Las emociones fuerte y vividas, como llamas chispeantes, desaparecían con la frialdad de la realidad. Así había pasado.
No podía creer aún que se estaba vistiendo y detrás de esa puerta la estaba esperando su marido cuando había permitido unas horas atrás que otro hombre la besara y la tocara. Ahora era como si se había introducido en otro mundo que no era aquel donde había sentido, había alcanzado el cielo por unos largos segundos.
No sabía cómo actuar, no sabía cómo digerir que él la había descubierto tan pronto. ¿Cómo se había enterado? No era que lo lamentaba porque no se arrepentía de haberlo hecho; sin embargo, su pudor le echaba en cara de haber sido descuidada, ya que no había contado con que él apareciera. Encima, tuvo que despachar a su amante.
¿¡Con qué derecho!?
Sin todavía asimilarlo, sus manos temblorosas y resbaladizas no atinaban en abrochar los botones de su vestido. Maldijo a James, por su aparición en ese cuarto, por sus prisas en irse y por tener que acompañarla. Era como... si quería ejercer de esposo. Descartó ese pensamiento que le creaba más inquietud que satisfacción, e intentó nuevamente en abrocharse el vestido, pero estaba tan torpe que no acertaba.
— ¿Cuánto le falta en acabar de prepar...? — su voz se apagó.
Alana cerró los ojos fuertemente; se imaginó lo que estaría viendo. Eso era lo de menos, teniendo en cuenta que la había pillado en una cama y desnuda. Se sonrojó sin remedio alguno.
¿Por qué tendría que pillarla siempre en desventaja? Lo peor que se sentía como una niña pequeña que la había descubierto en haber roto la vajilla entera.
— No estoy tardando porque me plazca; no alcanzo a los botones.
Le oyó caminar, pasos amortiguados en el alfombra, hasta detenerse enfrente de ella, esta miró al techo, aguantando la compostura. Él no musitó palabra de su estado; tampoco, le renegó su falta de pragmatismo, dado la situación en la que se encontraba. Le abrochó los botones con eficiencia; sin demorarse en la tarea. Solo que cuando acabó, el silencio imperó entre ellos, siendo conscientes más que nunca de la cercanía de sus cuerpos.
— ¿Su abrigo?
— Supongo que está abajo — respondió sin mirarle a la cara.
— Bien, vámonos.
No pudo objetar; ni renegarle, aunque eso no le evitaba que estuviera nerviosa, con la sangre agitada. Se guardó sus pensamientos para ella, le dejó que la llevara hasta abajo. Tuvieron la suerte de que no se encontraron a gente merodeando por los pasillos. Ni a Madame Duvier, ni a los demás. Ni a quien fue su amante de esa noche. Anduvieron hasta que salieron fuera del edificio. El guardia no se despidió de ellos, sino que movió la cabeza.
— Tengo un carruaje esperándome — le dijo al verle que este detenía uno para ellos.
¿No estaría pensando en ir juntos?
—No, vamos en este. Sube.
Enarcó una ceja y cerró la boca. No quería remover más el enjambre. Subió, ignorando la mano que le tendía y James entró tras de ella. Tuvo el gesto de sentarse enfrente de ella. Ni ese momento le sacó el tema haciendo que el ruido de las ruedas del carruaje y de los cascos de los caballos sobre el suelo adoquinado predominaran. Mientras el carruaje les dirigía hacia la casa de ella; esta se dedicó a no pensar, ya que no había hecho nada malo. Y que no le dijera nada sobre ello, le ponía más nerviosa.
— Antes — tenía la garganta tan seca que su voz sonó más enronquecida, carraspeó avergonzada —, no me respondió a cómo se enteró de que estaba allí.
Para su extrañeza; el hombre le sacó una nota doblada de su chaqueta. Se la dio. Cuando la abrió, él habló:
— Tuvo el descuido de enviarme que tendría la intención de ir a ver a madame Duvier — era verdad —. Podría haber caído en otras manos, pero no fue así, cayó en las mías. No o sí con conciencia de que me enterara de que iría.
— Esto no responde a que sabía que esta noche estaba allí — era su letra; no había engaños.
— No quería que estuviera.
Alana ladeó el rostro y apretó los labios en una línea fina.
— No lo quería.
— No le hubiera importado serme infiel.
Lo miró, ya que denotó censura en sus palabras.
— No — se sinceró —, y habría continuado, si no hubiera pedido a mi amante de que se fuera. ¿Con qué derecho se atrevió? No deja que sea feliz a mi manera. Le preocupa más su orgullo que quede mancillado porque yo me permita tener un amante. Usted lo hizo, y nadie le achacó su heroica hazaña.
Respiró con agitación mientras que James, por su parte, intentó controlar su temperamento. El carruaje se había detenido dándoles una tregua. Alana se bajó del carruaje sin esperar a que este le siguiera. En la entrada, él la alcanzó y la detuvo antes de que abriera la puerta.
— ¿Cree que solamente se atañe a mi orgullo?
— ¿Qué sino? No me ama; ni mucho me ha respetado durante el matrimonio.
— No quise una esposa, Alana. Bien que lo sabía.
— Lo sé. Por eso — inspiró hondo para soltarle lo que había estado considerando antes de abandonar el lecho —, le quiero pedir el divorcio; fue mi culpa en aceptar que sería la esposa de usted cuando realmente no era lo que deseaba.
James negó con la cabeza y se pasó una mano por la cara.
— No lo está diciendo en serio.
— Lo digo con mis todas facultades en buen estado, James. Este matrimonio estaba abocado al fracaso; y no quiero compartir una vida que estemos reprochándonos. No me quiere; ni yo a usted.
— Significaría para usted el ostracismo de la sociedad.
— No me importa.
El caballero estaba confundido. Perdido.
— ¿Tiene la servidumbre despierta?
¿A qué venía esa pregunta?
— No; les di el día el libre.
— Espero que tenga una habitación disponible, Alana, quiero que descansemos y podamos hablar tranquilamente el tema mañana.
— ¿Quiere dormir aquí?
— Estoy cansado, Alana, por favor. No quiero discutir.
Le podría haber echado a patadas como merecía, pero su voz le indicó que no era conveniente forzar más las tuercas.
— De acuerdo, pero esto no me hará de cambiar de opinión — dijo, abriendo la puerta.
— Eso ya lo veremos.
¿Lo había dicho o fue producto de su imaginación?
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Historická literaturaPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc