Capítulo 20

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Aunque su doncella le había contado con evidentemente asombro de que su marido estaba abajo en el comedor desayunando, nada más despertarse en una mañana con mucha neblina, no se lo creyó hasta verlo con sus propios ojos.

¿Qué estaba pretendiendo?, se preguntó al bajar, yendo hacia el comedor. ¿Qué buscaba, atarla a su lado para que no volviera cometer otro desliz?

Tal pensamiento la entristeció porque no era amor lo que procedía de sus gestos. Aunque lo fuera; ella no se lo había pedido.

Era demasiado tarde.

Abrió la puerta de la estancia sin anunciarse. Efectivamente, su esposo estaba en la mesa con una taza en mano y la otra leyendo el periódico.

¿Estaría comprobando de que ninguna noticia estuviera relacionada con ella? Apretó los puños en sus costados y caminó decidida a echarlo. Estaba tan inquieta que no se fijó en detalles tan insignificantes como la camisa arrugada de su marido o que no llevaba la corbata y el chaleco iba desabrochado.

- No se preocupe - se dirigió hacia él sin ningún tacto -, fui discreta en mis movimientos, no será la burla de sus amigos.

James alzó la mirada hacia ella y esta se dio cuenta de que no tenía buen aspecto. Llevaba unas ojeras violáceas y una barba que le comenzaba a poblarse por su mandíbula. Su aspecto era descuidado, casi... salvaje. Tragó saliva con dificultad. Era la primera vez en mucho que lo veía en ese estado; aunque él parecía no importarle mucho su imagen con la que se presentaba.

- Mis amigos, como dice, la veneran - dobló el periódico -. No creo que cambiaran de opinión si supieran de su... despropósito.

- ¿El suyo no lo fue? - no estaba preparada el tenerlo enfrente, el verlo más que un momento; estaba comportándose como un esposo y no le gustaba. No le gustaba que fuera lo que deseó mucho tiempo atrás -. No fue una vez si no me falla la memoria, por no decir que, actualmente está con la señorita Bellemore.

- Ella tiene un nuevo protector.

Pestañeó ante la inesperada información. No supo si creerle o no.

- Rompimos nuestro acuerdo hace unos seis meses.

- ¿Está destrozado por ello? - no pudo evitar que el sarcasmo hiciera acto de presencia.

- Me imagina a un ser insensible, ¿verdad? - Alana se encogió de hombros, negándole una disculpa -. Piensa que lo soy, de qué me sorprende.

Se tomó tranquilamente su taza de té, alargando más los segundos.

- ¿No se va?

Él observó de que no estaba cómoda con su presencia allí; esbozó una sonrisa ladeada que la desarmó.

- Tenemos una conversación pendiente.

Alana suspiró y se sentó en la mesa mirando los platos de desayuno con poco agrado.

- Adelante, di lo que tiene que decirme y márchese.

- ¿No prefiere desayunar primero?

- Creo que pillaría una mala digestión - optó por no mirarlo.

- Alana...

- No, James. ¿Ahora va a hacer de buen esposo? ¿Por qué sigue aquí? Tiene una casa para usted solo y me gustaría de que no estuviera aquí.

James no se amedrantó ante sus palabras poco amables.

- No pretendo ser un buen esposo ahora, aunque le diría que sí para verla exaltada.

- ¿Le hace gracia? - cayó en su provocación -. ¿Soy un objeto de diversión?

- No me divierte - hizo una mueca y se puso un puño en la boca; luego la miró -. ¿Aún tiene el pensamiento de divorciarse de mí?

Asintió sin articular sonido.

- Le volveré a hacer la misma pregunta, ¿entiende cuáles serían las consecuencias?

- ¿Por qué preocuparse por mí cuando tendría la libertad absoluta? ¿No dijo que no me deseó, ni me pidió como esposa?

- Cierto que lo dije - tamborileó los dedos sobre la mesa, pero paró de hacerlo cuando añadió: -, mas lo dije para hacerla daño.

- ¿Lo reconoce?

Sus miradas chocaron y este la subyugó con la suya, enfebrecida por el mar bravío de su tormento.

- No se me olvida lo que me hizo, Alana.

Giró la cara, rompiendo la unión de sus miradas.

- Ojalá no le hubiera dicho a sus padres ni una palabra; ojalá no hubiera tenido que ayudar a su hermano a llegar a casa. Si una cosa de que me arrepiento, el haberle dicho sí a su madre como esposa para usted.

También, sus sueños e ilusiones.

Se levantó de la mesa y su marido la imitó. Como no le replicó, hizo el ademán de marcharse del comedor. Sin embargo, James cogió su mano, tirando de ella. Como no lo había esperado, tropezó con sus pies y se tuvo que sostener en él.

- James...

No pudo completar la frase porque sintió sus dedos sobre sus labios, tocándolos como pétalos de una flor e incitándolos a que los abriera. Los abrió, sin poder dueña de sí misma. Se miraron, ahogándose en el iris de sus ojos y la calidez de sus cuerpos cercanos.

- Los dos dijimos que sí; los dos aceptamos.

- Nos equivocamos - suplicó en silencio que la dejara de tocar porque estaba enturbiando sus sentidos y no podía pensar -. Quiero... el divorcio, James.

- Las consecuencias serían horribles para ti - la tuteó; no la dejó de sostener.

- Estaré preparada para ello.

- Alana - su nombre la mató en su voz, suplicante y anhelante, cerró los ojos cuando sus frentes se apoyaron.

Podía el exterior derrumbarse que ellos no se inmutarían; no cuando sentían una calidez jamás sentida.

- Déjeme ir- antes de que volviera a querer soñar.

Con él. Con su amor imposible.

James negó con la cabeza y rompió el abrazo, aunque no se apartó.

- No puedo; me he dado cuenta de que no quiero dejarla ir.

- ¿Qué?

Cubrió su rostro con su mano y se inclinó sobre ella, pero se detuvo antes de besarla.

- No puedo; porque no soy libre de mis pensamientos, ni de lo que siento.

¿Qué quería decir?

La dejó con una desazón en el pecho cuando él recogió su chaqueta y se fue. Se había llevado la calidez con él.

Entrégate #6 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora