daba señales por aparecer muy pronto en la ciudad, aumentando la expectación por su regreso. Por otra parte, no tuvieron la misma preocupación por la dama. No se preocuparon cuál sería su paradero, si vivía o no.
***
Alana tampoco pensó en ellos, en la gente que había dejado atrás en la ciudad. Ni siquiera de quienes supuso que eran sus amigas. Las amistades dejaron de existir desde que el divorcio fue un hecho real. No le extrañó, sabía que iba a ocurrir, tarde o temprano les iba a dar la espalda. No era una cosa que lamentaba.
Sin ningún lazo que la atara, se marchó a Devonshire con sus sirvientes de más de confianza, comenzando así una nueva etapa de su vida. Pero le costó acostumbrarse a ella cuando ya no era más esposa de... él. Y más cuando el trato poco varió de un sitio a otro. Era una mujer divorciada. Eso la marcaba, teniendo ese título para siempre. No había manera de que la vieran de otra forma que eso.
Afortunadamente, algunos vecinos fueron amables con ella, aunque su compasión teñía el buen gesto de ellos y por el respeto que había tenido a su familia. Excepto el de lady Redelfs, que no la había conocido, ni a ella, ni a sus padres, una viuda que no entendía de normas y le gustaba ayudar.
No se debía a que su marido fue militar, ni mucho menos que ella fuera enfermera, que podía ser una de las razones de su bondad. Sino a que procedía de un carácter magnánimo y noble que no le entraba en su mente la maldad, salvo porque estaba dolida por la muerte injusta de su esposo. Una contradicción que ella se lo callaba.
A diferencia de los otros, lady Redelfs no le preguntó por su separación, ni por James. Ni siquiera cuando la nostalgia empañaba su mirada. Al poco tiempo de tratarse, entablaron una bonita amistad.
- Estoy pensando en hacer una cena de Navidad en mi casa - le dijo cuando vino a la suya para ayudarla a adornar su árbol ya que lo había dejado a última hora.
No le gustaba mucho celebrar ese tipo de fiestas, dado que lo había hecho casi siempre sola. Si no fuera por la insistencia de su amiga, no lo habría hecho.
- ¿Lo has pensado bien? - cogió la estrella que le estaba tendiendo.
- Sí, ¿por qué lo debía reconsiderar?
- No todos me tragan y sería incómodo para ti. No quiero que por mi culpa, echara a perder tu cena - no se cayó de la escalera y fue colgando el resto de adornos que le faltaban.
- Tonterías, eres mi amiga y no eres un bicho raro.
- Exactamente, soy un bicho raro para ellos, Grace. Me extraña que tú no lo hayas visto aún.
Grace frunció el ceño y chasqueó la lengua.
- ¿Vas a venir o no? No puedes decirme que no porque ya le he encargado a mi cocinera que prepare un plato más para ti.
¿Cómo se podía negar a la única persona que le había tendido una mano y le había invitado a su casa sin mirarla con compasión?
- Entonces, ya lo tenías claro.
Era evidentemente que sí.
- No había venido únicamente para ayudarte con el árbol, ni por comerme tus galletas. Por cierto, ¿por qué no haces más y las llevas para acompañar el postre?
La bandeja que había en la mesa estaba vacía, demostrando su predilección por ellas.
- ¿Qué otra elección tengo?
- Ninguna.
Las dos se rieron y acabaron por decorar el árbol.
Prefirió no haber aceptado porque eso supondría más quebraderos de cabeza y llevar algo a la cena de su amiga, más que no sabía el vestido que se podría para tal evento. No era porque tuviera un gran surtido de vestidos despampanantes para escoger, mucho lejos de la realidad. Pese a que James le había dejado una considerable y nada desdeñable asignación, no quiso tocar su dinero. Precisamente, porque no quería ser una aprovechada, ni que el día de mañana se lo pudiera echar en cara.
Aunque había pasado tiempo para no importarle, le importaba.
¿Pero quién le aseguraba de que no lo vería más? A las fechas que estaba, no lo creía. Pero no quería que el día de mañana le llegara una carta a su nombre que le recriminara por tal gesto.
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Muy pronto más!
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Historical FictionPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc