Ante los últimos acontecimientos, no sería raro de que pudiera llegar a pensar de que se toparía con su esposo en cualquier esquina de Londres. Sin embargo, no fue así. No apareció; ni tuvo más noticias de él en los siguientes días que transcurrieron después del Royal Ascot, preguntándose si no habría salido de la ciudad. Eso sería un alivio, ya que no tendría que soportarlo, ni a su persona, ni a su amante.
Un alivio, aunque no del todo.
Intentó que su mente se vaciera cualquier pensamiento sobre él o sobre el último encuentro que tuvieron, mas no pudo porque le había recriminado que no fue un buen esposo, ni buen amante, casi confesándole lo herida que estuvo. Por siguiente, sus sentimientos. Había estado a punto. Pero se calló a tiempo, no delatándose.
¿Le habría afectado?
No lo creyó, porque luego fue arrollado por la ímpetu de su compañera. Así que su reproche cayó en un saco roto, sin que este le preocupase sus sentimientos. Ni siquiera le volvió a pedir perdón.
¿Lo estaba esperando?
¡No! No era tan idiota para albergar esperanzas de que su marido tuviese como mínimo remordimientos. No obstante, él le había dicho de que se veía como un monstruo a raíz de que le dijera que había huido de ella.
Cabeceó más de una vez para quitarse esas estupideces de la cabeza. Todo lo que tuviera con él, se había acabado. Además, tenía que acordarse de que era un mentiroso, que solo quería velar su imagen. Eso era, nada más que su imagen, de cara a la sociedad.
Lo que la ponzoña del odio que iba dirigida hacia el caballero aumentó.
Esos días posteriores trató de relajarse, yendo con las amigas de compras y aunque no necesitaba un nuevo vestuario, prefería mirar y probarse que estar encerrada en casa; tomar el té o aceptar invitaciones de otros eventos. También, por no ser una maleducada, aceptó la agradable compañía de Sanders en cualquier paseo en Hyde Park. Este, en una noche, la invitó a estar en su palco para disfrutar de una obra de teatro con la promesa de que no se excedería más allá de la prudencia.
Tuvo que decir a su favor, que se comportó. Pese a ello, la obra teatral no le llamó mucho su atención, lo que su entusiasmo se apagó como la llama de un papel. Fingió pasárselo bien, al menos, para no tener ese detalle feo con el caballero. Cuando tocó el descanso, dio gracias al cielo.
Aprovechó que el caballero se dispuso a saludar a sus vecinos de palco para ir al tocador. Necesitaba refrescarse. Fue hacia la jofaina y se echó agua en el cual de la cual le supo a gloria. Más de una dama entró. No se entretuvo en mirar quién había entrado y pasó un pañuelo por la cara. Estaba algo sofocada y era de estar un largo rato en un espacio cerrado. Alzó la cabeza y se miró al espejo. No fue su único reflejo con quien se topó. Sus ojos chocaron con los de alguien, que reconoció a los pocos segundos.
¿Cuánto tiempo estuvo ahí mirándola?, se preguntó y alzó la barbilla. ¿No tenía otra cosa que hacer que el estar enfrente de ella? Fingió en no haberla visto, aunque esta se dio cuenta de su maniobra un pelín torpe.
— ¿Le apetece una copa? — esta bebió de la suya sin apartar su mirada sobre ella, dejando la otra encima del tocador.
¿La estaba evaluando? ¿Por qué?
— No, gracias.
— Mejor para mí; la bebida de aquí no está tan mal. Está bien fresquita. Me estaba preguntando por qué su marido no me habló de usted.
Alana se quedó petrificada con su pregunta. Inesperada y afilada. Pestañeó y se tomó algo de tiempo antes de contestar.
— Porque no fui importante para él. Eso es evidente, creí que él se lo habría dicho.
— Es muy valiente al reconocerlo — asintió y bebió un largo sorbo del champán frío —. Salvo que James no habló mal de usted. Ni bueno, ni malo. Nada. Fue anodino en ese sentido.
— ¿Qué pretende, señorita Bellemore? ¿Es un juego que tiene entre mi marido y usted? Porque si es así, le pediría que por favor abandone. ¿Qué sentido tiene? Yo se lo diré: ninguno.
La señorita Bellemore tocó su brazo antes de que saliera de la estancia.
— No se ofenda; no estoy jugando.
La observó y entendió cuál podría ser la razón de su abordaje.
— Entonces se equivoca de rival. No soy yo a quien debe temer.
— ¿A quién se refiere? No temo a nadie. Es ridículo— ahora le tocó a ella estar precavida. Soltó una risa estridente, vacía de sentimientos —. Además, un caballero ligado al matrimonio tiene dos mujeres: la amante y la esposa.
— Se equivoca otra vez. Puede que sea su esposa en papel, ante Dios, pero jamás ocupé su corazón, ni su vida. Al parece ser que usted tampoco.
— ¿Qué tonterías dice? — le dio la sensación de que se erizaba como un gato con su comentario —. No es verdad. A diferencia de usted, a quien busca por las noches es a mí y no a usted.
Le dio pena porque se vio a sí misma reflejada en ella. En su ignorancia.
— No me haga caso. Hasta más ver, señorita Bellemore y dale saludos a mi marido — su referencia a él, no le agradó —. Pensándolo bien, cogeré la copa. Gracias por habérmela ofrecido. Buenas noches.
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Escribo muy rápido para que no se vayan las ideas. En cuanto pueda, corregiré detalles que sean raros o no concuerden con la historia.
¡Gracias por seguir ahí!
Nos leemos pronto!
❤❤❤❤❤
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Ficção HistóricaPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc