Capítulo 16

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Tenía la campanilla delante de sus ojos. Un buen rato, no sabía con certeza cuánto, llevaba mirándola indecisa. Podía tocarla y que el sirviente la guiara a la habitación que había sido escogida para su propio fin. No obstante, no la tocó.

Nerviosa y con un cosquilleo que la dominaba, producto del alcohol o no, no permaneció quieta, sino que salió... a curiosear. Deseaba no caer por un enorme agujero como Alicia cayó al buscar el conejo.

No se imaginó que aquello sería así; no había paredes de color rojo, ni muebles envejecidos. Parecía limpio y ordenado. Caminó observando lo que había a su alrededor hasta que se fijó en una puerta que estaba entreabierta. No sería de buena educación entrar en una de la cual no tenía permiso. Oteó por la rendija y se fijó que había gente dentro, hablando, llevando puesto un antifaz. Hombres y mujeres. No había diferencias entre ellos.

Lo que le dijo madame Duvier en el pasillo cobró más importancia. Aquello implicaba guardar su identidad al igual que ella. Era lo más valioso de aquel lugar. Además, de los deseos.

Una melodía lejana, tocada por violín solitario, llegó hasta ella, invitándola a pasar por el otro lado. Mas no fue ese dicho empujón que le propulsó a hacerlo.

- ¿Por qué no entra?

- ¿Qué? - se apartó asustada porque alguien ajeno a ella, la hubiera pillado. Se llevó una mano al pecho.

El protagonista de esa voz le divirtió su actitud. Llevaba un antifaz negro que afilaba más sus facciones aguileñas.

- Me llama la atención de que se quede aquí parada y no entre. Nadie la va a devorar.

- No, no... Solo pretendía mirar.

- ¿Curiosidad?

- Así es - su respuesta delató de que no era una clienta asidua, ¿pero él qué sabía de ella?

- Permíteme que sea su acompañante - sin darle permiso, le dio un beso en su mano.

El contacto de sus labios en su piel le provocó un escalofrío; no estaba preparada a esa confianza, ni a esa cercanía. Iba muy rápido.

- No sé si quiera que lo sea - apartó la mano.

- Entonces, he de convencerla de que acepte. Le adelanto que no se arrepentirá.

- ¿Cómo puede estar seguro?

- Digamos que es intuición masculina.

- ¿O le habla su arrogancia?

El caballero o no tan caballero sonrió.

- Se lo demostraré mejor - le alzó una mano para que aceptara, ella titubeó, pero acabó aceptando su mano enguantada.

Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

La condujo por el salón, mezclándose con las personas. El salón se dividían en dos salas; una más iluminada, y la otra en penumbra, que estaba al fondo. Intentó averiguar, pero no pudo porque no estaba tan cerca. En la que estaba más alumbrada la gente charlaba entre coqueteos y brindis.

- ¿Le apetece champán?

- ¿Champán? ¿Por qué no? - ya estaba entonada, ¿por qué no otra más?

- Es nueva por aquí, ¿verdad? - le preguntó a los pocos minutos de haberle entregado la copa.

- Si dijera que sí, ¿cambiaría algo?

- No, me intrigaría más.

- Ya...

Se centró en observar a cada persona que estaba allí. Las mujeres no parecían tímidas; sino seguras de sí mismas, desenvueltas, despreocupadas y divertidas. No sabía si alguna de ellas estaba en su círculo o no; si aquellos hombres, ¿cuáles serían caballeros y cuáles serían los empleados de Duvier? Giró y continuó observando.

- ¿Le gusta lo que ve?

Se encogió de hombros y de los nervios alterados, se rio tontamente.

- No sé lo que me gusta realmente. Es bonita la decoración y ...

- No le preguntaba por eso - ¿fue su imaginación o notó la voz más cerca? Todavía no se atrevió a mirarlo, estaba... ¿qué estaba haciendo? ¡Un momento! ¿Esa sombra de la pared se estaba moviendo? ¿O era ella, que estaba mareada y sofocada, la que se movía?

- ¿Ah, no? - entrecerró la mirada para enfocar la vista, pero no lo logró. Dio un traspié, el hombre la sujetó.

- Ten cuidado.

- ¿Qué me quería preguntar? - alzó el rostro hacia él.

Las velas iluminaron sus ojos obsidiana, distintos a los... descartó ese pensamiento de su cabeza. Él no tenía cabida en su mente.

- ¿Si quiere que subamos arriba?

- ¿Cómo caballero o como hombre? - si hubiera estado sobria, habría enterrado la cabeza bajo tierra.

No soltó una carcajada por puro milagro, aunque ella atisbó un amago de sonrisa.

- Como usted prefiera tenerme.

Sin titubeo, ni palabras delicadas, la besó, atrapando sus labios con los suyos y apretando su cuerpo en un abrazo impetuoso. Se mareó aún más y se sujetó a él. Sentía que la sangre corría muy deprisa y no podía pensar. Solo le oyó a decir:

- ¿Qué decide?

No rompió el abrazo y ella notaba más vértigo.

- No quiero que sea un caballero conmigo.

- Entonces, querida, subamos arriba.

Entrégate #6 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora