¿Cómo pudo ser que James supiera de su dirección y ella no tuviera ni pizca de conocimiento de la suya?
La ignorancia de no saber su dirección y de no saber cómo localizarlo, la llevaron a tener que aguantar el transcurso de las horas e irse en cuanto amaneciera, dirección fuera de Londres.
Preguntó a sus sirvientes dónde los caballeros se debatían en duelo. Aunque era una actividad ilegal, tal prohibición no les impedían a luchar por su honor.
Según Alana, era una actividad estúpida y arcaica de resolver los problemas, sobre todo, por una lucha de egos. De todas formas, lo que pensaba ella de dicho ejercicio era irrelevante. A la vista estaba que el duelo no se había cancelado cuando llegó al lugar famoso con la ayuda de su cochero y uno de sus lacayos. Faith la acompañó en el trayecto.
— Quedaos aquí.
— No irá sola — le dijo Faith.
Asintió, agradecida.
Estaba que se la comían los nervios, agudos, persistentes y desquiciantes nervios. Pero no podía evitarlo. No había podido detener esa locura.
Bajó con Faith y ambas se dirigieron hacia el descampado donde había un grupos de hombres congregados y varios carruajes apostados, cerca del lugar. Se notaba que se iba a celebrar un gran acontecimiento. Tal acontecimiento iba a darse de un momento u otro.
Durante la caminata, intentó atisbar a su esposo. Pero la neblina que merodeaba no le facilitó la tarea. Tampoco la multitud que había presente. Solo cuando llegaron, unos hombres se acercaron a ellas.
— Miladies, aquí no podéis estar.
— Mi marido es uno de los duelistas — dijo con resuello.
— Deben marcharse.
— ¡Ya están en sus puestos!
Dicho grito dio paso al sepulcral silencio y los hombres se olvidaron de sus presencias. Alana quiso hacerse un hueco entre la multitud, pero no pudo.
— Maldición — oía más que el pitido de sus latidos.
Rezó por la vida de James. Aunque había sido un nefasto marido; no le deseaba la muerte.
¡No quería que muriese! Solo porque cayó en la provocación de ese lord Hankers.
Bah, solo le habían causado más que quebraderos de cabeza. Menos paz para ella. ¿Qué le debería importar si recibiera un balazo cada uno?
No quería que muriese. Rezó para que no sufriera ningún daño, rezó hasta que no sintió el frío rodearla.
Dos disparos rasgaron la noche; dos disparos que al oírlos detuvieron su corazón.
— ¡Por Dios, déjeme ir! — pidió con súplica.
Uno de los hombres la escuchó y con una expresión solemne le dijo.
— Su marido ha caído, mi señora.
— ¿Está muerto? — sentía el cuerpo desfallecer.
— No lo sabemos.
Poco a poco los caballeros fueron despirgándose por lo que pudo ver con claridad al matasanos y a otro caballero, que no pudo identificar porque le daba la espalda, llevar a su marido a un carruaje. Deprisa, como si les llevara la vida en ello.
Algo malo le había ocurrido.
James...
No pudo con la presión y se desmayó, con el rezo como eco en su mente.
ESTÁS LEYENDO
Entrégate #6 Saga Matrimonios
Historická literaturaPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc