Alana observó la salida de James, alejándose de la casa y adentrándose en la calle, perdiéndole de vista. Nunca lo había visto así. Como si de repente le importaba, como si de verdad la hubiera visto con otros ojos, después de tantos años. Sin embargo, él no la amaba, pese a que le había negado darle el divorcio.
Sus motivos se le escapaban. Porque otro caballero en sus carnes, estaría agradecido por el divorcio que le ofreciera su esposa, liberándolo de los grilletes del matrimonio. Seguramente, estaba escaldado porque no soportaba que otro fuera mejor que él.
Si fuera así, la decepción sería tan grande que nunca le podría perdonarlo. No obstante... se llevó una mano a los labios queriendo sentir esos besos que la habían llenado, sin embargo, no fueron los besos que anhelaba de ese extraño, sino los que no habían llegado a puerto.
A sus labios.
Los rozó como él lo había hecho, su tacto... su fuerza ligera en ellos. Contuvo un gemido y giró sobre sus pasos, echando cerrojo a esa puerta. Tenía que terminar con esa agonía. No iba a suplicarle a su marido; no, él le daría el divorcio como se llamaba Alana, dando fin a esa unión que no debió existir.
Ni darle pie a sus sentimientos de juventud.
***
El señor Ferrans abrió los ojos como platos ante la apariencia desaliñada de su señor. Este no se esforzó en darle explicaciones, sino que subió los escalones hacia su dormitorio. Tampoco se las dio a su ayuda de cámara que quiso bromear con su aspecto.
- ¿Se ha metido en una pelea callejera de la cual no he tenido conocimiento que había?
- Sí, algo parecido - frunció los labios y se sentó en el sillón, quitándose los zapatos sin que le ayudara.
Su ayuda de cámara no se molestó en implicarse ya que estaba pendiente de su relato.
- ¿Ha perdido?
Se quitó la chaqueta, el chaleco tirándolos hacia el suelo. Siguió la camisa hasta quedar desnudo de cintura para arriba. Se ganó una ceja enarcada de su empleado.
- No lo sé - inspiró hondo como si hubiera corrido -, puede que sí.
- ¿No lo sabe? Sí, que ha sido intensa y larga la contienda - dijo irónico.
- No se lo imagina - hizo una mueca y se puso en pie, ignorando la ropa tirada y se situó enfrente de la ventana. El tiempo no había cambiado; seguía con la neblina; el tiempo no era el más alegre de todos -. Mi esposa me ha pedido el divorcio.
- ¿No es una buena noticia?
No le respondió James porque aún le costaba tragar la verdad. La verdad era que su esposa no lo quería ver en pintura. Le desagradaba que siguiera casada con él. Quería romper con su matrimonio.
- Supongo que sí - se giró -, supongo que sería lo correcto porque no nos soportamos, no nos queremos.
- Pero...
La voz del otro hombre la oía lejana porque notaba más que nunca los latidos furiosos de su corazón. Se pellizcó el puente de nariz, cansado y frustrado.
- Siento que no he hecho bien las cosas, no he sido un buen esposo... y he fallado.
Reconocerlo en voz alta le laceraba; abría heridas de las cuales no había sido consciente de que existían.
- ¿Eso le tortura?
- Me tortura el hecho de no haber visto a la esposa que tenía sino a la imagen que yo mismo construí por mi rencor hacia su persona.
- Quizás no sea tarde.
- Déjeme solo - le pidió y apoyó la cabeza en el respaldo -. Necesito pensar, necesito... No sé lo que necesito realmente.
- Sí, señor.
Obedeció su orden, mientras que James entró en un espiral que le causó más pérdida que lógica; más soledad que refugio o consuelo. Tan crueles eran sus pensamientos que el recuerdo de su esposa lo apresó, como sirena al marinero que lo quería ahogar. Sin embargo, él no quería ahogarse; quería adentrarse en el fuego que había sentido con ella.
- ¿Qué me has hecho, Alana? No puedo desprenderte de mi mente.
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Ficción históricaPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc