Aviso: este capítulo levantará muchas ampollas
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Se había prohibido ir al club para no tener que aguantar a sus pares; había creído que se habría librado de aquellos carcamales, pero hubo uno que no entendió la regla de no presentarse sin invitación a una casa ajena. Así fue cuando James recibió a lord Sanders.
- ¿Qué le ha dicho?
- Que está, sir.
Puso los ojos en blanco; asintió mientras entraba en la salida donde el hombre lo estaba esperando.
- Buenas tardes, lord Sanders. ¿Le apetece tomar alguna copa o un refrigerio?
- No, gracias. No dispongo de mucho tiempo.
- Siéntese, por favor.
Había aprendido tanto del ejemplo de sus padres como de su hermano el tener que ser buen anfitrión cuando lo que quería era despecharlo a patadas.
- ¿Cuál es su interés de haber venido a mi casa? No tenía ningún aviso de que me iba a visitar.
- Disculpe por mi intromisión, he venido para preguntarle por su esposa. No la he visto desde hace unos días y estaba preocupado por su persona. ¿Ha enfermado?
James le chirriaron los oídos.
- ¿Cómo que ha enfermado? Mi esposa se encuentra en buen estado de salud.
- ¿Está seguro? ¿La ha visto por casualidad? ¿Le ha dicho que no quiere verme?
Sus preguntas y su ansiedad con el que se reflejaba a través de ellas le pusieron los nervios en punta. Hizo memoria y contó los días que no había visto a su esposa. Carraspeó al darse cuenta de que tampoco había tenido noticias desde que le declaró su intención de divorciarse de él. Como no quería incordiarla más, no la molestó. Además, necesitaba tiempo para procesar su decisión, cosa que todavía no había asimilado. Ni siquiera lo que estaba sintiendo.
- Cálmese, por favor, si mi esposa no está receptiva en recibir visitas; la respetaría.
- Entonces, ¿le ha dicho que no quiere verme?
- No me ha dicho nada - le estaba exasperando -. Ojalá tuviera el poder de adivinación para saberlo.
- Oh, Dios, no le haré perder más tiempo. Quería saber que estuviera bien, pero veo que no puede ayudarme.
Al fin, se había dado cuenta.
- No es que le pueda ayudar; pero aquí no se halla la respuesta que busca o en la casa de mi esposa. Dedíquese a ocupar su tiempo en otras cosas y no la incordie.
- ¿No le preocupa que esté enferma o no sabe dónde podría estar?
Si le tuviera que dar razones a ese hombre, le dispararía con un solo balazo.
- Lord Sanders, buenas tardes.
¿Sería cierto de que su esposa hubiera caído enferma?, se preguntó, sintiendo un repentino nudo en el estómago. Lord Sanders se fue más frustrado de lo que vino, ya que no tuvo suerte en sus pesquisas relativas a lady Lobrough. Lo que no supo era que creó a su paso más revuelo innecesario.
***
Lord Lobrough debía aplicarse a sí mismo lo que le había dicho a lord Sanders, sin embargo, hizo caso omiso, presentándose a la mañana siguiente en el hogar de su esposa. No debía molestarla, ya que estaría sobrepasando los límites de sus deseos, importunándola. Probablemente recibiría un portazo en las narices. Sí, era lo más seguro. Ese posible rechazo no lo amilanó, así que se dirigió hasta allí con la idea de que si estuviera enferma, llamaría de inmediato a un doctor para que la examinara.
Agarró la aldaba de la puerta y dio con ella varios golpes. Repitió el gesto al no tener respuesta. Estaba todo silencioso. Se desesperó y como no quería desesperarse, caminó, queriendo descargar esa energía en sus pasos. Levantó la vista hacia el edificio, pero las cortinas estaban echadas. No creía que hubiera alguien en el interior. Era como si cualquier habitante de allí se hubiera esfumado de la faz de la tierra.
¿Tiene la servidumbre despierta?
No; les di el día libre.
Fue igual como la otra vez; lo que significaba que habría pasado otra noche en la casa de madame Duvier. O no, quizás, se hubiera quedado dormida en alguna fiesta de sus amigos.
No calculó cuánto tiempo estuvo ahí, de pie, con el frío de la mañana envolviéndole como único consuelo de su desesperación. Se imaginó cualquier situación, pero algo le decía que aquello no era. El sonido de los cascos de los caballos le alertó de la llegada de alguien, cerca de dónde estaba. Justo cuando su mirada se deslizó hacia el carruaje fue cuando se abrió la puerta y bajó lady Lobrough con la gentileza del cochero.
Sus gestos la delataron y unas garras invisibles apretaron el cuello de James, asfixiándolo sin misericordia. No venía de una fiesta de sus amigos o vecinos. Se sintió estúpido; no había estado enferma.
- ¿James? - su pregunta quedó ahogada por la sorpresa de verlo.
- Me habían dicho de que podría estar enferma.
- No lo estoy - se cerró más la capa a su cuerpo -. No tendría que haber venido.
Antes de que lo detuviera, un impulso animal lo dominó, se acercó a ella y le apartó la capucha de su capa. Tenía marcas en su cuello. La vista se le puso roja y su cuerpo tembló, saboreando el hiel amargo en su paladar.
- ¿Lo ha disfrutado?
Lo quiso apartar, pero no pudo porque él cogió sus muñecas.
- Respóndame, Alana. ¿Sí o no?
- Sí, lo que nunca pude serlo con usted.
Era una verdad dolorosa que no pudo rebatirle. No fue buen esposo; ni buen amante.
- ¿Desea todavía el divorcio?
- ¡Sí! Quiero liberarme de ti - lo intentó empujar y desasirse de su agarre.
- Entonces, tendrá su libertad ansiada - la soltó por fin.
Como no pudo soportar más el asfixia, se alejó de ella, queriendo despellejarse la piel y sacársela de él, de su cuerpo, de su mente... pero estaba ahí, en su pecho, ahogándolo.
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Fiksi SejarahPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc