Capítulo 18

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Tuvo un sueño o más bien un recuerdo soñado.

¿Su mente era tan retorcida con ella?, se preguntó aún queriendo estar en el abrigo de esas sábanas, donde había rozado con las puntas de los dedos la pasión. Sin embargo, la realidad le decía que se había quedado dormida y era hora de despertar, teniendo la obligación de irse sin levantar sospechas. Aún no sabía si su amante se había quedado con ella después de que tuviera ese "descuido".

No se levantó aún, sino que siendo una sufridora, se reprochó por recordar el día de que James aceptó la proposición de matrimonio, ese día que estuvo enfrente de él y dijo que sí, aceptándola a ella como futura esposa, pero sin amarla, aunque no le hizo tal promesa de amor. Recordaría siempre como su suegra intervino y habló con su hijo antes de encontrarse con ella, abandonando la habitación, con la fin de que se trataran.

Lentamente, ese recuerdo la envolvió, atrayéndola a las fauces del pasado.

- Nunca antes hemos tratado, pero quiero que sepa que seré una buena esposa a su lado.

James Lobrough dejó de mirar la ventana que daba el jardín para posarla sobre ella. Sus ojos azules impactaron con los suyos, ahogándola, pero sin que hubiera en ellos calidez o amor. Aun así, su corazón fue demasiado. No había más mundo que el de él. Su porte, su vestimenta, su cara y su cuerpo.

- Me ha dicho mi madre que no se opone a la idea. ¿Por qué? Como bien ha dicho no nos conocemos.

- Su madre, es decir, lady Lobrough me ha explicado la situación delicada en la que se encuentra y no tengo ninguna objeción. Muchos matrimonios han sido acordados.

- Cierto; muchos lo son. ¿Entonces se mueve por caridad?

- Sería lady Lobrough, con eso me conformaría.

- ¿Un título? Bien, veo que su motivo es razonable y plausible.

- Mis padres no tienen muchas expectativas en que encuentre un buen matrimonio - añadió, queriendo explicarse sin tener que delatar sus emociones.

- ¿Sería demasiado ofensivo si le pregunto el por qué de ello?

- Soy la tercera hija del vicario y no puede garantizarme una magnífica temporada como la que tuvieron mis hermanas. Tampoco podría ofrecer a mi marido una considerable dote. Lo más que podría aspirar es ser la esposa de un granjero o de un lugareño de esta zona o de la vecina.

- Parece que ha tenido una buena educación.

- Sé comportarme como una dama, milord. Estoy versada en varias artes, sé leer y escribir. Aunque mis padres no podrían proporcionarme una temporada, no quería que ninguno de sus hijos fueran analfabetos.

- No pretendía ofenderla. Lo siento.

Asintió.

- ¿Entonces me acepta como esposa, sí o no?

- Sí, será lady Lobrough- se inclinó hacia ella y le tomó su mano sin llegar a besarla -, será definitivamente mi esposa.

Seguramente las cosas habrían sido diferentes, si nunca hubiera querido ser su esposa, si nunca le hubiera dicho que sí a lady Lobrough, sin embargo, su corazón no entendió de razones. Sino, no habría sido partícipe en romper su compromiso anterior con la señorita Savage. Todo lo que tenía ahora era consecuencia de su egoísmo.

Había una manera de que pudiera reparar ese daño, pero no sería en esa habitación.

Tenía que irse, el tiempo apremiaba y su identidad podía estar en peligro. Se despertó con una ligera pesadez que tuvo que sentarse para orientarse. No era tanto como la otra vez que se había emborrachado. Tembló ante el helor que notó cuando se irguió. Se percató de que estaba desnuda y buscó la ropa rápidamente, con el ademán de salir del lecho. Lo habría hecho si fuera porque creyó que su amante estaría dormido o se habría ido. Sin embargo, la sangre se le heló al subir la mirada y toparse con un caballero que estaba de pie. No llevaba máscara en sus facciones.

No era su amante de una noche.

Era James.

Se subió la sábana, entrándole de repente un ramalazo de pudor. Nunca había estado desnuda enfrente de él.

- ¿Qué hace aquí? - no fue suave en su pregunta.

- Esperarla a que se despierte - su esposo se apartó de la cama y empezó a caminar por la habitación con las manos metidas en sus bolsillos -. Vístase; no faltará poco a que amanezca y no querrá que nadie más allá de estas paredes se entere de su presencia aquí.

- ¿Dónde...? - se calló; no se hallaba en una situación fácil.

- Le he pedido que se fuera. ¿Quería decirle algo?

Cabeceó y apretó más la sábana contra su pecho. Había sentido tanto unos horas antes que ahora le parecía irreal. Irreal y frío.

- ¿Por qué ha venido? ¿Cómo sabía que estaba aquí?

- No lo recuerda, ¿verdad?

¿Qué tenía que acordarse?

- Le dejaré intimidad para que se vista.

No le dio tiempo a responder a su pregunta cuando tenía que asimilar lo otro.

- ¿Me esperará? No se lo he pedido. Ni quiero que lo haga.

James se giró hacia ella y sus ojos chocaron. Alana se reprimió en no echarse la sábana por todo el cuerpo.

Si la iba a juzgar, lo odiaría para siempre, mas la sorprendió con su réplica:

- Lo sé, soy yo quien lo ha decidido.

- ¿Por mí? - se erizó como un gato.

- No; porque quiero yo, Alana. No se lo repetiré tres veces; vístase o no me importará que sea expuesta a la luz del día.

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Puede que me haya dejado algo en el tintero; luego lo corregiré

Nos leemos pronto!!

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