Capítulo 28

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No lo vio hasta la mañana siguiente cuando quiso comprobar su estado. Había estado muy huidiza después de que James le pidiera dormir junto con él. No le gustaba ser una cobarde, pero lo fue.

Cuando se despertó, él aún estaba en el mundo de los sueños, lo que le dio el impulso de marcharse sin que presenciara su claramente huida. No estaba preparada para enfrentarse cuando sus defensas estaban bajas y sus sentimientos fuera de control.

No supo si sus cuñados habían entrado en el dormitorio, ahorrándole la vergüenza de no saberlo. Aunque seguían casados, era de su conocimiento que su matrimonio en los últimos años no fue el mejor de todos. Fue totalmente nulo.

Aun así... ¿qué impresión habrían tenido de ellos?

Daba igual, ya que pronto se iría de allí. Seguramente James al enterarse del escándalo, generado por su desliz, por siguiente, el duelo, no quería saber nada de ella. Ni como de esposa.

Eso sería una buena noticia, ¿no? Su plan había sido conseguir el divorcio. Ahora, no habría más obstáculos para obtenerlo. Sin embargo, su decisión cada vez se desdibujaba más con el pasar de las horas.

Así que sin más sufrimiento, no alargando más la agonía, se presentó en la habitación esperando encontrarle dormido como la otra vez. Pero no fue el caso. Estaba despierto y no estaba solo.

No era Florence, ni su cuñado. Era un hombre que tenía en una mesita los utensilios de afeitar. Teniendo en cuenta de que su marido iba a estar ocupado, hizo el ademán de retirarse, pero la orden de su esposo convaleciente paró sus pasos.

- Me afeitará, mi esposa, gracias. Puede irse.

El empleado no mostró sorpresa, mas sí lo fue para la implicada. Se acercó, notando la sangre correr por sus venas con el galope de su corazón. Tuvo la precaución de no mostrar ansiedad enfrente de James, que vigilaba sus gestos como halcón ante su presa.

¿Por qué la miraba?, se preguntó muda ante la intensidad que se reflejaba a través de su iris cristalino. ¿Estaría todavía con los efectos de la fiebre?

Sin más palabras, comenzó a enjabonarle la piel. Después, pasó la cuchilla de afeitar, intentando ser más una esposa eficiente que... una muchacha dominada por los nervios. El silencio se alargó un buen rato entre ellos.

- ¿Le duele todavía? - le preguntó al atisbar una mueca de su rostro.

Terminó de afeitarle, lo que pausó su respuesta. Fue hacia la jofaina a mojar un paño con agua y limpiarle los restos de espuma que habían quedado en su mandíbula. Envidió esas pequeñas nubes blancas besando su piel.

- Me tira y es como si me diera un latigazo.

Alana no evitó sentirse culpable; chasqueó la lengua y le pasó el paño por su piel. Trató ser más en suave.

- No debió haberme defendido. Por su arrebato, casi pierde la vida. ¿Qué sentido tenía el hacerlo?

Iba a girarse hacia atrás porque los remordimientos la asfixiaban, pero su esposo tenía otra intención en mente.

- Sigue siendo mi esposa.

Tragó como pudo saliva ya que de pronto la garganta la tenía más seca que un desierto.

- Por orgullo, ¿quizás? - una vez más quiso frenar lo que estaba sintiendo. Pero era imposible cuando él no se lo estaba poniendo fácil.

¡Argggg! Volteó el rostro para no mirarlo, para no mirar esos ojos que le hacían estragos a su corazón.

- No, Alana - cogió su rostro, acercándola más a él y no se escapara de su cercanía, de su agarre -, más me hirió de que ese hombre la tocara y la hiciera más feliz de lo que yo alguna vez hice en nuestro matrimonio.

- No me ama - quiso ser fuerte, quiso ser dura...

- ¿Quién dice que no lo esté ya haciendo?

Iba a replicarle que era mentira. Solo lo hacía para jugar con ella porque ahora estaba débil. Él solo había amado y amaría una única mujer. Sin embargo cualquier réplica que le nacía del pecho murió en sus labios al ser engullidos por los de él, en una demanda impetuosa, ahogándola con él.

Pese que estaba herido, la abrazó contra su cuerpo, atrayéndola a su torso desnudo. Lo tocó y sintió calor emanar de él. Se apoyó sobre su regazo, sin que lo pudiera controlar. Se estaba derritiendo, pero no podía dejarse vencer. Aún no. No obstante, sus besos la convencían de que no lo hiciera.

Estaban tan absortos el uno con el otro que no se percataron de los golpes de la puerta. La persona que no sabía nada y preocupada, entró sin saber lo que estaba ocurriendo dentro.

- Le he dicho a la sirvienta que trajera el desay....

Los dos se apartaron y vieron a Florence entrar con una joven que traía una bandeja del desayuno.

- Oh.

Alana quería que la tierra se abriera y se la tragara.

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