Un trozo

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- No es cierto -dijo al fin después de recobrar la compostura-. No puede ser cierto.

- ¿Por qué no puede ser verdad? - su duda le ofendió.

- Porque amas a Florence. No hay ninguna mujer de la tierra que tendría tu amor si no es ella.

Oía mas que los latidos frenéticos de su corazón. Su declaración fue marchitándose conforme los segundos pasaron, la intensidad fue perdiéndose en el falso sosiego de la habitación. Hasta que su antiguo esposo rompió el silencio, sin amedrentarse ante dicha verdad.

- No la amo, ya no. Estuve enamorado de ella, siendo un miserable egoísta que no supo valorarla. De eso hace mucho tiempo. No sé cuándo lo hice para ser más exactos, solo que tú te has ido metiendo bajo mi piel mientras que mis sentimientos por ella se iban difuminando. Durante estos meses, no te he podido olvidar, no te he podido sacar de mis recuerdos, irte de mis rezos y de mis deseos. No me importa si lo digo, aunque sea más probable que no me quieras como yo lo estoy haciendo.

El caballero se apartó porque no soportaba que no creyera en él. Tenía razón en que desconfiara porque no había demostrado su amor.

¿Aquello era amor?

Si no lo era, se acercaba a serlo porque le dolía su distanciamiento.

-Si mis sentimientos no son correspondidos, te prometo que no te molestaré más.

Iba a irse de la estancia, rendido en luchar a contracorriente, en tirar de una cuerda que posiblemente estaba rota.

Definitivamente.

Quizás, había sido una ilusión que le nació de sus anhelos.

Su corazón pegó un salto cuando notó un tirón de su chaqueta. Sorprendido, deslizó su mirada sobre ella, que tenía el rostro agachado. No podía verla en esa posición.

- Alana - suspiró su nombre.

-Tengo miedo a que te estés engañando y diciendo que no la amas. ¿Cuánto tiempo he sentido que estaba en nuestro matrimonio? ¿Cuánto tiempo he estado luchando contra su sombra? Desde que nos habíamos casado, ella estuvo presente. ¿Qué podía hacer en contra de tus sentimientos?

James se sintió perdido cuando vio las lágrimas recorrer por las mejillas de la dama. No le pidió permiso, se las enjuagó con sus pulgares.

- Compréndeme, por favor, si dudo que me amas.

Sus miradas chocaron y él sintió un golpe en su pecho. No se lo dijo; pero lo supo.

Ella lo había amado.

¡Cuán ciego había estado! ¡Y estúpido!

- No quise hacerte daño, ni pretendo mucho menos hacerlo ahora, Alana. No es mentira - le abarcó el rostro con sus palmas -, si te digo que te amo. No me perdonaré si te hago desdichada.

La dama asintió y le besó la palma, notando una calidez extendiéndose por su interior.

- Si no quieres verme desdichada, ámame, James. Ámame.

- Lo haré hasta el último aliento que exhale - le prometió antes de besarla con el rugido de su corazón.

Entrégate #6 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora