Capítulo 5

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— Está muy hermosa, mi señora —Faith se había esmerado para que esa noche luciera más bonita que nunca.

En el espejo lo reflejaba. No obstante, no se sentía espléndida como la imagen que la enfrentaba.

— Gracias, ha sido por tu esfuerzo en que lo parezca.

— No diga eso —chasqueó la lengua y apoyó una mano en su hombro -, usted ha nacido con ella, yo me he encargado de pulir ciertos detalles. Esta noche la mirarán más que nunca.

Alana asintió sin mostrar un exceso de encanto.

La ayudó a colocarse el abrigo, cogió su bolso y sus guantes, lista para salir. Mientras salía de la habitación, se preguntaba quién la sacaría a bailar, si le recitaría poemas o la alagaría comparándola con las flores. Estaba siendo injusta, ¿ qué otro momento podría disfrutar de tanta atención? Al menos, en comparación con su esposo, estos se esforzaban en caerle en gracia. Eso les daba que fuera educada con ellos, aunque estos no le alterasen un poco la sangre. Se paró en medio de la escalinata, preguntándose si un día alguien se lo removería. Los caballeros no eran pocos agraciados; tenían su atractivo.

Sin embargo, no hubo nada que le hiciera alterarla, nada que le quitara el sueño o estuviera en las nubes como lo estuvo con James.

James.

Cerró los ojos y maldijo su nombre en su interior, aunque no era una acción muy noble. Por desgracia, había sido el único con que no le hubiera importado ser menos pudorosa. ¿Pero acaso tuvo oportunidad? Sus mejillas se sonrojaron y despachó la imagen de su esposo de su mente. No le iba a arruinar su noche.

— No esperéis a que regrese — le dijo el mayordomo. No le gustaba que la servidumbre estuviera despierta y atenta a ella.

—Sí, mi señora.

No tenía acompañante, aunque se lo habían pedido. Pero aún no había adquirido esa confianza para aceptar tal propuesta. Antes de dirigirse hacia el carruaje, observó que hacía una noche cerrada. No había luna que animara el cielo. Solo unas pocas estrellas desperdigadas. Inspiró hondo y el lacayo le tendió una mano que aceptó sin fijarse en ella, ni de la persona que se la tendía.

Se metió dentro del carruaje y golpeó el techo para indicarle que iniciara el trayecto. Lo que no esperó era que en el primer segundo que el vehículo traqueteara, el lacayo entrara, aunque no fue un mediocre empleado quien estuvo enfrente de ella. Sino su propio esposo que se quitó el sombrero de copa, revelando sus facciones de ángel caído y el pelo revuelto. No conoció otro hombre que le preocupaba menos por su pelo que él, que lo mesaba y se lo revolvía como le placía. Frunció el ceño al recordar ese pequeño detalle, lo eliminó. Se envaró cuando sus miradas se cruzaron. Nada preparada para verlo, para recibir "ese golpe" en el pecho.

Hacía dos años que no lo había visto y se presentaba así. No fue educada, ni menos generosa en su recibimiento.

— Se ha equivocado de carruaje, milord — golpeó el techo para que el cochero parara, no paró. Frustrándola.

Tenía que esperar a que llegara a su destino.

— ¿En serio? ¿Hay otra mujer que sea Alana Lobrough? Es mala suerte que sola exista la que tengo enfrente.

Lo miró estoica, sin demostrarle que su comentario le había afectado.

—¿Qué quiere? ¿A qué se debe tal acontecimiento? ¿A molestarme? Porque estaba muy tranquila sin su presencia.

— Lo suponía; no todas gozan de librarse del marido a quien no le importa dejar a la altura del betún.

Ah, el pobre estaba ofendido, malherido en su orgullo, pensó con sarcasmo. No se compadeció.

— No sabía que unos comentarios inofensivos — pestañeó inocente —, le hicieran mucho daño. ¿Por qué no está con la comedianta para que le cure? Seguro que lo haría fantásticamente bien.

— Me aburren, y quiero que se acaben — él no cayó en la breva, optando por recolocar los gemelos de su chaqueta.

—No tengo ese poder de hacerlo.

— Alana no se lo he pedido, sino que se lo ordeno.

Alana se rio, incrédula, aunque él no estaba de broma. Había dicho su nombre con el placer de sentirse superior, regañándola, tratándola como a una niña. Se enfadó, pero no podía perder los papeles. Así que se acercó y se lo dijo sin apartar la mirada de él.

— Para ello, tendría que ser mi marido, lamentablemente no cumplió con ese papel.

—Sí, por no decir que — se dibujó en sus labios una media sonrisa — padeció unos dolores muy horrorosos estando conmigo, ¿verdad? Lástima que no me acuerde de ello. Ya sé, porque no ocurrió.

— Fuera, James — secamente le señaló con la mano la puerta.

Como no se fue, le dio la espalda. Se estaba comportando muy infantil, pero no lo quería mirar, ni en pintura.

— Miente, y no le ha contado a nadie todavía lo que me hiciste.

— ¿Tengo que martirizarme por ello? — puso los ojos en blanco, aunque él no fue testigo de su gesto.

— Está jugando con fuego, querida.

— No sabía que lo hiciera. Bueno, puede que un poco. Es muy divertido.

Oyó un crujido. Le oyó acercarse, pero no demasiado. Su calidez la traspasó y la tensó como una cuerda. Ni estando loca se giró hacia él. Intentó centrarse en el paisaje que dejaba entrever las ventanas, todo menos él.

— No me provoque. Para mí esto no es juego y no he olvidado el daño que me infligió. Puede quemarse mucho.

— ¿He de pedirle perdón? — preguntó con la voz seca —. ¿Así me dejaría en paz?

Contó los segundos y le parecieron extremadamente largos cuando lo escuchó decir:

— No, no tan fácil. Se lo haré saber cuando lo piense. Buenas noches.

Increíblemente, como si fuera magia, el carruaje se detuvo. Él salió, dejándola, con mil pensamientos.

— Pues no esperaré sentada, milord — dijo, aunque él no estuviera ahí para escucharla.

Entrégate #6 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora