Sus movimientos la guiaron a unirse a él, a confiar cuando no estaba preparada para dar dicho paso. Aún estaba asimilando el hecho de que estaban ahí, en el centro del salón y a la vista de todos los presentes cuando las sensaciones se agolpaban dentro de ella, abrumándola.
Él lo hacía.
Como si no fuera suficiente para el caballero, sus manos la acercaron más, haciendo que sus torsos se tocaran, aunque no demasiado, rozando casi a la imprudencia. ¿Acaso no lo estaban siendo?
Intentaba ser indiferente; pero no podía. ¿Cómo podía serlo?
Ajeno al torbellino emocional de su esposa, le preguntó algo que le había estado carcomiendo. Había estado aparentando que no le importaba, que lo había olvidado. Sin embargo, la verdad era que no lo había hecho. La espina tan ponzoñosa la tenía clavada todavía en el pecho, dañándolo.
—¿No te entra curiosidad?
Estaba tan pendiente en querer que sus sentimientos no salieran a la superficie que la voz de James le provocó que levantara la cabeza y lo mirase con una expresión de extrañeza.
— ¿Sobre qué? — frunció el ceño y apartó la cara, le afectaba su cercanía, su mirada.
Quiso cerrar sus ojos y pensar que aquello no estaba pasando, que no estaba bailando, que su cuerpo no la rodeaba, ni le transmitía esa calidez que la tentaba a apoyarse en él, perderse. ¿Sería tan grave en dejarse llevar? ¿O se llevaría una gran decepción que la heriría para siempre y no podría nadie curarle?
— No me has preguntado por él — ella no supo imaginar cuánto le había costado en decirlo, masticar el veneno de sacar el tema sobre lord Hanker —. ¿No te interesa saber cómo está? ¿Si le hice un daño irreparable? ¿O si estuvo a punto de morir como yo?
No le gustó que al hablar de él consiguiera tener la completa atención de su esposa.
¿Le importaba realmente? Sin ser consciente, apretó la mano que tenía con la de ella.
— Sé que está vivo.
— ¿No lo deseas buscar?
Alana no entendía a qué venía ese interrogatorio, la confundía. Pestañeó.
— No. Sería condenarme a mí misma al infierno, aunque es probablemente ya lo esté. No soy inocente por mi indiscreción, aunque ya sabemos cuál ha sido, ¿verdad, esposo mío?
— No respondiste a mi pregunta.
La música continuaba alrededor de ellos y había parejas bailando, pero ellos dejaron de hacerlo, mirándose cara a cara, sin romper la unión de sus manos como la proximidad de sus cuerpos.
— ¿Qué te gustaría saber? ¿Si repetiría de amante? — soltó una risa amarga, que afortunadamente la escuchó solamente él —. No soy tan idiota como para volver a cometer el mismo error. He aprendido mi lección. Como ves, no he salido indemne de ello. No quiero tu consuelo compasivo.
Sintió algo de abandono cuando pudo soltarse de su sujeción y apartarse de él. No tenía pensado dónde dirigirse, empezó a caminar, alejándose de los invitados, de su presencia. Sus pasos la llevaron hasta las terrazas donde la brisa de la noche la mordió con su dentada helada. Creyó que con su respuesta agria, le habría ofendido, por siguiente, se habría ido de la fiesta. No creía que James pudiera aguantar tanto.
Sí, había cometido un error, pero ella había querido ser querida al menos una noche, de repetir ese hormigueo vertiginoso y ardiente que experimentó la primera vez que fue a la casa de citas. De ese encogimiento de las entrañas. De esa explosión que no volvió jamás a sentir Sin embargo, la siguiente noche no fue lo esperado, siendo un recuerdo desagradable que no valía la pena atesorar, agrandando la sensación de que no recibiría ese placer prohibido que muchas mujeres presumían entre susurros bajos. Podía ser que el problema fuera ella. No tenía la gran certeza si dicho pensamiento la consolaba o la entristecía aún más.
Levantó la mirada hacia el cielo. ¿Cuántas veces lo había hecho? ¿Cuántas veces había estado así? ¿Esperando a...? Ahora su esposo quería poner su vida al revés. ¿Para qué? ¿Para luego vivir de unas migajas que la harían ser más miserable de lo que era? Seguramente, él la cambiaría como pañuelo que usaba y tiraba unos días después por otra, más experimentada, más candente y menos insípida.
No lo oyó acercarse, no oyó sus pisadas sobre el suelo de mármol, acortando la distancia entre ellos. No lo esperó; ni nadie le avisó de ello. Su abrazo la atrajo a él, con firmeza, ella asumida en una tristeza que no debía sentir, y por culpa de él, regresaba a ella, recordándole que sus sentimientos por él nunca habían desaparecido, no notó su abrazo, arrastrándola a la marejada de su fuerza. Cerró los ojos, anhelando una vez más que su matrimonio hubiera sido diferente, que la hubiera amado como ella deseó profundamente en su corazón.
Pero la realidad era diferente y los sueños eran para los menos afortunados.
— Vayámonos y terminemos de una vez esta tortura, James.
La giró en sus brazos y no pudo averiguar qué estaría pensando porque su mirada estaba velada, oscura como el cielo nocturno.
— ¿Es lo que quieres?
— No me has dejado otra opción.
El hombre asintió, apretando la mandíbula. Despacio, acarició su mejilla que estaba helada, controlando el enfado, los celos y el deseo a raya. Estaba maldito. Y perdido. La acarició, queriendo marcarla. No pudo más y la besó, apoderándose de su boca como lo quería hacer con su alma.
La besó, anhelándola y maldiciéndose.
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Historical FictionPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc