Uno de los eventos de la temporada más importantes a recordar era Royal Ascot, las carreras celebradas en el hipódromo de Windsor, reuniendo a la gente más selecta de Londres, de la nobleza y de la familia real. Una suerte para muchos; la envidia de otros. Se generaba mucha expectación en cada una de ellas. Un evento, que sin duda se vivía con gran emoción entre los presentes, apostando por su caballo ganador desde que empezó a celebrarse y se podía prolongar durante días.
Muy pocas damas eran invitadas para tal evento, mayoritariamente una actividad presidida por hombres. Tales damas que iban eran por la gracia de que era un familiar cercano a la realeza o por relaciones estrechas a personas importantes.
Alana Lobrough era una de ellas, que había aceptado a ser la acompañante de lord Sanders. Estaba decidida de disfrutar de las carreras sin importarle que era por la invitación de dicho caballero, que no dudó en explicarle como funcionaban el hipódromo y las apuestas que se hacían como si esta fuera ignorante. No le quiso decepcionar. Parecía ser que sabía de lo que hablaba, ya que lo hacía con una seguridad pasmosa.
— ¿Usted ha apostado?
— Sí, mi señora. Es una apuesta segura. Mi elección va al caballo ganador.
— Me deja sin palabras — mintió —. ¿Cómo puede saberlo?
— No puedo desvelarle mi secreto, le puedo decir que mi intuición me lo dice.
Asintió y observó lo que le rodeaba. Había mucha gente congregada y cada persona se le veía con un interés vivo por las carreras que iban a comenzar. Tal efervescencia se le contagió y cuando dio comienzo a la primera, se vio con la respiración contenida y a la espera de cuál sería el caballo vencedor. No supo si era el que había apostado lord Sanders, pero ella acabó aplaudiendo, emocionada.
***
Aunque Lord Sanders no tuvo suerte, creyendo en su intuición, a Alana no se le agrió el humor. Siguió disfrutando, incluso después, que había como una especie de reunión y celebración en el edificio cercano al hipódromo. No se podía echar en falta la comida o la bebida porque había en abundancia. Así que aprovechó en tomar una copa de champán más unos aperitivos que se veían apetitosos desde las bandejas. No dudó en hacerlo. Estuvo entretenida en comer que averiguar dónde se había metido lord Sanders. A su alrededor, se elevaban las voces, aún vivarachas por las victorias de sus apuestas; otros con la desafortuna de haber perdido. Eso a ella no le preocupaba. Cogió un canapé y se lo metió en la boca, con gozo. No todos los días le ofrecían ese manjar. No iba a contenerse como otras damas, que miraban con moderación la comida.
Ella no iba a cortarse por ellas. Alzó la copa para tragar bien un trozo, que cuando se giró y bebió, chapurreó lo que había su boca al descubrir a la persona que tenía delante, a un paso de de su cuerpo. Poca gracia le hizo que lo manchara. Menos ella.
Se fijó que alzaba una ceja y buscaba un pañuelo con que limpiarse. Ella se interesó más en hacerlo en la suya.
¿Tanta mala suerte tenía?
— No lo habría manchado, si me hubiera avisado. Tiene una mala manía en pillarme por sorpresa, milord.
— Ya veo — dijo —. No iba a ser un maleducado en no saludar a mi esposa.
— ¿Esposa dice? ¡Qué raro oírselo decir cuando poco le ha importado su persona! — tropezó con su ceño fruncido y se percató de que había hablado en voz alta, perjudicándole. Moderó la voz y añadió: —. Vamos, James, no se moleste en querer saber de mí o en saludarme por mantener las buenas apariencias o sentirse aún mal por lo que le dije la otra noche. Sigamos fingiendo que no somos un matrimonio. Le libro de soportar mi presencia.
Como creyó que se iría, tomando otro camino, se extrañó que se quedara.
— Prefiero quedarme aquí.
— ¡Perfecto! Entreténgase con lo que encuentre porque no le daré conversación.
No dijo más palabras, creando un silencio entre ellos aunque el bullicio los rodeaba. No le habló, estaba más pendiente al igual que ella en beber y en comer. Alana no pudo continuar; sintió el estómago cerrado.
— ¿Este es su castigo?
— ¿Qué castigo?
— No se me ha olvidado que dijo que aún no había pagado por mi pecado. ¿Quiere martirizarme cada vez que intento pasármelo bien?
— Es verdad que lo dije — se encogió de hombros —, y lo mantengo. Mas esta ocasión no he pensado en castigarla.
— Entonces, ¿qué debo hacer para que no me incordie?
— Alana — oyó un suspiro tras su nombre —, una cosa bien diferente es lo que pienso al respecto de lo que me hizo; y otra, fue mi actitud deplorable hacia usted. No me gusta verme a mí mismo como a un monstruo.
Esas palabras consiguieron en atrapar su atención.
— ¿No lo va a negar?
El caballero parecía contrito.
— ¿Acaso no fue suficiente con mi disculpa?
— No lo ha sido.
Se quedaron otra vez en silencio, con las miradas cargadas de reproches. Ambos respiraban, aunque más conscientes que nunca de sus respiraciones. El ambiente se cargó de una tensión que se estiraba a más no poder, estirándose hasta no aguantar. Fue Alana que apartó la mirada, agitada.
— No fue un marido, ni tampoco un buen amante.
Hasta ella misma se escuchó. Su corazón se le paralizó al escucharse. Nunca oyó su réplica porque una persona se reunión a ellos, pegándose como una lapa al hombre, que este se vio arrollado por el abrazo intenso de una dama. O no tan dama.
— Querido, ¿qué hace aquí tan solo?
Era tal descaro su mentira que Alana abrió los ojos como platos. La mujer no se entretuvo en remilgos.
— Si lo hubiera sabido.... — su voz era tan melosa que a ella le chirrió —. No importa, ya estoy aquí. ¿No me ha echado de menos? No me podía creer que estuviéramos en el mismo sitio.
Alana lo comprendió.
Cabeceó disgustada y les dio la espalda, no iba a ser partícipe de su comedia.
De amantes.
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Historical FictionPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc