Se agarró a sus brazos ante el encogimiento de sus entrañas que le produjeron sus labios con los suyos, deslizándose sin pudor y bebiendo de ellos para después profundizar en su interior y tocar con su lengua cada recoveco que encontraba, dejándole sin ningún atisbo de raciocinio de su mente. No hubo más frío a su alrededor, sino sensaciones punzantes que la colmaban y la mareaban. Clavó las uñas en la tela de su chaqueta mientras continuaba besándola. Se movieron, aunque no fueron conscientes de cada paso que daban hasta que la espalda femenina dio con la pared de la terraza. Jadeó, pero él le robó su aliento.
En sus oídos no podía más escuchar los tambores de su corazón, golpeando fuertemente. Cuando la dejó de besar, ella cogió el aire entre resuellos.
James se fijó en ello y la pérdida de su control.
Apoyó su frente en la de ella, en un intento débil por controlarse. Sus manos, sin que estas le obedecieran aún, navegaron por el cuerpo de su esposa, tocando y sintiendo cada curva que ocultaba el vestido, pero no del todo. Su mirada fue hacia esa dirección, a esa parte que no estaba oculta. No tuvo el reparo de posar su palma sobre esa lisa piel y desnuda que empujaba su escote pidiendo con urgencia su liberación. No dudó en apretar la carne que ya de por sí estaba presa por el corsé y el corpiño del vestido, queriendo hacer más y se tornara de un color rosado.
Alana no evitó que se le escapara un gemido que acicateó más el apetito del hombre, que reunió todas sus fuerzas para apartar la mano y dejarla inerte en un costado, no por mucho tiempo. Dijo con voz rota:
- Calma - ¿se lo estaba diciendo a ella o a él? -. Calma.
- ¿Qué me estás haciendo? - echó de menos su contacto, su toque.
- ¿Qué te estoy haciendo? - si ella había creído que había acabado, estaba equivocada -. Dímelo, Alana.
- No lo sé. Es... - se mordió el labio; no podía ser. Enterró ese recuerdo que le vino -. Oh, Dios mío.
James no fue benevolente, sino que jugueteó más con la sensibilidad de su piel y con su cordura. El aire helado besó sus pantorrillas, atravesando la tela efímera de sus medias cuando le levantó la falda. Fue deslizando su mano por la corva hasta arriba, poniendo su piel de gallina y algo más, indescriptible y hondo.
- ¡James, nos puede ver! - le intentó parar al ver que no se detenía.
- Shhhh - no se detuvo y la posó sobre su muslo, donde ya la medía no la cubría, sus mejillas ardieron, no fueron únicamente sus mejillas; los dedos masculinos y sutiles la acariciaron, provocando un reguero hormigueante como si la estuvieran avisando... ¿de qué? -. Quiero sentirte.
Jadeó cuando la atrajo y notó en su estómago un bulto.
- Bésame, Alana - le demandó.
No quería entregarse, no de momento; no quería darle ese derecho.
Como si le hubiera causado una herida, gruñó y la besó, haciéndolo él personalmente. Sus labios chocaron como sus dientes, pero eso no fue un impedimento para que las llamas fulguran más y el deseo se desbordara. Alana enterró los dedos en sus cabellos, desordenándolos, mientras que James fue viajando, viajando hasta que lo encontró.
- Me vas a matar.
A ella, también. Gimoteó cuando la tocó ahí, en ese nudo de nervios que se agudizó y provocó que se tensara de una forma deliciosa.
- James...
- ¿Quieres que pare?
No, pero no se lo dijo.
- Estás tan caliente que quiero hundirme en ti, pero no quiero...
De pronto, dejó de tocarla y se apartó de ella como si lo hubiera quemado. Alana, se sintió abandonada. Miró la espalda del hombre tensa. Se apoyó en la pared para tranquilizarse y ordenar sus pensamientos.
- Ve al carruaje, yo te seguiré.
- No puedo - no pudo sentir más verguenza cuando la mirada del hombre la escudriñó -. No siento las piernas.
Le oyó maldecir y se giró hacia ella, en dos zancadas, le cogió el rostro.
- Mírame, Alana - ella no podía escapar de su orden, aunque quisiera, no podía -. Cuando te haga el amor, quiero que seas plenamente consciente de ello. El que te bese, el que te toque...
No lo entendía.
- Solo será una noche - quiso ser fría, quiso que no se introdujera más profundo en su pecho.
Sus palabras tuvieron efecto en él, como una puñalada.
- Sí, una noche. Una más que otra.
Sin querer, lo había alejado de ella. Lo sentía y dolía.
Mucho.
Abrió la boca para decirle... ¿qué? La cerró sin encontrar el valor de hacerlo porque eso suponía su destrucción.
- Vámonos. Como has dicho perfectamente antes, acabemos con esta tortura.
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Siempre me gusta estirar más la cuerda hasta que se rompa
Nos leemos pronto!
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Ficción históricaPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc