Capítulo 33

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La fiesta no era más que un baile organizado por lord y lady Strenhouse, unos señores muy dados a dar lo mejor de ellos mismos en los festejos. Así que se imaginó que había enviado la invitación a su marido y este, sin decirles sobre con quién llevaría de acompañante, la había llevado por sorpresa. Reacción que tuvieron muchos de los presentes, incluyendo a los anfitriones que se quedaron extrañados por su presencia, a lado de él.

No era para menos, ningún caballero había tenido el valor y de enfrentarse más a la burla o el escarnio de traer a su esposa adúltera. Intentó no dejarse llevar por el desánimo ya que la fiesta justo acababa de empezar. Sentirse expuesta de esa forma y sabiendo que fue por su decisión de disfrutar una noche de pasión, fue más que una ilusión efímera, la sensación de malestar se agravó. Estuvo a punto de decirle a James que regresaran. Podía soportar las malas y desdeñosas miradas de la gente; pero no podía con el escrutinio de ser observada con cada paso que daba, esperando a que tropezara. Respiró hondo y luchó contra dicha sensación. Si mostraba que le afectaba, les daría más poder. Lo que no pudo evitar era estar tensa en todo momento.

- Relájate - le llegó la voz susurrante de su marido.

¡Cómo si pudiera! Puso los ojos en blanco, incitando a que James sonriera de lado.

- No puedo hacerlo estando contigo - masculló entre dientes.

- Es una pena, porque te iba a pedir un baile.

Giró el cuerpo tan rápidamente que no calculó las distancias entre sus cuerpos, chocó con él, este la sujetó sin mostrar verguenza por ello, posando sus manos en el bajo de su espalda. Inspiró con fuerza por su toque y la sensación de estar rodeada por él, sin apretar sus cuerpos. Cabeceó para apartar esa imagen de su mente, una bastante impúdica había que decir.

- No tienes que ser amable conmigo, ni comportarte como el marido que no fuiste - siendo observados, y seguramente, era el tema de conversación, controló las ganas de apartarlo.

- Sé que no lo fui, Alana, y más cuando te hice daño de una forma imperdonable.

- Te eximo ahora de cualquier sentimiento culpable o responsabilidad hacia mí.

- No tan rápido, esposa mía. ¿Crees que por decirme eso, puedes irte? - iba a alejarse, a romper ese abrazo, pero no pudo porque él detuvo su gesto -. No hemos empezado a divertirnos, ya quieres deshacerte de mí.

- No he venido a buscar diversión, James. Míranos, míralos, la gente no deja de hacerlo. No te das cuenta que estamos siendo el centro de su atención.

Tuvo el detalle de fijarse que efectivamente la mayoría de ellos los estaba mirando fijamente. Amplió más su sonrisa, provocándolos. Alanas no se percató de ello, intentando que su corazón no se saliera de su pecho.

- Perfecto, les daremos más motivos de los que hablar.

No lo comprendía, ¿por qué actuar de esa forma? ¿por qué molestarse si su fin era llevarla a la cama? Asintió, se apartó de él, no sin irse demasiado lejos porque fueron saludando a cada persona que se iban encontrando por el camino.

- Tengo sed - era verdad, en parte, aún no desaparecía la sequedad que tenía en la garganta.

- ¿Te traigo una copa?

- Sí, por favor.

Así le daba espacio para pensar, para situarse en ese desorden que había creado él con ser gentil, con ser un esposo de verdad. Lo miró cómo se mezclaba entre los invitados con naturalidad, como si no le importara nada. Nada, excepto ella.

Podía ser esa oportunidad para escaparse, para irse y no verlo más, pero estaría siendo muy injusta. No tardó demasiado y le entregó la copa con el líquido burbujeante. Ignoró la ceja enarcada de James respecto a la rapidez con que se la tomó.

- ¿Otra más, esposa?

Asintió, volteando el rostro hacia un lado. No sofocó la sed; la aumentó. Dio un respingo, cuando notó la palma masculina en su cadera; quemaba. Alzó los ojos hacia los suyos, que parecían ahora negros que la pudieran absorber. Emitió un leve jadeo. No era inmune, tampoco él que deslizó su mirada hacia sus labios entreabiertos. En un impulso, se los mojó, los tenía resecos.

- Sería mejor que no; no me gustaría que estuvieras ebria e inconsciente después - le depositó un beso ligero como el deslizamiento de una pluma en la sien.

- No me voy a emborrachar - se ofendió - como piensas.

- ¿Ah, no? Tienes las mejillas rojas como dos manzanas y la mirada algo vidriosa.

Tragó como pudo saliva. No podía ser cierto.

- No es por la copa - musitó débilmente -. Además, si quiero beber, ¿me lo vas a impedir?

- No, que Dios me ampare, si lo hago - no supo si se estaba burlando o no, mas lo dejó pasar.

Irguió los hombros y cogió una copa de la bandeja de un camarero, desafiando a su esposo.

- Mira y aprende.

Vaya sí que miró. Bebió un largo sorbo, pero no se la acabó del todo.

- ¿Me dejas?

Entrecerró la mirada y le pasó la copa a regañadientes. No se esperó aquello, no lo esperó en absoluto. Verlo beber de su copa tuvo un efecto demoledor en ella.

- No está mal - ajeno a los sentimientos de su esposa, la dejó vacía en otra bandeja que pasaba cerca de ellos -. ¿Bailamos?

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