Si unos años atrás alguien le dijera que su marido se iba a comportar como el caballero que le puso la alianza y cumpliera con sus votos, se habría reído a carcajada limpia, incrédula ante dicha posibilidad irrealizable. Sin embargo, esa noche, ya fuera para llevarla a la cama o no, le había dejado fuera de juego.
Se vistió sin prisas, teniendo en cuenta que James la estaría esperando abajo y había una fiesta por la cual asistir, como no se creía del todo la intención masculina, estiró cuanto pudo el tiempo para arreglarse, de esta forma, ponía la paciencia del honorable caballero al límite. No obstante, imaginando que estaría subiendo por las paredes, y con el regocijo de pensarlo que lo estaría, quedó extrañada cuando bajó y lo vio relajadamente, apoyado en el marco de la puerta. No se le veía impaciente. No podía negar mientras lo miraba que estaba... atractivo. Tragó saliva y se arrebujó más en el chal cuando sus miradas chocaron. Era como toparse con el mar oscuro e insondable.
No le recriminó por su tardanza.
- ¿Estás lista?
Asintió sin creerse aún de que estuviera ahí, esperándola para asistir una fiesta juntos. Era cierto que en el pasado, había cumplido con sus deberes de buenos vecinos y miembros de la sociedad, pero en esas ocasiones no habían sido planeados por ellos mismos, ni siquiera para el disfrute de ambos. Frunció el ceño, al acordarse de que detrás de ello, James, solo tenía un propósito.
- No creas que por aceptar ir contigo a una fiesta, te dé mi cuerpo en bandeja.
Su madre si la hubiera escuchado, se habría desmayado por su falta de pudor, su falta de decoro... y de tacto. Él, en cambio, no se desmayó, sino que le dedicó otra de sus observaciones que se metía debajo de su piel. Candente, que cosquilleaba y le dejaba un nudo en la garganta.
- Era algo que ya tenía previsto. ¿Me permites?
Se sonrojó al percatarse de que unos pocos metros estaba el mayordomo que le había dado a su esposo el abrigo para ponérselo él personalmente. No hizo mención sobre sus palabras tan delicadas de una dama. Como buen eficiente servidor, se calló. Los dejó a solas.
Estaba más nerviosa que nunca, sino no entendería como podía sentir tan cerca de su esposo y tuviera la piel de gallina si no tenía frío. No se le fue la sensación ni siquiera cuando entraron en el carruaje y la intimidad del vehículo los envolvió.
- Me hubiera avisado con antelación de tu intención, para haberme preparado mejor y con tiempo - descargó su frustración en esa pequeña banalidad.
- ¿Darte tiempo para escapar? - sus mejillas se tornaron de un rojo carmesí.
- No he escapado - mintió -. No lo he hecho.
La ceja enarcada de James desmentía sus palabras.
- La última vez que lo hiciste fue en la casa de mi hermano, cuando aún estaba convaleciente.
- Tenía razones, una de ellas fue tu aman...
Se calló cuando lo oyó gruñir suavemente.
- No es mi amante, ¿cómo podré convencerte de que no lo es?
- Díselo a ella, no a mí - volteó la cara para no mirarlo, ¿qué le pasaba? -. Bastante vergüenza tuve con enfrentarla delante de tu hermano.
- Lo lamento muchísimo, lo digo con sinceridad. Ella sabe que terminamos nuestro acuerdo.
Alana se retorció las manos.
- Lo conociera o no, no fue agradable. Por eso, me fui. Además, estaban tu hermano y tu cuñada para cuidarte, ¿qué ibas necesitar de mi presencia? Cuatro eran demasiado en una casa.
El silencio se hizo hueco tras su comentario, que revelaba más de lo que había dicho. James la miró, pero ella no abrió más la boca, ni se dignó a devolverle la mirada, provocando en él insatisfacción e intriga a parte iguales. Llegaron a su destino en silencio, con cierta tensión aún no resuelta porque había cuentas pendientes por saldar.
Los dos lo sabían.
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Historical FictionPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc